END OF THE ROAD –
EPÍLOGO (I)
Universo Neverfield.
Comisaría de Springfield.
Complejo de Celdas.
Ahora.
- Y esa es toda la historia.
Y dicho eso, Charlie Dalton se queda
quieto, recostado en el camastro y mirando al techo, con una sonrisa
irónica en los labios. El silencio que viene después dura durante
casi diez interminables segundos mientras trato de buscar algo qué
decir. Entonces comprendo que no tengo por qué decir nada.
Me levanto de la incómoda silla
plegable mientras Charlie me mira con lo que interpreto como
incredulidad absoluta.
- Muchas gracias por su tiempo, Señor
Dalton.
- Espere un momento… - se incorpora
del camastro y se abalanza sobre los barrotes - ¿Ya está? ¿¡Eso
es todo, joder!?
Camino en dirección a la salida,
ignorando sus peticiones.
- ¡Eh! ¡Oiga! ¡Joder, míreme!
Me detengo justo a un palmo de la
puerta.
- ¿Qué pasa, eh? – capto la sorna
en la voz de Charlie - No cree una puta mierda de todo lo que le he
contado, ¿verdad? ¡Es usted como todos los abogados, joder!
Suspiro y me doy la vuelta. Camino de
nuevo hasta la celda.
- Oh, no. Señor Dalton. Verá. Con
respecto a lo primero... – me detengo a menos de un metro de los
barrotes - He creído hasta la última de esas “mierdas” que me
ha contado. Los viajes entre dimensiones, los planes para consumir
universos, los visitantes de otras tierras paralelas… Todo.
Rebusco en el bolsillo de mi chaqueta y
le entrego una de mis tarjetas.
- Y respecto a lo segundo... – le
dedico mi mejor sonrisa - Le aseguro que no soy un abogado
cualquiera.
Los ojos de Charlie Dalton se abren de
par en par. En la tarjeta puede leerse:
“WOLFRAM & HART: Benjamin
Braddock”
- Jo… joder. ¿Ben… - alza la vista
- … Braddock?
Para entonces, ya estoy fuera del
edificio. Tan sólo puedo imaginar la confusión del pobre Charlie
Dalton. Para él ha pasado apenas un segundo. Gracias al hechizo
hipnótico de la tarjeta, en esos diez minutos he tenido tiempo de
salir de la comisaría de policía y subir a bordo de uno de los
todo-terreno de la Powell Corporation que aguardan aparcados en la
puerta. En el asiento trasero, mirando por una de las ventanillas al
otro lado de la calle, está Jake Dalton. A pesar de que su herida ha
sido debidamente vendada, aun tiene la ropa rasgada y manchas de
sangre seca y tierra por toda la cara y los brazos. Su mirada está
fija en lo que acontece al otro lado de la calle. Justo enfrente,
ante la tienda conocida como “Dragon´s Lair”, Gabrielle Grant se
despide de la doctora St. Johns, quien sube a bordo de otro
todo-terreno con logotipos de la Powell Corporation. Puedo ver el
semblante gris y preocupado de Jake Dalton.
- No debe preocuparse por ella, señor
Dalton. – me giro para hablarle desde el asiento del copiloto. –
“Wolfram & Hart” se encargará de la doctora Rayna St. Johns.
La contratarán para su rama de I+D. No debe preocuparse por ella…
- No me preocupo por ella. – responde
sin apartar la vista. Es entonces cuando me doy cuenta que no es a la
doctora a la que está mirando. – Aun no sabe lo de su hija,
¿verdad?
Niego con la cabeza. Y sin nada que
responderle, me limito a mirar al conductor, un agente de la Powell
Corp.
- En marcha.
- Muy bien, señor.
