jueves, 24 de septiembre de 2009

Sesión 19-09-09 - ANGEL (Parte 2 de 4)

ANTERIORMENTE, EN "NEVERFIELD"...Marcus Vanister: Creo que nuestra prioridad es reparar la "Alfombra Mágica" y regresar a nuestro mundo, procurando no alterar aún más el curso de los acontecimientos de esta realidad paralela…

ATRAPADOS POR CULPA DEL "LIBRO DE LAS SOMBRAS", TRABAJANDO PARA "WOLFRAM & HART"...Vladimir Kaminski (ND): Wiolfram y Hart cumplir su pialabra… Pero hace tries mieses, algo cambió. Lliegaron unas piersonas… de un liugar más allá de nuestro mundo…
Ángel (ND): ¿Los viajeros?

UNA TERRIBLE PROFECIA...
Vladimir Kaminski (ND): Da, da… Los viajeros. Mi supervisiora, Siarah Kauffmann, me encargó vier el fiuturo de ellos…
Ángel (ND): ¿Qué vio en el futuro... sobre esos viajeros?

¡ESTÁ A PUNTO DE CUMPLIRSE!
Ángel (ND): Escúchame, Park. Dáles un mensaje a esos a los que Kaminski llamaba “los viajeros”. Diles que quiero hablar con ellos. En persona.

Episodio 3x13.-
WOLFRAM & HART contra SARAH KAUFFMANN (Parte 2 de 4)

Algún punto bajo el subsuelo de Los Ángeles.
Hace cuatro horas.


Ángel (ND): Vale, ya estoy aquí. ¿Qué es lo que queréis ahora?

Su voz reverberó entre las paredes de aquella cámara. Olía como lo que era: un acceso subterráneo al sistema de alcantarillado de una de las ciudades más sucias del planeta. Las tuberías cubrían el techo llevando mierda de un lado a otro de Los Ángeles. Y ahí estaba él: con su mejor cazadora de cuero y con unos zapatos a los que acababa de sacar brillo. Genial.
Era un vampiro, sí. Y estaba más que acostumbrado a moverse por el entramado de alcantarillas. Pero seguía prefiriendo las reuniones en un restaurante o en un buen pub irlandés.

Ángel (ND): ¿Hola?

No era la primera vez que los “Grandes Poderes” contactaban con él. Esta vez habían cogido a Cordi en su retiro de fin de semana, en Nuevo Méjico. Supuestamente no eran ni buenos ni malos... si es que unas criaturas como esas podían someterse a criterios morales semejantes. Pero a Ángel no le gustaba la forma que tenían de usar a Cordi como una mensajera (a través de esas dolorosas visiones psíquicas) Ni tampoco le gustaba que le usaran a él como chico de los recados.

En el fondo, Ángel sabía que sería así: estaría a punto de marcharse, soltaría una frase del estilo “bah, me largo...” y, en ese momento, un resplandor cegador surgiría de unas de las paredes, mostrando en su lugar un corredor de luz, aparentemente infinito.

Oráculos (ND): Lamentamos llamarte así, pero es de una importancia trascendental...

Ángel los miró de arriba abajo: aparentaban unos veintipocos y los dos tenían el aspecto de haber escapado de una película de romanos. Sus pieles brillaban como el oro puro y ambos, tanto él como ella, lucían máscaras de una serenidad escalofriante.

Ángel (ND): Vale, ¿podemos ir directamente a la parte en la que me encargáis la misión suicida?
Oráculo Masculino (ND): El equilibrio del telar del destino...
Oráculo Femenino (ND): ... está en peligro.
Ángel (ND): Ya... ¿Y que puedo hacer yo?
Oráculo Femenino (ND): Hay un joven muy especial...
Oráculo Masculino (ND): ... su nombre es Daniel.

Ángel podía ver como iba a seguir la historia. Tendría que protegerlo y todo ese rollo. Vale, el clásico encargo de los “Grandes Poderes”: críptico y, a la vez, sencillo.

