domingo, 29 de abril de 2012

Sesión 02-04-12 - END OF THE ROAD (2 de 6)


4x02 – NEVERFIELD: END OF THE ROAD

Plaza Lincoln. Sprinfield.
22 horas, 19 minutos para la activación del Reactor.

Jake Dalton había imaginado muchas veces cómo sería su regreso a Springfield. Más de quince años en la cárcel dan para mucho imaginar. Gritos de asesino, por supuesto. Botellas y otros objetos arrojados contra él, por descontado. Pero jamás imaginó que un silencio como aquel pudiera ser tan devastador. La Plaza Lincoln está atestada: no sólo los periodistas y cadenas de televisión estatales han venido a cubrir el evento. Todos los curiosos del condado han movido su culo hasta allí. La triste realidad es que la inmensa mayoría de ellos no está aquí por los chicos desaparecidos. La mayoría sólo han venido para ver si era cierto. Ver si Jake Dalton tenía los huevos de aparecer en persona.

Jake Dalton sale del viejo Impala de su hermano, sintiendo que en cualquier momento alguien romperá el silencio. Quizá sea el estampido de un rifle, en una azotea cercana. Y sus sesos desparramados sobre el capullo de Charlie. Pero nada de eso ocurre. Al menos, de momento. Cuando sus ojos se encuentran con los del viejo sheriff Thompson, comprende que él piensa lo mismo.

Sheriff “Rayo” Thompson (un apretón de manos): Jake… Ha pasado mucho tiempo.
Jake Dalton: Sheriff…
Sheriff “Rayo” Thompson (mirando a la silenciosa multitud) Espero que no haya problemas…
Charlie Dalton: Nah, Sheriff. Veo que tiene controlada a la peña.
Sheriff “Rayo” Thompson (sin dejar de mirar a Jake) No es la gente la que me preocupa, Charlie.

Sobre el escenario, el alcalde Roswald Sullivan se ajusta su traje de los domingos y trata de peinar los escasos tres pelos que cubren su calva. Adora tener tanto público y eso se deja entrever en el torpe discurso que lanza para abrir el ceremonial. Jake y Charlie Dalton entran en la zona reservada para los invitados: un puñado de hileras de sillas plegadas frente a una tarima de discursos y un monolito cubierto por una lona.

Charlie Dalton (susurra a su hermano): Ahí llega el hijo de puta mayor del reino…

Jake comprueba como Devon Powell se detiene en mitad del pasillo, apretando las manos en señal de condolencia de otro de los afectados padres, Paul Fesster. Los comentarios son tan afectuosos que casi parece que Powell no hubiera perdido a un hijo en la desaparición.

Charlie Dalton (susurrando): Te apuesto una botella de mi mejor tequila casero a que ese cabrón de Powell aprovecha el discurso para hacer publicidad de su nueva planta industrial…

No llega a terminar la frase: Charlie se da cuenta casi demasiado tarde que Devon Powell y su pequeña legión de guardaespaldas se encuentra ya a su lado. El viejo Devon Powell se apoya en su bastón, haciendo un esfuerzo por disimular el dolor de su pierna. Tiende la mano a Jake y éste retiene su saludo el tiempo suficiente como para hacerle sentir incómodo.

Devon Powell: Dalton…
Jake: Powell.

El apretón de manos, captado por infinidad de cámaras, resulta para ambas partes tan agradable como el rechinar uñas sobre pizarra. Uno es el hijo pródigo de Springfield, el que casi acaba con el pueblo. El otro, es el hombre que lo salvó. Lo que no está claro es quien es quien.

Plaza Lincoln. Springfield.
21 horas, 56 minutos para la activación del Reactor.

Paul Fesster (fuera de sí): ¡Esto es intolerable!
Alcalde Roswald Sullivan (tapando el micrófono): Por favor, señor Fesster… Paul… No ponga las cosas más difíciles.

El murmullo se apodera de la concurrencia al tiempo que empiezan a escucharse los primeros silbidos de protesta. Mientras su hermano Charlie se levanta, gritando contra la interrupción del acto; Jake no se mueve. Se limita a mirar con mucha atención cómo la comitiva de Devon Powell y sus guardaespaldas procede a abandonar la ceremonia. Los ve pegados a sus móviles. Algo gordo ha tenido que suceder. La atención de Jake aumenta cuando se percata de que alguien más se va con Powell y compañía.