El todo-terreno comienza a moverse,
saliendo de la Plaza Lincoln. Vamos dejando atrás los edificios de
un pueblo que me resulta extrañamente familiar. Los edificios, las
calles, los coches... todo es diferente a mi hogar. Pero la gente…
Es escalofriante ver a un sheriff Thompson que parece un duplicado de
aquel al que conocí en mi mundo. Siento una punzada de dolor cuando
reconozco una furgoneta que pasa por nuestro lado, en dirección
contraria. A través del espejo retrovisor, mientras nos alejamos,
puedo ver como aparca a las puertas de “Dragon´s Lair”. Y tengo
que repetirme a mi mismo que no es mi padre el que baja de ella. No
es el Ed Braddock a quien Morgan Kyle partió el cuello con sus
propias manos.
- Dígame una cosa, señor Braddock…
Agradezco que Jake rompa su silencio,
sacándome de mis pensamientos.
- ¿Qué le pasará a mi hermano?
- Nuestros abogados de este universo se
encargarán de su caso. De todas formas, imagino que no podrán
cargarle las muertes de Billy Whitehouse o de Paul Fesster.
Oficialmente ambos siguen desaparecidos.
- ¿Y extraoficialmente?
- Del señor Whitehouse no hay ni
rastro. – me doy la vuelta y le miro quitándome las gafas. – Es
posible que su sacrificio fuese lo único que frenó la profecía.
- ¿Y el señor Fesster? – Jake me
mira y se da cuenta del pequeño detalle. – Esas gafas…
- Si… - se las entrego – Fueron lo
único que quedaron de él. – le miro – Lo siento. Tengo
entendido que fue el único que le defendió cuando…
Dejo la frase en alto, sin acabar,
mientras contemplo a esta versión de Jake Dalton. En el fondo, tiene
el mismo corazón noble que aquel al que conocí en mi mundo.
- Era un buen hombre… - Jake me
devuelve las gafas de Paul Fesster.
- Usted también, señor Dalton. - Me
mira extrañado - En el universo del que vengo, señor Dalton…
Usted nos ayudó a escapar. Me ayudó a seguir con mi vida. – me
giro de nuevo, colocándome las gafas del señor Fesster.
- ¿A dónde vamos? – Jake acaba de
darse cuenta de que estamos saliendo del pueblo - ¿Qué está
haciendo, Braddock?
- Devolviéndole el favor, señor.
A través de la ventana, Jake ve pasar
un cartel que reconoce a la perfección. No abre la boca hasta que
pocos minutos después el todo-terreno se detiene al pie de las
viejas y maltrechas instalaciones mineras.
- ¿Qué hacemos aquí? – Jake baja
del coche y me mira.
- Su hijo… - apoyado en la puerta
abierta, miro hacia la cima. – Los dos sabemos donde estará,
¿verdad?
Jake sigue mi mirada con la suya y posa
sus ojos en lo alto de la cima. Baja la vista de nuevo y me
contempla, aun con algo de desconfianza.
- Aun no entiendo cómo lo ha hecho su
gente, señor Braddock, para que Morgan Kyle hiciese la vista gorda
con todo lo sucedido en la Planta Powell… - niega con la cabeza -
No creo que esos amigos suyos de “Wolfram & Hart” hayan
conseguido chantajear a alguien como Kyle…
- No le chantajeamos, señor Dalton –
sonrío – Le ofrecimos un trabajo.
Jake asiente con la cabeza, en
silencio. Mira de nuevo hacía arriba. Parece como si una parte de él
tuviese miedo de encontrarse finalmente con su hijo. Esta vez, con el
de verdad.
- No debe culparse, señor Dalton. Yo
tampoco supe que algo iba mal con Danny hasta que fue demasiado
tarde.
- No es eso lo que me preocupa, señor
Braddock. – mira hacia arriba – Es el vértigo.
- ¿Miedo a las alturas, señor Dalton?
- Al tiempo, Braddock. – me mira y lo
veo sonreír por vez primera – Al tiempo perdido.
- Razón de más para no perder más
tiempo. – respondo a la sonrisa - ¿No cree?
Entro en el coche y cierro la puerta.
Veo como se aleja, venciendo su temor y dirigiendo sus pasos hacia la
montaña.
- ¡Señor Dalton! – alzo la voz para
dejarme oír por encima del motor. El se da la vuelta y me mira.
- Dé las gracias a Danny de mi parte.
- ¿Por qué?
- Por salvarme la vida.