Oráculos (ND): Debes protegerlo de todo mal.
Ángel (ND): Qué sorpresa... ¿Y como le encontraré?
Oráculo Masculino (ND): Ya has oído hablar de él...
Oráculo Femenino (ND): ... como uno de los “viajeros”.

Fue entonces cuando esa sensación se adueñó de él. Ángel no sabía si otros vampiros podían sentirlo, pero él desde luego lo sintió. Algo parecido a un escalofrío. “Los viajeros”. Eran aquellos chicos de los que le había hablado aquel pobre desgraciado de Kaminski, un vidente de Wolfram & Hart.

Oráculos (ND): Debes protegerlo de todo mal.

Y con el mismo resplandor en el que aparecieron, se esfumaron. Aquello volvía a ser un desagüe maloliente e insalubre. Sin embargo, la mente de Ángel estaba demasiado ocupada intentando ensamblar las piezas. Daniel. Al menos ya tenía un nombre para el chico. Porque Kaminski le había dicho algo sobre el porvenir de ese joven, algo que le sucedería si alguna vez conseguía volver a su mundo de origen. Algo que, muy posiblemente, la gente de Wolfram & Hart sabía.

Ángel (ND): Esto es... (rebusca en sus bolsillos) Esto es genial, de verdad...

Entre los dedos, Ángel sostuvo la tarjeta de visita que le dejó esa alimaña de Gavin Park. En aquella ocasión habían “colaborado” protegiendo a Kaminski de esa panda de demonios japoneses que lo perseguían. Sin haberle contado nada de lo que el vidente moribundo le dijo antes de ser asesinado, Ángel pidió a Park que le concertase una cita con aquellos “viajeros”. Por supuesto, no había tenido noticias de ese bastardo sonriente. Tendría que insistir.

Mientras dejaba atrás la cámara de desagüe, Ángel dejó que su mente pasara al segundo problema. Encontrarlo ya no lo era: Park se encargaría de eso (al menos en teoría) Lo realmente difícil iba a ser decirle al tal Daniel lo que Kaminski había profetizado sobre su destino. No era moco de pavo, la verdad.

A fin de cuentas, ¿cómo le dices a un chaval que, si vuelve a su dimensión natal, acabará convirtiéndose en un Dios?

Apartamento de Wolfram y Hart.
Zona del Downtown, Los Ángeles.
Hace tres horas.


Ángel (ND): Si regresas a casa, te convertirás en un Dios.

Hacia ya veinte minutos que Danny Dalton había dejado de encañonarle con su Desert Eagle calibre cincuenta. Su mirada había sido entonces la clásica de desconfianza que Ángel solía ver en los demás cuando hacía una de sus dramáticas apariciones. En este caso, Danny y su compañero de Wolfram y Hart (un tal James Roth) habían entrado en el ático de Park empuñando sus pistolas y luciendo sus trajes de ejecutivo “made in Wolfram & Hart”. Ángel imaginó que se fiaban tanto de una cita a ciegas orquestada por Park como él mismo. Pero cuando les preguntó si alguno de ellos era Daniel y aquel chico dijo que era él... Bueno, en ese momento tuvo que darle un voto de confianza a Park. Quizá en el fondo no era tan alimaña.

Danny Dalton: ¿Puedes...? (cierra los ojos y vuelve a abrirlos, como intentando creer lo que le acaba de decir) ¿Puedes repetir eso?
Ángel (ND): Si vuelves a la dimensión de la que saliste, Danny, de un modo u otro (esa es la parte turbia de la profecía) acabarás convirtiéndote en un Dios.
Danny Dalton: Ya... Y por eso te han enviado a protegerme, ¿no?

