Universo Neverfield.
Comisaría de Springfield. Complejo de Celdas.
Ahora.
-¿Señor Dalton?
Recostado en su camastro, Charles Dalton Jr. – más conocido en todo Springfield como “Charlie” Dalton – me mira entrecerrando sus ojos. Por un segundo temo que me haya reconocido. Puede que sean los casi dos años y medio que han podido pasar desde que pudo ver mi cara en alguna otra parte. También puede ser el tequila barato que durante años ha ido erosionando su cerebro. O puede que sea por culpa de las gafas: todos dicen que me quedan tan mal que casi me dejan irreconocible. Sea lo que sea, Charlie parece incapaz de identificarme. Mejor así.
- ¿Quién cóño es usted? – Murmura mientras se rasca la cabeza, calzándose su gastada gorra de los “Bulls” de Chicago.
- Soy su… abogado, señor Dalton – me siento en la silla plegada que me han dejado ante su celda.
- ¿Abogado? – Me mira a través de las rejas con tal desconfianza que casi parece que fuese a mi quien estuviese acusado de asesinato. – Le aseguro que no tengo la pasta para permitirme un abogado. Y mucho menos uno que lleve un traje como el suyo...
- Pues ahora lo tiene. – coloco sobre mis piernas el maletín, abriéndolo y sacando los informes – Debería aprovecharlo, Señor Dalton.
- Mira, amigo… Me duele la cabeza, ¿vale? ¿Podríamos dejarlo para...?
- Señor Dalton, me temo que voy a tener que pedirle que me cuente lo que pasó.
- Está todo en mi declaración, ¿vale? – se recuesta de nuevo en el camastro - ¿Por qué no se lo pide al viejo sheriff Thompson?
- Ya he leído su declaración, señor Dalton. – sostengo el informe ante él – Preferiría escucharlo en persona...
Suspira y, sin dejar el camastro en el que se ha recostado, Charlie Dalton se levanta la visera y mira al techo.
- Así que quiere saber lo que pasó, ¿no? – vuelve a suspirar – Joder... ¿Por donde empezar?
- ¿Qué le parece por el principio? – Y activo mi grabadora.
- Podría decirle que todo empezó hace año y medio, con la desaparición de los chavales. – toma mi silencio como ignorancia sobre los hechos: eso le sorprende y me mira - “¿Los Cinco de Springfield?” ¿No lo recuerda? Joder, salió en la mitad de los periódicos del puñetero país.
- Se refiere a la desaparición de Leonard Powell, Frederick Fesster, Lucius Washington y su propio ahijado, el señor Daniel Dalton...
- Y Vanister, colega. No te olvides del puñetero profesor de ciencias...
- Por lo que he podido averiguar... – le muestro algunos recortes de prensa – Creo que usted tuvo sus propias opiniones sobre lo que pudo ocurrir, ¿no?
[Fragmento de Video: testimonio de Charlie Dalton en el conocido magazine matinal “Buenos Días, Los Ángeles”]
Charlie Dalton: ¿Qué cual es mi teoría? Te lo diré muy claro, Mónica. Fue ese tipo, Vanister. Ese tío no es más que un pedófilo que ha hecho su agosto, vendiendo a esos pobres chavales a algún jeque árabe o judío millonario de Hollywood para sus movidas sexuales. Eso es lo que creo, sí señor.
- Mire, esas declaraciones que hice... – Charlie se incorpora y se quita la gorra. Casi parece avergonzado. – Esa gente puso dinero sobre la mesa, ¿vale? Y además... – vuelve a levantarse, recuperando su pose de dignidad - En el pueblo casi todo el mundo sacó tajada. La gente de la tele montó un auténtico circo en torno a la desaparición de los chavales, ¿de acuerdo? Pregunte por ahí, pregunte.
- No estoy aquí para juzgarle, Charlie... – le miro tratando de calmarlo - ¿Puedo llamarlo Charlie?
- Puede llamarme Katherine si me saca de aquí, abogado. – vuelve a sentarse en el camastro – Pero si, la cosa estuvo muy movida por Springfield durante al menos un par de meses.
- ¿Y después?
- ¿Después? – Charlie esboza una sonrisa irónica – Después algún gilipollas en Nebraska resultó ser un asesino en serie y la tele encontró su nuevo caramelo. La prensa se piró a las ocho semanas. Y el FBI cerró el caso pasados los tres meses. Así que...
- Era su sobrino, ¿no?
- ¿Cómo dice?
- Uno de los desaparecidos. “Daniel Dalton”. ¿Era su sobrino?
- Si. El chico... – se quita de nuevo la gorra, como si hablase de un difunto – Tenía huevos, ¿sabe? Era un cabrón testarudo, si señor. Igual que su padre.
- Jake Dalton... – repaso mis notas como si me hiciera falta para reconocer ese nombre – Toda una celebridad en Springfield, ¿no?
- Es él quien tendría que estar entre rejas, ¿vale? – me espeta Charlie, súbitamente iracundo, dando vueltas por la celda.
- La policía estatal sigue buscando a su hermano, Señor Dalton... – me ajusto las gafas – Pero agradecería que nos centrásemos en usted... Y en lo que fuera que le llevó a matar a Devon Powell.
Charlie se detiene en cuanto escucha ese nombre. Me mira con cierta inquietud, nervioso.
- Oiga, ¿no tendría un cigarrillo? – me lo pide como quien pide un salvavidas.
- No, lo siento – le muestro mis manos, con dedos limpios de nicotina – No fumo.
- Ya... Cojonudo... – Suspira y vuelve a sentarse. – Mire, yo... No quería matarlo, ¿vale?
- Entonces, ¿por qué disparó contra él? ¿Por qué entró en esas instalaciones industriales? – repaso mis notas – Creo que hirió de gravedad al menos a tres agentes de seguridad. Dos de ellos aun siguen en el hospital gracias a su pericia con la escopeta...
- Oiga, amigo. – me mira con rencor – ¿No es usted mi abogado?
- Lo soy, lo soy... – trato de calmarlo – Pero debe afrontar, Charlie, que a día de hoy y con el resto de los implicados desaparecidos... Usted es el único que queda para contar lo que pasó.
La celda se queda en silencio, con su único ocupante debatiéndose entre mandarme a paseo y afrontar cadena perpetua o contarme qué pasó. Casi puedo escuchar los resortes de la cabeza de Charlie Dalton llegando a la única conclusión razonable.
- Esta bien, abogado... Pero se lo advierto. – se incorpora sentándose en el camastro. – No va a creer lo que voy a contarle.
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