Jake Dalton (señalándola): ¿Quién es?
Charlie Dalton: ¿Esa pava? (agudiza la mirada) Ni idea, colega. ¿Una scort pagada por Powell? ¡Qué se yo! Pero, ¿has visto eso? El hijo de perra de Powell convierte el discurso en memoria de su hijo en jodida publicidad para la inauguración de la planta de energía. ¡Y ahora van y cortan al pobre Fesster cuando recuerda a su hijo! ¿¡Vas a quedarte ahí parado!?
Jake Dalton: Ni de coña.

Pero mientras Paul Fesster sigue luchando por mantenerse en el escenario, acusando – con toda la razón del mundo – de injusta la interrupción del evento; Jake camina en dirección a la salida. Antes de poder alcanzarlos, ve como la chica entra en la limusina de Devon Powell. Es joven, no más de treinta años. Afroamericana y muy atractiva. Viste un elegante traje de color gris y oculta sus ojos en gafas de sol. Un guardaespaldas de Powell se interpone antes de que Jake pueda decir nada.

Jake Dalton (llamándolo por encima del guardaespaldas): ¡Powell!
Devon Powell (mientras sube al coche): Dime una cosa, Dalton… (lo mira antes de subir) ¿Qué harás con las últimas horas de libertad que te quedan en esta vida?
Jake Dalton: No temas, Powell… Tendré tiempo para visitarte.

Jake observa como la limusina se aleja. Corriendo, con la compostura ya completamente perdida, llega un iracundo Paul Fesster. Jake lo mira y apenas si puede reconocer al hombre serio y estable al que conoció más de quince años atrás. Uno de los pocos que creyeron en él.

Paul Fesster (iracundo): ¡Powell! ¡POWELL!
Jake Dalton: Es inútil, Paul. (lo mira) Paul Fesster… Cuanto tiempo.
Paul Fesster (lo mira de arriba abajo, como quien ve a un fantasma): Jake… Jake Dalton. (trata de recuperar la compostura) Yo… yo… (tose) Siento lo que pasó… Mi periódico no…
Jake Dalton: Paul… (pone su mano en el hombro) Casi pierdes el periódico por salir en mi defensa hace quince años.
Paul Fesster (señala la limusina de Powell): Ese bastardo… (rebusca su móvil en su chaqueta y topa antes con una petaca plateada) Perdona… (la vuelve a guardar, algo avergonzado hasta dar con el móvil) Vamos a ver a donde va…
Jake Dalton (mientras marca el número): ¿Tienes forma de rastrearlo con tu móvil?
Paul Fesster: Algo así… (alguien contesta al otro lado) ¿Whitehouse?

Alrededores de la Mansión Powell.
21 horas, 4 minutos para la activación del Reactor.

Aferrado a una de las ramas más altas del robusto árbol, Billy Whitehouse deja de pensar por un momento en la cantidad de problemas legales que le puede acarrear el hecho de que lo pillen fisgoneando en plan paparazzi. Por un segundo, deja de preocuparse por la pesadilla legal que podría desencadenar Devon Powell sobre el periódico del señor Fesster. Y luego iría a por Tío Johnatan y Tía Martha. Todo eso pasa a un segundo plano cuando por tercera vez, Billy está a punto de caer desde lo más alto del árbol.

Al otro lado del muro, la orgullosa mansión Powell parece siniestra incluso con el brillante sol del mediodía haciendo brillar las aguas de su lago privado, iluminando sus muros victorianos cubiertos de hiedra. Un par de guardaespaldas trajeados montan guardia en los jardines de la parte de atrás. Tan profesionales y atentos como los cuatro que custodian la parte frontal.

Billy lleva casi tres cuartos de hora allí escondido. Lo cierto es que al principio fue emocionante: estaba a punto de salir a Lincoln Square para tomar buenas fotos de la ceremonia cuando le llamó su jefe, el señor Fesster. Y le soltó la clásica frase que todo jovenzuelo aspirante a periodista quiere escuchar.