Ángel asintió sin dejar de mirar a través del inmenso ventanal del ático. Gavin Park parecía confiar lo bastante en él como para dejarle a solas con los “viajeros”. Sin embargo, el compañero de Danny, el tal James Roth, no le tragaba. Como el propio Danny le explicó poco después, Roth no era uno de los viajeros sino que era una especie de aliado dentro de Wolfram y Hart, como lo era el propio Park. Al parecer había varias facciones del bufete y no todas tenían los mismos planes para con Danny y sus amigos viajeros. Lo cierto es que Roth no parecía fiarse de Ángel... y él tampoco de Roth.

Danny Dalton: Así que un Dios... (tono de incredulidad total) Bueno, no cabe duda de que ésta entra directamente en el TOP 10 de chorradas que he oído desde que comencé esta movida de saltar entre dimensiones. Pero dime una cosa, ¿no se supone que es bueno? Quiero decir, eso de ser un Dios y tal... ¿no es una movida de puta madre?
Ángel (ND): Poder absoluto, Danny... Y ya sabes lo que dicen del poder absoluto, ¿no?
Danny Dalton: ¿Que está de puta madre?
Ángel (ND): Que corrompe absolutamente.
James Roth (ND): ¿Qué es lo que corrompe absolutamente?

Roth entró en el salón, guardando su teléfono móvil y con una mirada desconfiada que se acentuó ante el evidente silencio que se generó tras su pregunta. A Ángel le bastó una mirada fugaz para dejarle claro a Danny que no debería hablar con nadie de Wolfram y Hart acerca de lo que le había revelado...

Danny Dalton: El poder, Roth. El jodido poder. Aquí el amigo Ángel estaba dando lecciones morales...
Ángel (ND): Moralidad. Vaya... Algo que Wolfram y Hart conoce muy bien, ¿no? Seguro que el vidente moribundo al que intenté salvar aprendió mucha moralidad vuestras instalaciones de tortura y experimentación...
James Roth (ND): Antes de lanzar esas acusaciones...
Ángel (ND): Sea lo que sea que le hicieron, Sarah Kauffmann le sacó todo lo que quería...
Danny Dalton: Entonces... ¿ella lo sabe? ¿Sabe...?
Ángel (ND): Si. Me temo que sí. Conoce tu destino. 
James Roth (ND): Eso me recuerda... (mira a Danny) He recibido una llamada de mi... (mira a Ángel y luego vuelve a mirar a Danny) de mi “superior”.

Danny asintió: aunque supuestamente Roth trabajaba para Sarah Kauffmann como él mismo, Ben y los demás; en realidad Roth era un agente doble de Holland Manners, otro de los altos directivos del bufete. Si Ángel quería mantener secretos ante Roth, pensó Danny; Roth también tenía derecho a mantener los suyos ante él.

James Roth (ND): Tengo que pasarme por el aeropuerto a recoger a alguien.
Danny Dalton: ¿Quién?
James Roth (ND): Ya lo verás... (le arroja unas cerillas a Danny) Nos vemos en el “RaveNant” dentro de una hora. Ah... (mira a Ángel) Y ni se te ocurra aparecer por ahí.

Bar “RaveNant”, Polígono Industrial Eisenhower.
Afueras de Los Angeles.
Hace dos horas


Ángel (ND): Espera un segundo… ¿Oriental? ¿De unos diecisiete años? ¿Y se teleporta dejando un rastro de polvo de jade?

Había permanecido al margen de la conversación hasta ese preciso instante. Durante los veinte minutos anteriores, desde que James Roth apareció por el bar acompañado de aquel mastodonte de gabardina negra y cara de pocos amigos. Por un segundo, Ángel temió encontrarse ante uno de esos insidiosos cazadores de vampiros (unos temores que se acrecentaron cuando vio la insignia del Vaticano que Craig llevaba en la solapa de su cazadora)

Sin embargo, ahora que había decidido unirse a la conversación, quedó claro que si el tal Craig era un experto en el mundo de lo oculto, su asignatura pendiente eran los vampiros. En cambio, sí parecía estar puesto en todo lo referente a algo que denominó “limbus infernae”. “Anillos Infernales”. Ángel había oído historias sobre ellos: anillos que, como las lámparas de los cuentos orientales, albergaban la esencia de demonios y que otorgaban a quienes los llevasen poderes más allá de lo humano. Por supuesto, el precio casi siempre implicaba el alma del usuario… o algo peor.

