domingo, 22 de abril de 2012

Sesión 02-04-12 - END OF THE ROAD (1 de 6)

En anteriores temporadas de “Neverfield”…

DEBIDO A UN EXPERIMENTO SIN CONTROL, UN GRUPO DE JÓVENES SE VIO ATRAPADO EN UNA ODISEA ENTRE MUNDOS PARALELOS…

DURANTE EL PRIMERO DE ESOS SALTOS ENTRE DIMENSIONES ALTERNATIVAS, LUCIUS “PERRO LOCO” WASHINGTON FUE EL PRIMERO EN MORIR, SIENDO VÍCTIMA DE UN PODEROSO VAMPIRO…

LA SEGUNDA BAJA DEL EQUIPO SERÍA LA DEL HOMBRE RESPONSABLE DE SU CONDICIÓN COMO NÁUFRAGOS DIMENSIONALES, EL PROFESOR MARCUS VANISTER.

EL TERCERO EN MORIR FUE FRED “FESS” FESSTER, EN UN INFRUCTUOSO INTENTO POR FRENAR EL MAL DESENCADENADO POR UNA OSCURA RELIQUIA, “EL LIBRO DE LAS SOMBRAS”…

CAPTURADOS POR UNA FUERZA INTERDIMENSIONAL PERSONIFICADA COMO EL SINIESTRO BUFETE DE ABOGADOS, “WOLFRAM & HART”; LEONARD POWELL NO SOLO PERDERÁ LA VIDA: SU ALMA ACABARÁ ATRAPADA PARA SIEMPRE.

EL ÚLTIMO DE LOS VIAJEROS ORIGINALES, DANNY DALTON, FUE POSEÍDO POR LA ESENCIA DE UN PODEROSO DEMONIO, QUEDANDO SU ALMA ENCERRADA EN EL INTERIOR DE UN ANILLO.

UNA PROFECIA ASEGURA QUE SERÁ DANNY DALTON AQUEL QUE RETORNE A SU UNIVERSO DE ORIGEN. LA PROFECIA TAMBIÉN ASEGURA QUE SI SUCEDE, SE CONVERTIRÁ EN UN DIOS.

LO ÚNICO QUE NO DICE LA PROFECIA… ES CÓMO SUCEDERÁ.

4x01 – NEVERFIELD: END OF THE ROAD

Universo Neverfield.
Un año y medio después de la desaparición.

“Nos encontramos aquí, en la Plaza Lincoln, el corazón de la pequeña localidad de Springfield. Hace ya un año y medio desde que esta comunidad del medio oeste californiano fuese azotada por la incertidumbre y la tragedia. Un grupo de estudiantes de último año del instituto Mark Twain desaparecían, junto a uno de los profesores del centro, durante lo que se suponía debían ser una práctica de campo. Desde entonces, no ha pasado un solo día en el que esta pequeña ciudad no aguarde el regreso de los suyos…”

Prisión Estatal de “San Jerónimo”.
A quince kilómetros del condado de Springfield.
23 horas, 16 minutos para la activación del Reactor.

Para cuando su celda se abre con su inevitable y estridente pitido, Jake Dalton lleva horas despierto. Los guardias inspeccionan la celda así como las ropas que le han permitido lucir para la ocasión. Minutos después camina a lo largo de una galería mientras siente las miradas silenciosas de sus ocupantes. Hay rencor en la mayoría, lástima en unas pocas… ninguna indiferente. El alcalde Mason lo mira a través de sus anteojos de catequista, mientras colocan a Jake la tobillera localizadora. Cuando ha terminado, el hijo de perra de Mason le sonríe.

Alcalde Mason: Más te vale que disfrutes de tus cuarenta y ocho horas de libertad, Dalton. Serán las últimas… (susurra lo siguiente) A menos que tengas más hijos que sacrificar, ¿verdad?

Jake Dalton se limita a mirar al frente, mientras las puertas principales se abren con un chirrido metálico. El polvo del desierto se le pega a la pernera del pantalón y la luz del sol le ciega el tiempo suficiente como para no ver con claridad al hombre que lo espera, apoyado sobre un viejo Chevrolet Impala negro. Deja que el saludo torpe de su hermano Charlie caiga en saco roto.