Paul Fesster (por teléfono): Billy, quiero que cojas la motocicleta de reparto y que sigas a la limusina de Devon Powell.

Y lo cierto es que no fue difícil. Si le vieron, probablemente los guardaespaldas de Powell pensarían que no podía haber nada menos amenazante en esta vida que el joven Billy subido en su motocicleta y calzado con su casco de protección reglamentario. Como digo, fácil.

Al menos, hasta que llegaron al cruce de Main Street con la vía del tren. En ese punto había un todoterreno negro esperando a la limusina. De ella bajaron dos guardaespaldas y una mujer joven a la que subieron al otro coche. A Billy le resultó vagamente familiar pero no consiguió situarla. Entonces, la limusina siguió su rumbo en dirección sur, a la planta Powell. Y el todoterreno tomó el viejo camino de la mina Dalton. Billy podría haber llamado de vuelta a su jefe, podría haber tirado una moneda al aire… Pero en su lugar prefirió arriesgarse y seguir su instinto periodístico.

Y por eso llevaba aburrido los últimos veinte minutos, apostado como un triste paparazzi en lo alto de aquel árbol. Desde que metieron a la mujer joven en el interior de la mansión, no había habido movimiento alguno. Billy comenzaba a pensar que se había equivocado.

Entonces, una machacona sintonía de ocho bits que trataba de parecerse lejanamente al “Highway To Hell” de los AC/DC comenzó a sonar en su móvil. Una milagrosa cabriola le salvó de caer al vacío y contestó en susurros. Al otro lado, la voz nerviosa de Alma Grant estaba a punto de darle la confirmación definitivamente de que la acción estaba en otro lugar.

Billy Whitehouse (tratando de no caer): ¿Alma? En serio… No es buen momento. Si es por el artículo ecologista en contra de la Planta Powell…
Alma Grant (por teléfono, interrumpe): Billy, cierra la boca y escúchame, ¿vale? (Alma nunca había sonado tan convincente) Hay algo que necesito que veas.

Domicilio de los Fesster.
Sótano.
20 horas, 32 minutos para la activación del Reactor.

Charlie Dalton (asombrado, mirando a su alrededor): Fesster, tengo que reconocerlo. Cuando entramos por la puerta de tu casa y tu mujer nos preguntó si habíamos recogido a tu hijo del campamento pensé que no se podía estar peor de la cabeza… (vuelve la vista y mira a Paul) Pero esto lo supera, colega.

Jake golpea la cabeza de su hermano con fuerza, haciendo volar la gorra de los “Bulls” por los aires. En silencio, Paul agradece el gesto a Jake. Sin embargo, la mirada de los dos al entrar en el sótano revela que ambos opinan lo mismo. La diferencia es que Charlie es más bocazas.

Jake Dalton: No has perdido el tiempo, Paul… (observa las paredes cubiertas de anotaciones, recortes, mapas de la zona) ¿Alguna teoría?
Paul Fesster: Demasiadas… (rebuscando entre sus apuntes y los papeles que lo cubren todo) Pero no es eso por lo que os he traído aquí… ¡Aja! (toma uno de los recortes de prensa y lo muestra a los hermanos) ¿La reconocéis?

Ambos miran el fragmento de revista. Es un artículo de ciencia cuya compleja termología lo hace prácticamente ilegible. La foto de su autora es más reveladora.