James Roth y Danny Dalton habían llevado a Craig a uno de los reservados. Para Ángel no fue difícil confundirse entre la fauna del “RaveNant”: el único sitio donde un vampiro (aunque tenga alma) puede pasar desapercibido es un viernes a la una de la madrugada en un local así. Ni el bullicio ni la música “dark” a todo volumen le impidieron captar la conversación que tenía lugar en el reservado de al lado.

Durante los primeros minutos la conversación no parecía interesante: al parecer el tal Craig había ayudado a Danny y a uno de sus compañeros “viajeros” durante una operación en Nueva York. Sin embargo, horas después de aquello alguien atentó contra Craig y consiguió matar a un aliado suyo, un tal Padre Layton.

Cuando Craig describió a sus atacantes y el modus operandi del atentado, Ángel tuvo que intervenir. A fin de cuentas, conocía a esos bastardos.

James Roth (ND): Joder, Daniel… ¡Te dije que no quería que él estuviese…!
Danny Dalton: Tranquilízate, Roth. Es un tío legal.
Arthur Craig (ND): ¿Quién coño…?
Ángel (ND): Un amigo, nadie de quien deba preocuparse… (se sienta frente a él) Me llamo Ángel, señor Craig. Y por lo que cuenta apuesto que a esa lolita japonesa la acompañaba un tipo grande, ¿una especie de vagabundo gigante, también japonés?
Arthur Craig (ND): No, no, no… La chica apareció de la puta nada. Y volvió a desaparecer dejando allí a un tipo que tenía la cara vendada…
Ángel (ND): … Y explosivos atados al pecho, ¿verdad?
Arthur Craig (ND): Si, el mismo. ¿Lo conoce?
Ángel (ND): Me temo que sí.

Se hizo un extraño silencio en el que sólo se escuchaba el retumbar de la música y del gentío del “RaveNant”. La clase de silencio de comprensión de quienes saben que luchan contra un mismo enemigo. Arthur Craig fue el primero en romperlo.

Arthur Craig (ND): Bueno, Roth. No he venido aquí para hacer nuevos amigos…
Danny Dalton: ¿A qué se refiere?
Arthur Craig (ND): No… (algo sorprendido, a Roth) ¿No se lo ha dicho?
Danny Dalton: Decirme, ¿el qué?

Ángel y Danny miraron entonces a Roth quien apartó las bebidas que ocupaban la mesa. En su lugar, dejó a la vista un pequeño maletín de viaje. Con la pausa dramática de quien muestra un truco de magia, Roth hablaba mientras abría el maletín, sacando de él unos informes.

James Roth (ND): Esta misma tarde, poco después de acudir a la cita con Park, recibí una llamada de mi superior en Wolfram y Hart. (entrega el informe a Craig) Creo que si lee esto, señor Craig, comprenderá por qué Sarah Kauffmann quiso destruir a su amigo, el Padre Layton.

Ángel lee en el rostro pétreo de Craig mientras él mismo pasea sus ojos por encima de las páginas de aquel informe. Sus nudillos se aferran al papel y en cuestión de un minuto, vuelve a mirar a Roth.

Arthur Craig (ND): Así que era eso… (se lleva la mano al cuello y muestra el anillo que pende de la cadena) Querian el anillo…
Danny Dalton: Joder… ¿Es uno de esos anillos malditos?
James Roth (ND): Es algo más que eso, Daniel. Es un receptáculo vacío. Y la herramienta idónea para acabar con Sarah Kauffmann.