Charlie Dalton (escupiendo al suelo): Yo también me alegro de verte, joder. ¿Te parece si vamos a por unos chupitos de tequi…?
Jake Dalton: Conduce, Charlie. (lo mira como quien mira un pedazo de mierda en el asfalto) Sólo conduce.

Charlie muerde su cigarro barato y murmura algo parecido a “a la orden, señor”. Jake se limita a mirarlo con una mezcla de resignación y asco. Acto seguido suben a bordo del coche, sin mediar palabra. En más de quince años no se han dirigido la palabra. Lo cierto es que Jake Dalton no ha hablado con nadie de Springfield en casi veinte años.
El hijo pródigo vuelve a la ciudad…

“Y será aquí, en la céntrica plaza Lincoln, donde en breves momentos tendrá lugar la inauguración de una placa conmemorativa en honor a los desaparecidos. Entre ellos, les recordamos, se encontraban los hijos de dos personalidades que han sido clave para la historia reciente de Springfield. Por un lado, Danny Dalton, hijo de Jake Dalton, antiguo propietario de las minas Dalton y principal responsable de la catástrofe minera conocida como “Viernes Negro”, que costó la vida de casi doscientos trabajadores. Otro de los desaparecidos es Leonard Powell, hijo del multimillonario filántropo Devon Powell…”

Domicilio de los Fesster.
23 horas, 2 minutos para la activación del Reactor.

Paul Fesster desconecta la radio. A un veterano periodista como él no debería sorprenderle que los apellidos Dalton y Powell eclipsen al resto en las noticias. Al fin y al cabo son esos dos apellidos los que venden periódicos. Paul se incorpora con los ojos irritados: apenas si ha podido pegar ojo. Lo cierto es que se ha acostumbrado a dormir en el camastro del sótano. Le gusta tener sus anotaciones a mano… aunque éstas cubran las cuatro paredes de lo que antaño fuese el viejo taller de ebanistería de Emily. Desgraciadamente, para Emily la ebanistería es una de esas cosas que pertenecen al pasado. Como su cordura.

Emily: ¿Paul?

Paul se detiene en el umbral de la puerta. Rezaba para no tropezarse con ella. Ya es bastante duro verla postrada en su mecedora, sumida la mayor parte del tiempo en un trance narcótico por culpa de la medicación. Paul se da la vuelta.

Emily: Paul… ¿Por qué llevas el traje de los domingos? Hoy… No es domingo.

La mujer que le observa desde la cocina, aferrando una taza de té caliente, no es la misma con la que se casó. Aquella mujer murió cuando se confirmó que su hijo había desaparecido. La crisis nerviosa la dejó al borde del colapso. La culpa y los narcóticos hicieron el resto. Paul sabe que no puede decirle la verdad. No puede decirle que va a un homenaje en honor de su pequeño desaparecido. No puede hacer eso… sin partirle el corazón. Sin dar un nuevo golpe a su ya delicada psique.

Paul: Cariño, yo…
Emily: Oh, qué tonta… (sonríe de una forma tan cándida que Paul está a punto de echarse a llorar) Vas a recoger a Fred del campamento de los Scouts, ¿verdad?

Paul se queda paralizado durante un segundo. No tiene fuerzas para mentir a su mujer. Por suerte, no necesita hacerlo.

Emily (sonriendo): Imagino que llegaréis tarde… Dale un beso de mi parte a mi pequeño Fred, ¿quieres? Le echo tanto de menos…

Con pasitos cortos, casi arrastrando los pies, Emily regresa a la cocina. Paul la ve alejarse, con el alma a ras de suelo. Cuando sube a la ranchera familiar, conecta de nuevo la radio. Antes de arrancar el motor, abre la guantera. Una petaca plateada le devuelve la mirada de consuelo. Si no se toma una copa, no cree poder tener fuerzas para ir a esa ceremonia fúnebre.

“Aunque todo el pueblo ha mostrado su apoyo para con las familias afectadas, lo cierto es que no han faltado voces de protesta. Muchos consideran que este evento ceremonial, financiado en gran parte por Industrias Powell, puede acabar convirtiéndose en publicidad encubierta para la nueva planta de energías alternativas que el conglomerado multinacional del propio Devon Powell ha construido aquí, en Springfield. Una planta que desde sus orígenes ha estado rodeada de incertidumbre y misterio. Desde el accidente que hace cosa de un año estuvo a punto estuvo de cerrar las anteriores instalaciones metalúrgicas de la Powell Corporation; muchas voces se han alzado en contra de esta nueva iniciativa del magnate energético…”

Oficinas del “Springfield Herald”
22 horas, 58 minutos para la activación del Reactor.