Charlie Dalton: ¿No es la negra que estaba con Powell? ¿La puta de lujo?
Paul Fesster: Su nombre es Rayna St. Johns. Era una prestigiosa investigadora de la universidad de Los Ángeles hasta que hará cosa de unos siete u ocho meses entró a trabajar en la planta Powell… (el tono de Fesster se vuelve sombrío) Pero estuvo antes aquí, en Springfield.
Jake Dalton: ¿Cuándo?
Paul Fesster: Mira… (muestra otro recorte) Esto es un reportaje que hicimos a las pocas semanas de la desaparición. Hicimos entrevistas a las personas allegadas a los desaparecidos (señala una parte del artículo) Mirad quien respondió en nombre de Marcus Vanister.
Jake Dalton: Rayna St. Johns.
Paul Fesster: Ella fue alumna de Vanister cuando aun era una figura respetada en la universidad de Los Ángeles. Vino cuando la desaparición y se fue al poco tiempo.
Jake Dalton: Y luego volvió contratada por Powell, ¿no?
Paul Fesster: Exacto… (mira ambas pistas) Algo me dice que hay alguna clase de relación. Quizá aquello en lo que trabajaba Vanister, aquella “práctica de ciencias” que hicieron esa mañana…
Charlie Dalton (interrumpiendo): Eh… ¿Tíos? (al teclado del ordenador de Paul Fesster) Creo que deberíais ver esto.
Paul Fesster: Por favor, señor Dalton. Ese equipo es delicado...
Charlie Dalton: Eh, que yo sólo había entrado para buscar un poco de porno en Internet. Vi que tenía correo nuevo con adjunto de video y

Charlie Dalton pulsa el botón y el reproductor de video comienza a cargar un archivo. Paul tiene tiempo para comprobar que el correo ha llegado rebotado desde la cuenta de la redacción. No tiene remitente alguno, tan solo un asunto. “Debe ver esto, señor Fesster”.

Paul Fesster: ¿Qué demonios…?

El video muestra una grabación realizada mediante una videocámara espía, colocada en el interior de un coche. Afuera puede verse un barrio residencial, en algún punto de Outsprings. Delante del vehículo, circula una destartalada furgoneta, una vieja Volkswagen T3.

Charlie Dalton: Esa es…
Paul Fesster: Si. La furgoneta de Marcus Vanister.
Jake Dalton: La fecha… (señala) Mirad.

Los tres sienten un escalofrío cuando ven los números marcando la fecha. Es 19 de Junio de 2010. El día de la desaparición.

El audio retumba y la imagen se satura: de repente, un rayo impacta contra un poste de teléfonos y éste cae a escasos centímetros de la furgoneta. Una chispa desafortunada y la furgoneta se desintegra en medio de un espectáculo visual propio de Light & Magic.
Charlie Dalton: ¿Qué cóño ha sido eso?
La grabación continúa. Quien fuera que estuviera grabando, detiene el coche y baja a la calle. En ese momento se descubre quien estaba a los mandos del vehículo. La imagen es borrosa y se corta justo antes de poder apreciar claramente de quien se trata. Sin embargo, es suficiente para un viejo periodista.

Jake Dalton: ¿Quién demonios es…?
Paul Fesster: Es Kyle. Morgan Kyle… (mira a Jake) El guardaespaldas personal de Devon Powell… y de su hijo, claro.
Charlie Dalton: Esto tiene que ser una broma… Una jodida broma…
Paul Fesster: Algo me dice que no. En todo caso

El teléfono móvil de Paul Fesster le interrumpe.

Paul Fesster (nervioso): ¿Billy? ¿Has seguido a Powell? ¿Dónde estás? (escucha y responde contrariado) ¿En la redacción? ¿Y qué demonios haces ahí? Te dije que… (escucha un poco más) Me da igual si Alma Grant ha vuelto con historias sobre la planta Powell, sólo… que ahora no tengo tiempo, Billy. (mira el monitor del ordenador) Tengo algo grande, Billy.

Sala de revelado del “Springfield Herald”.
20 horas, 22 minutos para la activación del Reactor.

Billy Whitehouse (aun al teléfono): Es lo que trato de decirle, señor Fesster. Una de las fotos que ha traído Alma… (mira la fotografía que sostiene entre manos) Tiene que verla, señor.

Teniendo en cuenta que está tomada desde lo más alto de las torres de refrigeración de la planta Powell, es casi un milagro que pueda verse algo con claridad. Es borrosa y el teleobjetivo ha conseguido que prácticamente todo lo que no sea el centro de la misma apenas si pueda apreciarse. De los dos hombres trajeados que corren de las fuerzas de seguridad del recinto, uno apenas es un borrón.
El otro, sin embargo, es identificable sin posibilidad de error.
Es Daniel Dalton.

CONTINUARÁ...

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