domingo, 29 de abril de 2012

Sesión 02-04-12 - END OF THE ROAD (2 de 6)


4x02 – NEVERFIELD: END OF THE ROAD

Plaza Lincoln. Sprinfield.
22 horas, 19 minutos para la activación del Reactor.

Jake Dalton había imaginado muchas veces cómo sería su regreso a Springfield. Más de quince años en la cárcel dan para mucho imaginar. Gritos de asesino, por supuesto. Botellas y otros objetos arrojados contra él, por descontado. Pero jamás imaginó que un silencio como aquel pudiera ser tan devastador. La Plaza Lincoln está atestada: no sólo los periodistas y cadenas de televisión estatales han venido a cubrir el evento. Todos los curiosos del condado han movido su culo hasta allí. La triste realidad es que la inmensa mayoría de ellos no está aquí por los chicos desaparecidos. La mayoría sólo han venido para ver si era cierto. Ver si Jake Dalton tenía los huevos de aparecer en persona.

Jake Dalton sale del viejo Impala de su hermano, sintiendo que en cualquier momento alguien romperá el silencio. Quizá sea el estampido de un rifle, en una azotea cercana. Y sus sesos desparramados sobre el capullo de Charlie. Pero nada de eso ocurre. Al menos, de momento. Cuando sus ojos se encuentran con los del viejo sheriff Thompson, comprende que él piensa lo mismo.

Sheriff “Rayo” Thompson (un apretón de manos): Jake… Ha pasado mucho tiempo.
Jake Dalton: Sheriff…
Sheriff “Rayo” Thompson (mirando a la silenciosa multitud) Espero que no haya problemas…
Charlie Dalton: Nah, Sheriff. Veo que tiene controlada a la peña.
Sheriff “Rayo” Thompson (sin dejar de mirar a Jake) No es la gente la que me preocupa, Charlie.

Sobre el escenario, el alcalde Roswald Sullivan se ajusta su traje de los domingos y trata de peinar los escasos tres pelos que cubren su calva. Adora tener tanto público y eso se deja entrever en el torpe discurso que lanza para abrir el ceremonial. Jake y Charlie Dalton entran en la zona reservada para los invitados: un puñado de hileras de sillas plegadas frente a una tarima de discursos y un monolito cubierto por una lona.

Charlie Dalton (susurra a su hermano): Ahí llega el hijo de puta mayor del reino…

Jake comprueba como Devon Powell se detiene en mitad del pasillo, apretando las manos en señal de condolencia de otro de los afectados padres, Paul Fesster. Los comentarios son tan afectuosos que casi parece que Powell no hubiera perdido a un hijo en la desaparición.

Charlie Dalton (susurrando): Te apuesto una botella de mi mejor tequila casero a que ese cabrón de Powell aprovecha el discurso para hacer publicidad de su nueva planta industrial…

No llega a terminar la frase: Charlie se da cuenta casi demasiado tarde que Devon Powell y su pequeña legión de guardaespaldas se encuentra ya a su lado. El viejo Devon Powell se apoya en su bastón, haciendo un esfuerzo por disimular el dolor de su pierna. Tiende la mano a Jake y éste retiene su saludo el tiempo suficiente como para hacerle sentir incómodo.

Devon Powell: Dalton…
Jake: Powell.

El apretón de manos, captado por infinidad de cámaras, resulta para ambas partes tan agradable como el rechinar uñas sobre pizarra. Uno es el hijo pródigo de Springfield, el que casi acaba con el pueblo. El otro, es el hombre que lo salvó. Lo que no está claro es quien es quien.

Plaza Lincoln. Springfield.
21 horas, 56 minutos para la activación del Reactor.

Paul Fesster (fuera de sí): ¡Esto es intolerable!
Alcalde Roswald Sullivan (tapando el micrófono): Por favor, señor Fesster… Paul… No ponga las cosas más difíciles.

El murmullo se apodera de la concurrencia al tiempo que empiezan a escucharse los primeros silbidos de protesta. Mientras su hermano Charlie se levanta, gritando contra la interrupción del acto; Jake no se mueve. Se limita a mirar con mucha atención cómo la comitiva de Devon Powell y sus guardaespaldas procede a abandonar la ceremonia. Los ve pegados a sus móviles. Algo gordo ha tenido que suceder. La atención de Jake aumenta cuando se percata de que alguien más se va con Powell y compañía.

Jake Dalton (señalándola): ¿Quién es?
Charlie Dalton: ¿Esa pava? (agudiza la mirada) Ni idea, colega. ¿Una scort pagada por Powell? ¡Qué se yo! Pero, ¿has visto eso? El hijo de perra de Powell convierte el discurso en memoria de su hijo en jodida publicidad para la inauguración de la planta de energía. ¡Y ahora van y cortan al pobre Fesster cuando recuerda a su hijo! ¿¡Vas a quedarte ahí parado!?
Jake Dalton: Ni de coña.

Pero mientras Paul Fesster sigue luchando por mantenerse en el escenario, acusando – con toda la razón del mundo – de injusta la interrupción del evento; Jake camina en dirección a la salida. Antes de poder alcanzarlos, ve como la chica entra en la limusina de Devon Powell. Es joven, no más de treinta años. Afroamericana y muy atractiva. Viste un elegante traje de color gris y oculta sus ojos en gafas de sol. Un guardaespaldas de Powell se interpone antes de que Jake pueda decir nada.

Jake Dalton (llamándolo por encima del guardaespaldas): ¡Powell!
Devon Powell (mientras sube al coche): Dime una cosa, Dalton… (lo mira antes de subir) ¿Qué harás con las últimas horas de libertad que te quedan en esta vida?
Jake Dalton: No temas, Powell… Tendré tiempo para visitarte.