Tendido sobre la mesa de maquetación, Billy Whitehouse dormita sobre los titulares del día siguiente. Abre los ojos cuando el móvil comienza a emitir los primeros compases de una vieja canción country. Tia Martha. Billy trata de agarrar el móvil, que se desliza entre sus dedos amenazando con derramar el termo de café sobre las planchas de impresión.

Tía Martha (por teléfono): ¿Billy? Cariño, ¿otra vez te has quedado a dormir en las oficinas del periódico?
Billy Whitehouse: No… Quiero decir, sí, tía Martha.
Tía Martha (por teléfono): ¡Voy a tener que hablar seriamente con el señor Fesster! ¿Me oyes, Billy? ¡No te paga lo suficiente como para tener tantas horas trabajando…!

Billy Whitehouse mira el resto de la redacción del periódico. Aun recuerda cómo bullía de vida aquella gran sala durante los primeros meses de la desaparición. El señor Fesster reclutó a un buen puñado de periodistas y reunió a todo un puñado de becarios con los que poner patas arriba hasta la última piedra del condado. Algunos como el propio Billy no lo hicieron por amor al periodismo. Lo hicieron porque eran amigos de los desaparecidos.

Tía Martha (por teléfono): Soy la primera en lamentar lo que le pasó al hijo del señor Fesster, cariño. ¡Pero eso no le da derecho a tenerte trabajando como un esclavo, no Señor!
Billy Whitehouse: Lo sé, Tía Martha. Y no. No he olvidado que tengo que ayudar a Tío Johnatan con el granero...
Tía Martha (por teléfono): Cariño, quiero que vuelvas a casa ya mismo. ¡Y no tomes por Lincoln Street! ¡No quiero que te metas en mitad de todo ese jaleo!

Jaleo. Si había algo en esta vida que Billy Whitehouse estaba acostumbrado a evitar era el “jaleo”. Lo cierto es que apenas si llevaba unos meses viviendo en Springfield cuando estalló el escándalo de los desaparecidos. Al principio pensó que eso le pondría las cosas más difíciles a la hora de pasar desapercibido. Nada más lejos de la realidad: con tanto agente federal rondando los primeros meses, Billy jamás se sintió más seguro. Y para cuando dejaron la investigación y todo volvió a su cauce, Billy había conseguido hacerse un hueco en la redacción del periódico. No es que el periodismo fuese la pasión de su vida... pero se dio cuenta que prefería ser el que hiciese las preguntas en lugar de ser quien las contestaba.

Toma su mochila y el casco de su motocicleta, cerrando la doble puerta de la redacción. Apenas si ha terminado de bajar las escaleras que llevan al acceso lateral del edificio, al lado de Lincoln Square, cuando siente la muchedumbre allí reunida

Billy Whitehouse: ¡La ceremonia! (no podía creer que se le hubiera podido olvidar) ¡El señor Fesster me matará si no hago al menos un par de fotos!

Vuelve sobre sus pasos y entra de nuevo en la redacción. Rebusca entre el caos reinante en su mesa, lleno de papeles sobre la nueva planta de Industrias Powell y “posts it” en los que se puede leer “llamar a Alma”. Encuentra la cámara digital que Tío Johnatan le regaló en navidades. A punto está de mirar la pantalla cuando su móvil suena de nuevo. “Jefe” aparece en la pantalla luminosa y Billy trata de improvisar una buena excusa para el Señor Fesster…

Billy Whitehouse: ¡Señor Fesster! ¡Ya sé lo que va a decirme! ¿Y sabe qué? ¡Que tiene razón! ¡Ya debería estar en la ceremonia tomando fotos!

Billy Whitehouse sigue esgrimiendo excusas mientras sale de la redacción a toda prisa. Lo bastante como para no fijarse en que un nuevo mensaje acaba de aparecer en la bandeja de entrada de su ordenador.

CONTINUARÁ...

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