Danny Dalton clavó sus ojos en Roth.

Danny Dalton: ¿Me… Me estas diciendo que eso puede acabar con Kauffmann? ¿Y a qué cojones…?
Arthur Craig (ND) (interrumpe): No es tan sencillo. El anillo en sí no tiene poder alguno.
James Roth (ND): Sin embargo, en el momento en que Sarah Kauffmann se ponga el anillo, será tan vulnerable al daño como pudiera serlo cualquier ser humano…
Danny Dalton: Quieres decir que si se pone el anillo…
James Roth (ND): Si, Daniel… Podremos enviarla al infierno.
Arthur Craig (ND): O siendo más exactos… (muestra el anillo) encerrarla en él.
Danny Dalton: Entonces, y suponiendo que Kauffmann no sepa exactamente qué es lo que hace el anillo, solo queda una cuestión por resolver… ¿Cómo conseguir que se lo ponga?

Una leve tosecilla salió de la garganta de Ángel, dejando claro que él tenía una idea al respecto.

Ángel (ND): Creo que he tenido una idea. (sonríe a Roth) Aunque creo que no te va a gustar lo más mínimo.

Cruce de la Interestatal 5 con la 19, en el cauce seco del río.
Afueras de Los Ángeles.
Hace una hora.


Ángel (ND): Si no quiere que parta su delicado cuello… (mueve la bota sobre la nuca de Roth) Yo no daría un paso más.

De vez en cuando, las luces de un coche pasan fugaces, a seis o siete metros por encima de sus cabezas, recorriendo los carriles de las autopistas que, formando un nudo, se alzan sobre sus cabezas. A unos cincuenta metros, Sarah Kauffmann se detiene al pié de la cañada seca del río. Ángel recuerda cuando el agua corría salvaje por él, hace ya casi un siglo. Ahora es un lugar infecto, el perfecto campamento para vagabundos, yonquis y gente que, como ellos, quiere llevar a cabo intercambios al margen de la legalidad y la moralidad.

Sarah Kauffmann (ND): Las amenazas son del todo innecesarias, señor Ángel. Creí que nuestra conversación telefónica lo había dejado bien claro…
Ángel (ND): Usted trabaja para Wolfram y Hart, señora… No pretenderá que me fíe de usted así como así.
Sarah Kauffmann (ND): Mi limusina está aparcada ahí arriba, ¿la ve? (señala a su espalda, a lo alto de la cañada) Tengo un burdeos excepcional en la nevera que podríamos tomar… y todos estaríamos más cómodos.

Y diciendo eso, señala a James Roth y Danny Dalton. Ambos, muy metidos en su papel de rehenes, tratan de liberarse de unas inofensivas ataduras.

Ángel (ND): Hablemos claro, señora. Usted no ha venido por sus peones. Ambos sabemos lo que usted busca.
Sarah Kauffmann (ND): Al contrario, señor Ángel. Fue usted quien dijo que tenía en su poder algo que… algo que podría destruirme, ¿no es así?

Ángel recuerda fugazmente la conversación telefónica. La misma en la que Roth pasó la mayor parte del tiempo quejándose de un plan del cual él era el único detractor. Iba a responder a Kauffmann cuando, de repente, sintió algo extraño en el ambiente. Su “sexto sentido vampirico” zumbaba como loco.

Algo no iba bien. Y deseó que, desde su escondrijo, Craig pudiera ver ese algo. Él tenía otras cosas en las que pensar.
O al menos eso creía.

Porque fue entonces cuando, de lo alto del carril de la autopista que pasaba por encima de sus cabezas, algo aterrizó pesadamente a su espalda. Ángel apenas sí pudo darse la vuelta antes de que un par de brazos, fuertes como prensas hidráulicas, lo rodearon. No necesitó escuchar su vozarrón lanzando exclamaciones en japonés para saber que aquel vagabundo gigantón de ojos rasgados había vuelto a por más.