Jake observa como la limusina se aleja. Corriendo, con la compostura ya completamente perdida, llega un iracundo Paul Fesster. Jake lo mira y apenas si puede reconocer al hombre serio y estable al que conoció más de quince años atrás. Uno de los pocos que creyeron en él.

Paul Fesster (iracundo): ¡Powell! ¡POWELL!
Jake Dalton: Es inútil, Paul. (lo mira) Paul Fesster… Cuanto tiempo.
Paul Fesster (lo mira de arriba abajo, como quien ve a un fantasma): Jake… Jake Dalton. (trata de recuperar la compostura) Yo… yo… (tose) Siento lo que pasó… Mi periódico no…
Jake Dalton: Paul… (pone su mano en el hombro) Casi pierdes el periódico por salir en mi defensa hace quince años.
Paul Fesster (señala la limusina de Powell): Ese bastardo… (rebusca su móvil en su chaqueta y topa antes con una petaca plateada) Perdona… (la vuelve a guardar, algo avergonzado hasta dar con el móvil) Vamos a ver a donde va…
Jake Dalton (mientras marca el número): ¿Tienes forma de rastrearlo con tu móvil?
Paul Fesster: Algo así… (alguien contesta al otro lado) ¿Whitehouse?

Alrededores de la Mansión Powell.
21 horas, 4 minutos para la activación del Reactor.

Aferrado a una de las ramas más altas del robusto árbol, Billy Whitehouse deja de pensar por un momento en la cantidad de problemas legales que le puede acarrear el hecho de que lo pillen fisgoneando en plan paparazzi. Por un segundo, deja de preocuparse por la pesadilla legal que podría desencadenar Devon Powell sobre el periódico del señor Fesster. Y luego iría a por Tío Johnatan y Tía Martha. Todo eso pasa a un segundo plano cuando por tercera vez, Billy está a punto de caer desde lo más alto del árbol.

Al otro lado del muro, la orgullosa mansión Powell parece siniestra incluso con el brillante sol del mediodía haciendo brillar las aguas de su lago privado, iluminando sus muros victorianos cubiertos de hiedra. Un par de guardaespaldas trajeados montan guardia en los jardines de la parte de atrás. Tan profesionales y atentos como los cuatro que custodian la parte frontal.

Billy lleva casi tres cuartos de hora allí escondido. Lo cierto es que al principio fue emocionante: estaba a punto de salir a Lincoln Square para tomar buenas fotos de la ceremonia cuando le llamó su jefe, el señor Fesster. Y le soltó la clásica frase que todo jovenzuelo aspirante a periodista quiere escuchar.

Paul Fesster (por teléfono): Billy, quiero que cojas la motocicleta de reparto y que sigas a la limusina de Devon Powell.

Y lo cierto es que no fue difícil. Si le vieron, probablemente los guardaespaldas de Powell pensarían que no podía haber nada menos amenazante en esta vida que el joven Billy subido en su motocicleta y calzado con su casco de protección reglamentario. Como digo, fácil.

Al menos, hasta que llegaron al cruce de Main Street con la vía del tren. En ese punto había un todoterreno negro esperando a la limusina. De ella bajaron dos guardaespaldas y una mujer joven a la que subieron al otro coche. A Billy le resultó vagamente familiar pero no consiguió situarla. Entonces, la limusina siguió su rumbo en dirección sur, a la planta Powell. Y el todoterreno tomó el viejo camino de la mina Dalton. Billy podría haber llamado de vuelta a su jefe, podría haber tirado una moneda al aire… Pero en su lugar prefirió arriesgarse y seguir su instinto periodístico.

Y por eso llevaba aburrido los últimos veinte minutos, apostado como un triste paparazzi en lo alto de aquel árbol. Desde que metieron a la mujer joven en el interior de la mansión, no había habido movimiento alguno. Billy comenzaba a pensar que se había equivocado.

Entonces, una machacona sintonía de ocho bits que trataba de parecerse lejanamente al “Highway To Hell” de los AC/DC comenzó a sonar en su móvil. Una milagrosa cabriola le salvó de caer al vacío y contestó en susurros. Al otro lado, la voz nerviosa de Alma Grant estaba a punto de darle la confirmación definitivamente de que la acción estaba en otro lugar.

Billy Whitehouse (tratando de no caer): ¿Alma? En serio… No es buen momento. Si es por el artículo ecologista en contra de la Planta Powell…
Alma Grant (por teléfono, interrumpe): Billy, cierra la boca y escúchame, ¿vale? (Alma nunca había sonado tan convincente) Hay algo que necesito que veas.

Domicilio de los Fesster.
Sótano.
20 horas, 32 minutos para la activación del Reactor.

Charlie Dalton (asombrado, mirando a su alrededor): Fesster, tengo que reconocerlo. Cuando entramos por la puerta de tu casa y tu mujer nos preguntó si habíamos recogido a tu hijo del campamento pensé que no se podía estar peor de la cabeza… (vuelve la vista y mira a Paul) Pero esto lo supera, colega.

Jake golpea la cabeza de su hermano con fuerza, haciendo volar la gorra de los “Bulls” por los aires. En silencio, Paul agradece el gesto a Jake. Sin embargo, la mirada de los dos al entrar en el sótano revela que ambos opinan lo mismo. La diferencia es que Charlie es más bocazas.

Jake Dalton: No has perdido el tiempo, Paul… (observa las paredes cubiertas de anotaciones, recortes, mapas de la zona) ¿Alguna teoría?
Paul Fesster: Demasiadas… (rebuscando entre sus apuntes y los papeles que lo cubren todo) Pero no es eso por lo que os he traído aquí… ¡Aja! (toma uno de los recortes de prensa y lo muestra a los hermanos) ¿La reconocéis?