Asiente en silencio y alza la mano a
modo de despedida. Es muy posible que sea la última vez que me vea.
En mi caso, es posible que vuelva a ver a Jake Dalton. Pero será
otro Jake Dalton. Y será en otro mundo.
END OF THE ROAD –
EPÍLOGO (II)
Universo Neverfield.
Cima de la Mina Dalton.
Ahora.
Danny Dalton mira al vacío que hay a
menos de un centímetro de sus piés. Es el mismo abismo por el que
se arrojó el bueno de Fred. Su nombre, de forma inevitable, le lleva
a repasar una amarga lista de amigos perdidos. Primero Fred. Luego
Leonard. Que el mismo ponga fin a su vida casi forma parte del guión.
Contempla sus manos, aun cubiertas por
la sangre reseca de sus víctimas. Cierra los ojos, tratando de
contener las lágrimas. De negar los recuerdos de todo aquello de lo
que fue testigo mientras Sarah Kauffmann dejaba un reguero de muerte
y desolación. Los técnicos y guardias de aquellas instalaciones, la
doctora St. Johns…
… Alma.
Danny abre los ojos, llenos de
lágrimas. Respira con dificultad, sintiendo la angustia y la
desesperación. Ambas le dan fuerzas para dar el paso.
Jake Dalton: No vas a hacerlo.
La voz a su espalda es un freno de
emergencia. Le da las fuerzas necesarias a Danny para darse la vuelta
muy lentamente. Apoyado en el viejo cobertizo, su padre le observa
con los brazos cruzados.
Danny Dalton: ¿Cómo… (reune
fuerzas)… ¿Como estás tan seguro?
Jake no responde. No inmediatamente, al
menos. Camina hasta donde está él, rebuscando en sus bolsillos. Se
coloca a su lado, contemplando la viva estampa de Springfield a vista
de pájaro.
Jake Dalton: No vas a hacerlo, hijo.
Por el mismo motivo por el que yo tampoco lo hice en su momento.
Danny Dalton lo mira.
Jake Dalton: Porque no es aquí donde
acaba la carretera. No en este pueblo de mierda.
Su hijo aun guarda silencio mientras él
rebusca entre sus bolsillos. Saca dos cigarrillos. Uno acaba en su
boca. El otro, entre los dedos de Danny. Jake rebusca un poco más en
sus bolsillos.
Antes de poder recordar donde puso las
malditas cerillas, la llama de un zippo prende a pocos centímetros
de su cigarrillo. En las manos de su hijo, Jake reconoce el mechero
que le dio su padre años atrás.
Y de repente, dieciséis años de
ausencia se desvanecen en el tiempo en que se fuma un cigarrillo.
Danny Dalton: He hecho cosas terribles,
papá.
Jake Dalton: Yo también, hijo. Yo
también.
FIN
END OF THE ROAD –
CRÉDITOS
(En orden de aparición)
The Cast
Jake Dalton – Migue
Torrejón
Charlie
Dalton – Raul Lainez
Paul
Fesster – Gonzalo Martín
Billy
Whitehouse – Mario Baudet
Música de
Brian Tyler, Ben Foster, Hans Zimmer, Murray Gold.
“Neverfield”
Main Theme by Ramin Dwajadi
Written
and Directed by
Ismael D. Sacaluga
END OF THE ROAD – ESCENA TRAS LOS
CRÉDITOS
Universo Sin Catalogar.
En mitad de una frondosa jungla.
Ahora.
“¿Estoy... muerto?”
Es el primer pensamiento que llega a su
mente cuando Billy Whitehouse abre los ojos. Siente el roce de la
vegetación y la tierra mojada en su cara. Escucha el cacareo de un
sinfín de animales que se mueven entre la frondosa vegetación
tropical que lo rodea. Se levanta, notando sus huesos levemente
entumecidos.
Billy Whitehouse (rascándose la
cabeza y mirando a su alrededor): ¿Hola?
La única respuesta es el extraño
graznido de las extrañas alimañas que merodean entre la
impenetrable vegetación reinante. El último recuerdo de Billy es
haber saltado como un suicida contra aquel Danny Dalton poseído.