Ángel (ND): ¿Tú otra vez?
Sarah Kauffmann (ND): ¡Vamos! ¡Muévanse! ¡Ahora!

Danny Dalton y James Roth trataron de incorporarse y, torpemente, comenzaron a correr en dirección a ella. No era lo que tenían previsto en el guión, pero estaba claro que el nuevo cambio en la historia requería improvisación. Además, Ángel no tendría problemas en acabar con un simple…

Fue en ese instante cuando todos los allí presentes comenzaron a oír el rotor del helicóptero. Inmovilizado por los brazos de acero de aquel enorme nipón barbudo, Ángel vio descender de los cielos un aparato civil, provisto de un potente foco que los deslumbró a ambos por un segundo. Al principio, se limitó a flotar a ras del suelo, a unos quinientos o seiscientos de donde estaban los dos.
Entonces, el helicóptero comenzó a moverse en dirección a ellos. Sin importarle que hubiese unos gruesos y sólidos pilares de hormigón, el aparato se introdujo bajo el nudo de autopista. Las aspas chocaron contra ellos, gimiendo y doblándose en un mar de chispas y de aceros retorcidos.

Arthur Craig (ND): Jodido Jesucristo…

Incluso desde su escondrijo al otro lado de la cañada, oculto tras el chasis de una vieja tartana del sesenta y dos; Craig pudo ver y escuchar como la estructura metálica del helicóptero chocaba contra los pilares, estallando en el aire y convirtiéndose en una pavorosa bola de fuego que, deslizándose por el suelo, estaba a punto de consumir a Ángel y a su oponente, el cual se limitaba a retenerlo entre sus brazos, como si no le importase morir si así se lo llevaba por delante.
Craig arrojó a un lado su escopeta recortada. Iba a necesitar otra cosa para algo así.

Ángel (ND): Esto… se… pone… interesante…

Lo que antes había sido un helicóptero era ahora un amasijo de hierros incandescentes que, en forma de bola de fuego, iba a consumirlos a los dos. Y parecía que al gigantesco barbudo japonés poco le importaba: tras toda una lluvia de golpes, los puños de Ángel apenas si le habían sacado poco más que una sonrisa. Iba a necesitar otra…

El estampido de un arma interrumpió sus pensamientos. El proyectil de Craig apenas si le hizo un rasguño en la cabeza al gigantón. Pero bastó para distraerlo. Lo único que necesitó Ángel para escabullirse de su mortal abrazo… y dejar que los restos del helicóptero se lo llevasen por delante.
Ángel rodó por el suelo, dando tumbos y se incorporó al tiempo que dos o tres pequeñas explosiones daban cuenta de los últimos vestigios de lo que fue un helicóptero. Al otro lado, separado por una estela de llamas y napalm, Ángel vio como Danny y Roth eran debidamente conducidos al interior de la limusina de Kauffmann.

Arthur Craig (ND): No hace falta que me des las gracias… (se acerca hasta donde está Ángel) ¿Y Kauffmann? ¿Dónde…?
Ángel (ND): No ha venido. Nunca estuvo aquí. Fíjate…

Ángel señaló a través de la temblorosa cortina de llamas. La persona que acompañaba a Danny y James a la limusina iba, en efecto, ataviada con un elegante traje de ejecutivo. Sin embargo, su aspecto no era el de Sarah Kauffmann sino el de una hermosa mujer oriental, de unos treinta y pocos años. Y subiendo a la limusina, la pícara cambiaformas se despidió de ambos con un beso lanzado al aire.

Ángel (ND): Una chica que se teleporta, un kamikaze, un gigantón indestructible… y ahora una cambia-formas.
Arthur Craig (ND): Al menos… (muestra el anillo que aun pende de su cuello) Seguimos teniendo esto.
Ángel (ND): Tengo la sensación, señor Craig, que no es el anillo lo que más le interesaba a Kauffmann.
Arthur Craig (ND): ¿Y ahora? ¿Los seguimos?
Ángel (ND): Si. Directos a la boca del lobo.