Ambos miran el fragmento de revista. Es un artículo de ciencia cuya compleja termología lo hace prácticamente ilegible. La foto de su autora es más reveladora.

Charlie Dalton: ¿No es la negra que estaba con Powell? ¿La puta de lujo?
Paul Fesster: Su nombre es Rayna St. Johns. Era una prestigiosa investigadora de la universidad de Los Ángeles hasta que hará cosa de unos siete u ocho meses entró a trabajar en la planta Powell… (el tono de Fesster se vuelve sombrío) Pero estuvo antes aquí, en Springfield.
Jake Dalton: ¿Cuándo?
Paul Fesster: Mira… (muestra otro recorte) Esto es un reportaje que hicimos a las pocas semanas de la desaparición. Hicimos entrevistas a las personas allegadas a los desaparecidos (señala una parte del artículo) Mirad quien respondió en nombre de Marcus Vanister.
Jake Dalton: Rayna St. Johns.
Paul Fesster: Ella fue alumna de Vanister cuando aun era una figura respetada en la universidad de Los Ángeles. Vino cuando la desaparición y se fue al poco tiempo.
Jake Dalton: Y luego volvió contratada por Powell, ¿no?
Paul Fesster: Exacto… (mira ambas pistas) Algo me dice que hay alguna clase de relación. Quizá aquello en lo que trabajaba Vanister, aquella “práctica de ciencias” que hicieron esa mañana…
Charlie Dalton (interrumpiendo): Eh… ¿Tíos? (al teclado del ordenador de Paul Fesster) Creo que deberíais ver esto.
Paul Fesster: Por favor, señor Dalton. Ese equipo es delicado...
Charlie Dalton: Eh, que yo sólo había entrado para buscar un poco de porno en Internet. Vi que tenía correo nuevo con adjunto de video y

Charlie Dalton pulsa el botón y el reproductor de video comienza a cargar un archivo. Paul tiene tiempo para comprobar que el correo ha llegado rebotado desde la cuenta de la redacción. No tiene remitente alguno, tan solo un asunto. “Debe ver esto, señor Fesster”.

Paul Fesster: ¿Qué demonios…?

El video muestra una grabación realizada mediante una videocámara espía, colocada en el interior de un coche. Afuera puede verse un barrio residencial, en algún punto de Outsprings. Delante del vehículo, circula una destartalada furgoneta, una vieja Volkswagen T3.

Charlie Dalton: Esa es…
Paul Fesster: Si. La furgoneta de Marcus Vanister.
Jake Dalton: La fecha… (señala) Mirad.

Los tres sienten un escalofrío cuando ven los números marcando la fecha. Es 19 de Junio de 2010. El día de la desaparición.

El audio retumba y la imagen se satura: de repente, un rayo impacta contra un poste de teléfonos y éste cae a escasos centímetros de la furgoneta. Una chispa desafortunada y la furgoneta se desintegra en medio de un espectáculo visual propio de Light & Magic.
Charlie Dalton: ¿Qué cóño ha sido eso?
La grabación continúa. Quien fuera que estuviera grabando, detiene el coche y baja a la calle. En ese momento se descubre quien estaba a los mandos del vehículo. La imagen es borrosa y se corta justo antes de poder apreciar claramente de quien se trata. Sin embargo, es suficiente para un viejo periodista.

Jake Dalton: ¿Quién demonios es…?
Paul Fesster: Es Kyle. Morgan Kyle… (mira a Jake) El guardaespaldas personal de Devon Powell… y de su hijo, claro.
Charlie Dalton: Esto tiene que ser una broma… Una jodida broma…
Paul Fesster: Algo me dice que no. En todo caso

El teléfono móvil de Paul Fesster le interrumpe.

Paul Fesster (nervioso): ¿Billy? ¿Has seguido a Powell? ¿Dónde estás? (escucha y responde contrariado) ¿En la redacción? ¿Y qué demonios haces ahí? Te dije que… (escucha un poco más) Me da igual si Alma Grant ha vuelto con historias sobre la planta Powell, sólo… que ahora no tengo tiempo, Billy. (mira el monitor del ordenador) Tengo algo grande, Billy.

Sala de revelado del “Springfield Herald”.
20 horas, 22 minutos para la activación del Reactor.

Billy Whitehouse (aun al teléfono): Es lo que trato de decirle, señor Fesster. Una de las fotos que ha traído Alma… (mira la fotografía que sostiene entre manos) Tiene que verla, señor.

Teniendo en cuenta que está tomada desde lo más alto de las torres de refrigeración de la planta Powell, es casi un milagro que pueda verse algo con claridad. Es borrosa y el teleobjetivo ha conseguido que prácticamente todo lo que no sea el centro de la misma apenas si pueda apreciarse. De los dos hombres trajeados que corren de las fuerzas de seguridad del recinto, uno apenas es un borrón.
El otro, sin embargo, es identificable sin posibilidad de error.
Es Daniel Dalton.

CONTINUARÁ...

domingo, 22 de abril de 2012

Sesión 02-04-12 - END OF THE ROAD (1 de 6)

En anteriores temporadas de “Neverfield”…

DEBIDO A UN EXPERIMENTO SIN CONTROL, UN GRUPO DE JÓVENES SE VIO ATRAPADO EN UNA ODISEA ENTRE MUNDOS PARALELOS…

DURANTE EL PRIMERO DE ESOS SALTOS ENTRE DIMENSIONES ALTERNATIVAS, LUCIUS “PERRO LOCO” WASHINGTON FUE EL PRIMERO EN MORIR, SIENDO VÍCTIMA DE UN PODEROSO VAMPIRO…

LA SEGUNDA BAJA DEL EQUIPO SERÍA LA DEL HOMBRE RESPONSABLE DE SU CONDICIÓN COMO NÁUFRAGOS DIMENSIONALES, EL PROFESOR MARCUS VANISTER.