Luego, la luz púrpura y… Un mosquito del tamaño de un móvil se
posa en su cuello, tratando de beber su rica sangre humana. Billy lo
aparta de un golpe.
Billy Whitehouse (extrañado):
¿Pero qué cóño…?
En su mano, luce un anillo que antaño
fuese dorado brillante. Ahora es de un gris metálico apagado, sin
vida. Pero no es eso lo que más llama su atención: en su antebrazo,
Billy acaba de descubrir lo que en un principio cree que es alguna
clase de erupción en la piel. A medida que lo mira con más
atención, sus ojos se abren de par en par. La supuesta erupción
parpadea emitiendo alguna clase de luz púrpura. La misma que emanaba
del prisma, recuerda. Billy entorna la vista, comenzando a darse
cuenta de que esas “erupciones luminosas” no asumen formas
caprichosas.
Billy Whitehouse (sorprendido):
No me jodas que esto es una… ¿cuenta atrás? Bueno, parece que no
me quedaré mucho tiempo por aquí… (mira para todos lados) Sólo
espero no encontrar problemas mientras esté…
Las esperanzas del joven se desvanecen
cuando un súbito temblor de tierra sacude la tierra, provocando una
desvandada entre las copas de las palmeras próximas. Billy alza la
vista y reconoce las siluetas de lo que, en un principio, ha
confundido con “pájaros”. Pterodáctilos. Cientos de ellos. Y lo
más inquietante no es que sean enormes. Lo inquietante es que huyen
de algo.
Un rugido aterrador esclarece cualquier
duda que pudiera tener el bueno de Billy.
Billy Whitehouse: Mierda…
Los temblores se repiten, cada vez más
cerca. Billy trata de correr pero sus piernas no parecen aun
aclimatadas a su reciente reintegración molecular. Las sacudidas
dejan claro que sea lo que sea está peligrosamente cerca. Su rugido
es tan atronador que casi no deja a Billy escuchar otro sonido.
El sonido de un motor.
Billy gira la cabeza a tiempo de ver
como un impresionante cadillac plateado y descapotable se abre paso a
través de la vegetación. El coche frena a apenas un par de metros
del sorprendido Billy. En su interior, tres jóvenes lucen uniformes
de corte militar. El que lleva en sus manos un rifle de tirador se
levanta las gafas de sol y mira hacia atrás.
Leonard Powell (JurassicField): Creo
que hemos dejado atrás a ese T-Rex, colegas.
Fred Fesster
(JurassicField): Mayor Dalton, señor… (consultando
alguna clase de dispositivo) La señal interdimensional viene de
aquí.
Danny Dalton
(JurassicField): Tengo ojos, Fesster. (sin soltar el
volante) ¡Eh, colega!
Billy apenas si puede señalarse a si
mismo, a modo de pregunta silenciosa.
Danny Dalton
(JurassicField): Sí, ¡tú! (abre la puerta) ¿Subes o
prefieres ser merienda de T-Rex?
Billy sube a bordo del cadillac,
mientras el rugido se escucha cada vez más cerca.
Leonard Powell (JurassicField): ¿De
donde cóño has salido?
Billy Whitehouse (mirando su
antebrazo): No te lo vas a creer.
Fred Fesster
(JurassicField): ¿Le conoce, señor Powell? (mira a Billy)
¿Cómo es posible?
Billy Whitehouse: Eso tampoco te lo vas
a creer.
Danny Dalton (JurassicField): Dejad la
cháchara y agarráos… (se calza unas gafas de sol) Próxima
parada, Springfield.
El cadillac acelera mientras un
terrorífico Tyranosaurus Rex irrumpe, llevándose por delante
palmeras y vegetación a partes iguales. Cabalgándolo, un androide
luciendo uniforme nazi empuña victorioso una katana envuelta en
energía azulada.
Androide (con la voz electrónica de
Marcus Vanister): ¡ATRAPAD A LOS REBELDES! ¡QUE NO ESCAPEN!
Billy Whitehouse (alucinado):
¿Dónde cóño me he metido?