EL TERCERO EN MORIR FUE FRED “FESS” FESSTER, EN UN INFRUCTUOSO INTENTO POR FRENAR EL MAL DESENCADENADO POR UNA OSCURA RELIQUIA, “EL LIBRO DE LAS SOMBRAS”…

CAPTURADOS POR UNA FUERZA INTERDIMENSIONAL PERSONIFICADA COMO EL SINIESTRO BUFETE DE ABOGADOS, “WOLFRAM & HART”; LEONARD POWELL NO SOLO PERDERÁ LA VIDA: SU ALMA ACABARÁ ATRAPADA PARA SIEMPRE.

EL ÚLTIMO DE LOS VIAJEROS ORIGINALES, DANNY DALTON, FUE POSEÍDO POR LA ESENCIA DE UN PODEROSO DEMONIO, QUEDANDO SU ALMA ENCERRADA EN EL INTERIOR DE UN ANILLO.

UNA PROFECIA ASEGURA QUE SERÁ DANNY DALTON AQUEL QUE RETORNE A SU UNIVERSO DE ORIGEN. LA PROFECIA TAMBIÉN ASEGURA QUE SI SUCEDE, SE CONVERTIRÁ EN UN DIOS.

LO ÚNICO QUE NO DICE LA PROFECIA… ES CÓMO SUCEDERÁ.

4x01 – NEVERFIELD: END OF THE ROAD

Universo Neverfield.
Un año y medio después de la desaparición.

“Nos encontramos aquí, en la Plaza Lincoln, el corazón de la pequeña localidad de Springfield. Hace ya un año y medio desde que esta comunidad del medio oeste californiano fuese azotada por la incertidumbre y la tragedia. Un grupo de estudiantes de último año del instituto Mark Twain desaparecían, junto a uno de los profesores del centro, durante lo que se suponía debían ser una práctica de campo. Desde entonces, no ha pasado un solo día en el que esta pequeña ciudad no aguarde el regreso de los suyos…”

Prisión Estatal de “San Jerónimo”.
A quince kilómetros del condado de Springfield.
23 horas, 16 minutos para la activación del Reactor.

Para cuando su celda se abre con su inevitable y estridente pitido, Jake Dalton lleva horas despierto. Los guardias inspeccionan la celda así como las ropas que le han permitido lucir para la ocasión. Minutos después camina a lo largo de una galería mientras siente las miradas silenciosas de sus ocupantes. Hay rencor en la mayoría, lástima en unas pocas… ninguna indiferente. El alcalde Mason lo mira a través de sus anteojos de catequista, mientras colocan a Jake la tobillera localizadora. Cuando ha terminado, el hijo de perra de Mason le sonríe.

Alcalde Mason: Más te vale que disfrutes de tus cuarenta y ocho horas de libertad, Dalton. Serán las últimas… (susurra lo siguiente) A menos que tengas más hijos que sacrificar, ¿verdad?

Jake Dalton se limita a mirar al frente, mientras las puertas principales se abren con un chirrido metálico. El polvo del desierto se le pega a la pernera del pantalón y la luz del sol le ciega el tiempo suficiente como para no ver con claridad al hombre que lo espera, apoyado sobre un viejo Chevrolet Impala negro. Deja que el saludo torpe de su hermano Charlie caiga en saco roto.

Charlie Dalton (escupiendo al suelo): Yo también me alegro de verte, joder. ¿Te parece si vamos a por unos chupitos de tequi…?
Jake Dalton: Conduce, Charlie. (lo mira como quien mira un pedazo de mierda en el asfalto) Sólo conduce.

Charlie muerde su cigarro barato y murmura algo parecido a “a la orden, señor”. Jake se limita a mirarlo con una mezcla de resignación y asco. Acto seguido suben a bordo del coche, sin mediar palabra. En más de quince años no se han dirigido la palabra. Lo cierto es que Jake Dalton no ha hablado con nadie de Springfield en casi veinte años.
El hijo pródigo vuelve a la ciudad…

“Y será aquí, en la céntrica plaza Lincoln, donde en breves momentos tendrá lugar la inauguración de una placa conmemorativa en honor a los desaparecidos. Entre ellos, les recordamos, se encontraban los hijos de dos personalidades que han sido clave para la historia reciente de Springfield. Por un lado, Danny Dalton, hijo de Jake Dalton, antiguo propietario de las minas Dalton y principal responsable de la catástrofe minera conocida como “Viernes Negro”, que costó la vida de casi doscientos trabajadores. Otro de los desaparecidos es Leonard Powell, hijo del multimillonario filántropo Devon Powell…”

Domicilio de los Fesster.
23 horas, 2 minutos para la activación del Reactor.

Paul Fesster desconecta la radio. A un veterano periodista como él no debería sorprenderle que los apellidos Dalton y Powell eclipsen al resto en las noticias. Al fin y al cabo son esos dos apellidos los que venden periódicos. Paul se incorpora con los ojos irritados: apenas si ha podido pegar ojo. Lo cierto es que se ha acostumbrado a dormir en el camastro del sótano. Le gusta tener sus anotaciones a mano… aunque éstas cubran las cuatro paredes de lo que antaño fuese el viejo taller de ebanistería de Emily. Desgraciadamente, para Emily la ebanistería es una de esas cosas que pertenecen al pasado. Como su cordura.

Emily: ¿Paul?

Paul se detiene en el umbral de la puerta. Rezaba para no tropezarse con ella. Ya es bastante duro verla postrada en su mecedora, sumida la mayor parte del tiempo en un trance narcótico por culpa de la medicación. Paul se da la vuelta.

Emily: Paul… ¿Por qué llevas el traje de los domingos? Hoy… No es domingo.

La mujer que le observa desde la cocina, aferrando una taza de té caliente, no es la misma con la que se casó. Aquella mujer murió cuando se confirmó que su hijo había desaparecido. La crisis nerviosa la dejó al borde del colapso. La culpa y los narcóticos hicieron el resto. Paul sabe que no puede decirle la verdad. No puede decirle que va a un homenaje en honor de su pequeño desaparecido. No puede hacer eso… sin partirle el corazón. Sin dar un nuevo golpe a su ya delicada psique.

Paul: Cariño, yo…
Emily: Oh, qué tonta… (sonríe de una forma tan cándida que Paul está a punto de echarse a llorar) Vas a recoger a Fred del campamento de los Scouts, ¿verdad?

Paul se queda paralizado durante un segundo. No tiene fuerzas para mentir a su mujer. Por suerte, no necesita hacerlo.

Emily (sonriendo): Imagino que llegaréis tarde… Dale un beso de mi parte a mi pequeño Fred, ¿quieres? Le echo tanto de menos…

Con pasitos cortos, casi arrastrando los pies, Emily regresa a la cocina. Paul la ve alejarse, con el alma a ras de suelo. Cuando sube a la ranchera familiar, conecta de nuevo la radio. Antes de arrancar el motor, abre la guantera. Una petaca plateada le devuelve la mirada de consuelo. Si no se toma una copa, no cree poder tener fuerzas para ir a esa ceremonia fúnebre.

“Aunque todo el pueblo ha mostrado su apoyo para con las familias afectadas, lo cierto es que no han faltado voces de protesta. Muchos consideran que este evento ceremonial, financiado en gran parte por Industrias Powell, puede acabar convirtiéndose en publicidad encubierta para la nueva planta de energías alternativas que el conglomerado multinacional del propio Devon Powell ha construido aquí, en Springfield. Una planta que desde sus orígenes ha estado rodeada de incertidumbre y misterio. Desde el accidente que hace cosa de un año estuvo a punto estuvo de cerrar las anteriores instalaciones metalúrgicas de la Powell Corporation; muchas voces se han alzado en contra de esta nueva iniciativa del magnate energético…”

Oficinas del “Springfield Herald”
22 horas, 58 minutos para la activación del Reactor.

Tendido sobre la mesa de maquetación, Billy Whitehouse dormita sobre los titulares del día siguiente. Abre los ojos cuando el móvil comienza a emitir los primeros compases de una vieja canción country. Tia Martha. Billy trata de agarrar el móvil, que se desliza entre sus dedos amenazando con derramar el termo de café sobre las planchas de impresión.

Tía Martha (por teléfono): ¿Billy? Cariño, ¿otra vez te has quedado a dormir en las oficinas del periódico?
Billy Whitehouse: No… Quiero decir, sí, tía Martha.
Tía Martha (por teléfono): ¡Voy a tener que hablar seriamente con el señor Fesster! ¿Me oyes, Billy? ¡No te paga lo suficiente como para tener tantas horas trabajando…!

Billy Whitehouse mira el resto de la redacción del periódico. Aun recuerda cómo bullía de vida aquella gran sala durante los primeros meses de la desaparición. El señor Fesster reclutó a un buen puñado de periodistas y reunió a todo un puñado de becarios con los que poner patas arriba hasta la última piedra del condado. Algunos como el propio Billy no lo hicieron por amor al periodismo. Lo hicieron porque eran amigos de los desaparecidos.

Tía Martha (por teléfono): Soy la primera en lamentar lo que le pasó al hijo del señor Fesster, cariño. ¡Pero eso no le da derecho a tenerte trabajando como un esclavo, no Señor!
Billy Whitehouse: Lo sé, Tía Martha. Y no. No he olvidado que tengo que ayudar a Tío Johnatan con el granero...
Tía Martha (por teléfono): Cariño, quiero que vuelvas a casa ya mismo. ¡Y no tomes por Lincoln Street! ¡No quiero que te metas en mitad de todo ese jaleo!

Jaleo. Si había algo en esta vida que Billy Whitehouse estaba acostumbrado a evitar era el “jaleo”. Lo cierto es que apenas si llevaba unos meses viviendo en Springfield cuando estalló el escándalo de los desaparecidos. Al principio pensó que eso le pondría las cosas más difíciles a la hora de pasar desapercibido. Nada más lejos de la realidad: con tanto agente federal rondando los primeros meses, Billy jamás se sintió más seguro. Y para cuando dejaron la investigación y todo volvió a su cauce, Billy había conseguido hacerse un hueco en la redacción del periódico. No es que el periodismo fuese la pasión de su vida... pero se dio cuenta que prefería ser el que hiciese las preguntas en lugar de ser quien las contestaba.

Toma su mochila y el casco de su motocicleta, cerrando la doble puerta de la redacción. Apenas si ha terminado de bajar las escaleras que llevan al acceso lateral del edificio, al lado de Lincoln Square, cuando siente la muchedumbre allí reunida

Billy Whitehouse: ¡La ceremonia! (no podía creer que se le hubiera podido olvidar) ¡El señor Fesster me matará si no hago al menos un par de fotos!

Vuelve sobre sus pasos y entra de nuevo en la redacción. Rebusca entre el caos reinante en su mesa, lleno de papeles sobre la nueva planta de Industrias Powell y “posts it” en los que se puede leer “llamar a Alma”. Encuentra la cámara digital que Tío Johnatan le regaló en navidades. A punto está de mirar la pantalla cuando su móvil suena de nuevo. “Jefe” aparece en la pantalla luminosa y Billy trata de improvisar una buena excusa para el Señor Fesster…

Billy Whitehouse: ¡Señor Fesster! ¡Ya sé lo que va a decirme! ¿Y sabe qué? ¡Que tiene razón! ¡Ya debería estar en la ceremonia tomando fotos!

Billy Whitehouse sigue esgrimiendo excusas mientras sale de la redacción a toda prisa. Lo bastante como para no fijarse en que un nuevo mensaje acaba de aparecer en la bandeja de entrada de su ordenador.

CONTINUARÁ...

domingo, 15 de abril de 2012

END OF THE ROAD - PRÓLOGO

Universo Neverfield.

Comisaría de Springfield. Complejo de Celdas.

Ahora.

-¿Señor Dalton?

Recostado en su camastro, Charles Dalton Jr. – más conocido en todo Springfield como “Charlie” Dalton – me mira entrecerrando sus ojos. Por un segundo temo que me haya reconocido. Puede que sean los casi dos años y medio que han podido pasar desde que pudo ver mi cara en alguna otra parte. También puede ser el tequila barato que durante años ha ido erosionando su cerebro. O puede que sea por culpa de las gafas: todos dicen que me quedan tan mal que casi me dejan irreconocible. Sea lo que sea, Charlie parece incapaz de identificarme. Mejor así.

- ¿Quién cóño es usted? – Murmura mientras se rasca la cabeza, calzándose su gastada gorra de los “Bulls” de Chicago.

- Soy su… abogado, señor Dalton – me siento en la silla plegada que me han dejado ante su celda.

- ¿Abogado? – Me mira a través de las rejas con tal desconfianza que casi parece que fuese a mi quien estuviese acusado de asesinato. – Le aseguro que no tengo la pasta para permitirme un abogado. Y mucho menos uno que lleve un traje como el suyo...

- Pues ahora lo tiene. – coloco sobre mis piernas el maletín, abriéndolo y sacando los informes – Debería aprovecharlo, Señor Dalton.

- Mira, amigo… Me duele la cabeza, ¿vale? ¿Podríamos dejarlo para...?

- Señor Dalton, me temo que voy a tener que pedirle que me cuente lo que pasó.

- Está todo en mi declaración, ¿vale? – se recuesta de nuevo en el camastro - ¿Por qué no se lo pide al viejo sheriff Thompson?

- Ya he leído su declaración, señor Dalton. – sostengo el informe ante él – Preferiría escucharlo en persona...

Suspira y, sin dejar el camastro en el que se ha recostado, Charlie Dalton se levanta la visera y mira al techo.

- Así que quiere saber lo que pasó, ¿no? – vuelve a suspirar – Joder... ¿Por donde empezar?

- ¿Qué le parece por el principio? – Y activo mi grabadora.

- Podría decirle que todo empezó hace año y medio, con la desaparición de los chavales. – toma mi silencio como ignorancia sobre los hechos: eso le sorprende y me mira - “¿Los Cinco de Springfield?” ¿No lo recuerda? Joder, salió en la mitad de los periódicos del puñetero país.

- Se refiere a la desaparición de Leonard Powell, Frederick Fesster, Lucius Washington y su propio ahijado, el señor Daniel Dalton...

- Y Vanister, colega. No te olvides del puñetero profesor de ciencias...

- Por lo que he podido averiguar... – le muestro algunos recortes de prensa – Creo que usted tuvo sus propias opiniones sobre lo que pudo ocurrir, ¿no?

[Fragmento de Video: testimonio de Charlie Dalton en el conocido magazine matinal “Buenos Días, Los Ángeles”]

Charlie Dalton: ¿Qué cual es mi teoría? Te lo diré muy claro, Mónica. Fue ese tipo, Vanister. Ese tío no es más que un pedófilo que ha hecho su agosto, vendiendo a esos pobres chavales a algún jeque árabe o judío millonario de Hollywood para sus movidas sexuales. Eso es lo que creo, sí señor.

- Mire, esas declaraciones que hice... – Charlie se incorpora y se quita la gorra. Casi parece avergonzado. – Esa gente puso dinero sobre la mesa, ¿vale? Y además... – vuelve a levantarse, recuperando su pose de dignidad - En el pueblo casi todo el mundo sacó tajada. La gente de la tele montó un auténtico circo en torno a la desaparición de los chavales, ¿de acuerdo? Pregunte por ahí, pregunte.

- No estoy aquí para juzgarle, Charlie... – le miro tratando de calmarlo - ¿Puedo llamarlo Charlie?

- Puede llamarme Katherine si me saca de aquí, abogado. – vuelve a sentarse en el camastro – Pero si, la cosa estuvo muy movida por Springfield durante al menos un par de meses.

- ¿Y después?

- ¿Después? – Charlie esboza una sonrisa irónica – Después algún gilipollas en Nebraska resultó ser un asesino en serie y la tele encontró su nuevo caramelo. La prensa se piró a las ocho semanas. Y el FBI cerró el caso pasados los tres meses. Así que...

- Era su sobrino, ¿no?

- ¿Cómo dice?

- Uno de los desaparecidos. “Daniel Dalton”. ¿Era su sobrino?

- Si. El chico... – se quita de nuevo la gorra, como si hablase de un difunto – Tenía huevos, ¿sabe? Era un cabrón testarudo, si señor. Igual que su padre.

- Jake Dalton... – repaso mis notas como si me hiciera falta para reconocer ese nombre – Toda una celebridad en Springfield, ¿no?

- Es él quien tendría que estar entre rejas, ¿vale? – me espeta Charlie, súbitamente iracundo, dando vueltas por la celda.

- La policía estatal sigue buscando a su hermano, Señor Dalton... – me ajusto las gafas – Pero agradecería que nos centrásemos en usted... Y en lo que fuera que le llevó a matar a Devon Powell.

Charlie se detiene en cuanto escucha ese nombre. Me mira con cierta inquietud, nervioso.

- Oiga, ¿no tendría un cigarrillo? – me lo pide como quien pide un salvavidas.

- No, lo siento – le muestro mis manos, con dedos limpios de nicotina – No fumo.

- Ya... Cojonudo... – Suspira y vuelve a sentarse. – Mire, yo... No quería matarlo, ¿vale?

- Entonces, ¿por qué disparó contra él? ¿Por qué entró en esas instalaciones industriales? – repaso mis notas – Creo que hirió de gravedad al menos a tres agentes de seguridad. Dos de ellos aun siguen en el hospital gracias a su pericia con la escopeta...

- Oiga, amigo. – me mira con rencor – ¿No es usted mi abogado?

- Lo soy, lo soy... – trato de calmarlo – Pero debe afrontar, Charlie, que a día de hoy y con el resto de los implicados desaparecidos... Usted es el único que queda para contar lo que pasó.

La celda se queda en silencio, con su único ocupante debatiéndose entre mandarme a paseo y afrontar cadena perpetua o contarme qué pasó. Casi puedo escuchar los resortes de la cabeza de Charlie Dalton llegando a la única conclusión razonable.

- Esta bien, abogado... Pero se lo advierto. – se incorpora sentándose en el camastro. – No va a creer lo que voy a contarle.

viernes, 13 de abril de 2012

Teaser Poster - NEVERFIELD: END OF THE ROAD

Primer poster promocional para la miniserie "NEVERFIELD: END OF THE ROAD".

miércoles, 11 de abril de 2012

NEVERFIELD: END OF THE ROAD - Preludio

Fortaleza de Westmoore Hall, a treinta kilómetros de Londres.

Residencia de verano de Enrique VIII

Año de Nuestro Señor 1535

Emisario Real (leyendo de un pergamino) Ante los ojos de nuestro Señor y de nuestro rey, Enrique VIII, se hace saber al acusado que por los cargos de asalto, robo, espionaje y alta traición se le ha condenado a morir… (aparta sus ojos del pergamino y mira al reo encapuchado que, de rodillas, tiene su cabeza apoyada en un tocón)… decapitado. Que Dios se apiade de su alma.

Dicho eso, un súbito silencio se apodera de la concurrida plaza de armas de la fortaleza. Tan sólo el graznido de un grajo rompe la quietud del momento. Ni los soldados que aguardan en lo alto de las murallas, ni los casi doscientos plebeyos – entre campesinos, artesanos y soldados – que se han reunido en torno al cadalso, prestos a presenciar el ajusticiamiento… ¡ni tan siquiera el propio Enrique VIII, que desde la balconada real, presencia la ceremonia en compañía de su esposa, Ana Bolena! Nadie osa romper el silencio…

Emisario Real (retirando la capucha al condenado): ¿Tiene algo que decir el condenado?

El peculiar individuo, de pelo castaño y ojos saltones, se limita a sonreír.

El Doctor (mirando a su verdugo): Claro que tengo algo que decir… (alza la vista hacia el palco real) ¡Ahora, profesor Vanister!

Apenas ha terminado de pronunciar la frase, cuando uno de los guardias que custodia a Ana Bolena levanta la vista, rebelando una clase de anteojos que no se fabricarán hasta dentro de unos cuantos siglos. Con un movimiento rápido, toma a la escandalizada dama como rehén poniendo su rapier en el cuello de la mujer.

Profesor Vanister (NE): Lo siento, caballeros… (ante los guardias que desenvainan sus armas ante él) Pero voy a tener que pedirles que tiren sus espadas (aprieta un poco su cuchillo contra el cuello de la reina) Por favor.

A varios metros por debajo, al nivel de la plaza fuerte de la fortaleza, el caos reina entre los asistentes. El Doctor aprovecha para desembarazarse del verdugo y de los guardias que lo custodiaban en lo alto del cadalso. El profesor Vanister, habiendo comprobado que su peculiar compañero de viaje por el espacio y el tiempo ha conseguido – una vez más – salvar el pescuezo; decide que es hora de prescindir de su rehén.

Profesor Vanister (NE): Tendrá que disculparme, señora… (con un movimiento rápido de su rapier corta el colgante que lleva al cuello Ana Bolena) Pero no creo que su cuello vaya a necesitar esto mucho más tiempo…

Enrique VIII: ¡Por todos los hijos de Inglaterra! ¡Matad a los espias! ¡Matadlos!

La iracunda voz del monarca surte el efecto deseado en sus soldados, que no tardan en acorralar a los dos intrusos en lo más alto de las murallas. Ambos, tanto el Profesor Vanister como ese extraño viajero del tiempo al que conocen en medio universo sencillamente como “El Doctor”; los dos acaban acorralados con el abismo a un lado y toda una tropa de soldados de la corona inglesa al otro.

Profesor Vanister (NE): Muy bien, Doctor… ¿Cuál es el plan ahora?

El Doctor: ¿El plan? (mira al abismo: más de quince metros de caída con un foso repleto de picas y cadáveres ensartados) Saltar, por supuesto.

Profesor Vanister (NE): Está de broma, ¿no?

El Doctor (saltando al vacío): Allons-Y!!!

El profesor Vanister siente el tirón de su manga cuando el Doctor le aferra al tiempo que la gravedad hace el resto: se precipitan en el aire hacia una muerte segura. Sin embargo, y como el profesor Vanister ha comprobado en los últimos meses de viaje espacio-temporal, cuando se trata de “El Doctor”, ninguna muerte es segura.

A menos de cuatro metros de unas afiladas picas de acero, con su peculiar murmullo metálico, una cabina telefónica de la policía comienza a materializarse. Las puertas se abren para dejarlos pasar al interior de una surrealista nave que viaja a través del espacio y el tiempo. “El Doctor” la llama simplemente “TARDIS”.

El Doctor (incorporándose en el interior de la TARDIS, sano y salvo): ¡Tardis, dulce Tardis! (manipulando los mandos a toda prisa) ¡Justo a tiempo!

Profesor Vanister (NE): ¿Me está diciendo que éste era su plan de huida?

El Doctor: Lo cierto es que nunca pensé que sería necesario huir.

Profesor Vanister (NE): Claro. ¿Quién iba a pensar que al intentar robar el collar de Ana Bolena ibamos a necesitar un algún plan de huida?

El profesor Vanister se desprende de las pesadas placas de la armadura y del resto de piezas de su disfraz como guardia real de la corona inglesa. Sostiene entre los dedos el colgante de diamantes y rubíes de Ana Bolena.

Profesor Vanister (NE): Sigo sin comprender, Doctor, cómo podrá ayudarme a volver a mi universo este colgante.

El Doctor (arrebatándole de las manos el colgante): Sencillo. Porque no es un colgante… (le arranca las joyas y las tira al suelo como si fuesen basura: muestra orgulloso el soporte de las gemas) ¡Es tecnología alienígena! ¡Un chip Slarnaak, para ser exactos!

Profesor Vanister (NE): Pero, pero… Lo tenía Ana Bolena…

El Doctor (colocando el chip entre el cableado de la TARDIS) Ah, tranquilo. Ella también es una Slarnaak.

Con un chasquido, el chip encaja en los resortes de la TARDIS y las luces de la estancia adquieren una suave tonalidad verdosa, parpadeante. Los dispositivos ronronean rítmicamente y el Doctor sonríe satisfecho.

El Doctor: Si, mi amigo y profesor Vanister… (pasa el brazo por su hombro) Ahora sí podemos llevarle de vuelta a casa.

Profesor Vanister (NE): Pero usted dijo que era imposible. Quiero decir… (se ajusta nervioso sus gafas) ¡mi universo está desincronizado todo un año con respecto al resto de las tierras alternativas!

El Doctor: Exacto. Y eso significa a) todo lo que ocurre en otros universos, en el suyo ha ocurrido un año antes. Y b) que hace falta un chip Slarnaak para que la preciosa TARDIS pueda llevarnos allí.

Profesor Vanister (NE): Un momento… (las piezas comienzan a encajar en su cabeza) Dice usted que puede… ¿que puede llevarnos a nuestro universo de origen?

El Doctor: ¿Qué si podré llevarlos? Profesor… ¡Acabo de hacerlo!

Antes de acabar su frase, la TARDIS se detiene súbitamente. Por un segundo, sus dos ocupantes están al filo de perder el equilibrio.

El Profesor Vanister mira hacia la puerta de salida. Durante un segundo sus pies no le obedecen. Siente una inquietud en la boca del estómago. Tiene miedo a que se rompan sus expectativas: a que todo sea un sueño. Lleva tanto tiempo esperando poder decirle a Ben que podrá por fin cumplir con su promesa. Hace ya muchos saltos entre dimensiones que tendría que haberlo hecho. Y ahora, por fin, gracias a ese misterioso vagabundo espaciotemporal conocido como “El Doctor”, está a un paso de lograrlo.

Su mano reposa inquieta sobre el picaporte de la TARDIS. Un giro y abrirá las puertas a su mundo de origen. Su hogar.

El Profesor Vanister contiene la respiración. Siente que el viaje está a punto de terminar. Gira el picaporte y…

El Doctor (presa del pánico): ¡¡¡NOOOOO!!! ¡No lo…!

Apenas ha presionado el picaporte cuando las puertas se abren de par en par. Al otro lado, la nada. La más absoluta oscuridad. El Profesor Vanister siente como una fuerza irresistible trata de engullirlo y llevarlo a esa inmensidad negra, silenciosa e infinita. Con unos reflejos que casi creía haber perdido ya, Vanister se aferra con toda la fuerza de la que es capaz al picaporte de la TARDIS. No aguantará mucho más. Siente como sus dedos van deslizándose, uno tras otro…

Una micronésima de segundo más tarde, y la propia TARDIS se habría plegado sobre sí misma a causa de la descompresión. Con el estridente sonido de las alarmas, las puertas vuelven a cerrarse, cesando bruscamente toda corriente y haciendo que el cuerpo del Profesor Vanister golpee con fuerza el suelo de la TARDIS.

Profesor Vanister (NE): ¿Qué…? (acepta la ayuda de El Doctor a la hora de ponerse en pie) ¿Qué era eso?

El Doctor: Nada.

Profesor Vanister (NE) (conteniendo la sangre que mana de una brecha en su frente) Doctor, no creo que sea momento para bromas.

El Doctor: No, profesor. Quiero decir que era “Nada”. “LA” Nada. La ausencia de existencia (el Doctor camina hasta la consola de mandos de la TARDIS) Es… Es lo que queda cuando un universo…

Profesor Vanister (NE): Cuando un universo… ¿qué?

El Doctor (una mirada de terror se refleja al comprobar unos datos en la terminal): Por los campos de Gallifrey…

Profesor Vanister (NE): Doctor, por el amor de Dios, dígame…

El Doctor: Según los escáneres de la TARDIS... sucedió hace un año menos un día.

Profesor Vanister (NE): ¿Qué pasó, Doctor? ¿Qué pasó hace un año menos un día?

El Doctor: Su universo, profesor Vanister… Algo lo ha borrado de la existencia.


HA PASADO MUCHO TIEMPO DESDE EL PRIMER SALTO

ES HORA... DE VOLVER A CASA