Azotea del Edificio Fielding,
a unos cien metros de la Sede de Wolfram y Hart.
Hace veinte minutos.

Por supuesto no hablaba en serio. “Directos a la Boca del Lobo”, por favor. ¿Acaso pretendía impresionar a Craig? Meterse en Wolfram y Hart sin un plan es la forma más rápida y estúpida de acabar convertido en picadillo.

Ángel mira su reloj: las dos de la madrugada, de un viernes cualquiera. La mayor parte de los rascacielos de esta zona están apagados, como gigantes de cristal y que ahora parecen de mármol negro. Pero no el de Wolfram & Hart. El mal nunca duerme. Y Ángel lo sabe. No hace mucho que se han convertido en algo más que una preocupación ocasional. Pero poco a poco los ha ido conociendo mejor. Hay algo que le dice que Sarah Kauffmann no tardará en hacer su próximo movimiento.

Diez pisos por debajo, al nivel de la calle, Ángel ve la Harley Davidson que Arthur Craig tomó prestada de Danny Dalton. Como él, Craig aguarda también cualquier movimiento de los abogados infernales. Y si no sucede. Bueno, si no hacen nada habrá que pasar al plan “B”. Ese plan “B” de “Boca del Lobo”. Por un segundo, Ángel desea no tener que tomar el plan “B”.
Y, por primera vez en toda la noche, alguien parece escuchar sus plegarias.
Las puertas principales se abren de par en par y un pequeño ejército de agentes de Wolfram y Hart (todos enchaquetados, todos armados) toman posiciones en torno al acceso. Como si supiesen que alguien les observa, esperando una posible emboscada.

Ángel (ND): Ahí estas…

Sarah Kauffmann sale al exterior, acompañada de Danny Dalton. Ambos son escoltados por dos docenas de agentes, con medidas de seguridad propias de un jefe de estado. Al menos media docena de hombres suben dentro del pesado furgón, junto a Kauffmann y el joven Dalton. El vehículo no tarda en ponerse en marcha, tomando dirección Boulevard Santa Mónica.

Ángel siente entonces el rugir sordo de la Harley, a diez pisos bajo sus pies. Mientras Arthur Craig gana velocidad, tratando de no perder a su objetivo; Ángel toma impulso. Sus pies juguetean fugazmente sobre las cornisas, lanzándose al vacío durante un instante eterno.

Ángel (ND): Niños, no intentéis esto en casa…

Arthur Craig siente como algo pesado cae sobre él, estando a punto de perder el control de su moto. La Harley, sólida y fiel, se mantiene milagrosamente en pie mientras Ángel se aferra a la espalda del cazador de anillos.

Arthur Craig (ND): ¿Se puede saber a qué juegas, chupasangres? ¡Podrías habernos matado a los dos!
Ángel (ND): No, sólo a ti. Yo ya estoy muerto, ¿recuerdas?
Arthur Craig (ND): Muy gracioso. Y dime, ¿crees que se dirigen a donde yo creo que se dirigen?
Ángel (ND): Eso parece. Seguro que saben que les seguimos… porque vuelven al lugar de la primera cita.
Arthur Craig (ND): ¿Crees que Kauffmann habrá picado el anzuelo? ¿O nos habrá enviado otra vez a la cambia-formas?
Ángel (ND): Bueno… Sólo hay una forma de averiguarlo.

Cruce de la Interestatal 5 con la 19, en el cauce seco del río.
Afueras de Los Ángeles.
Ahora.


Sarah Kauffmann (ND): Por última vez, señor Ángel… (vuelve a alzar su mano) ¿Dónde está?

Las llamas volvieron a brotar alrededor del cuerpo de Ángel… con la diferencia de que, en esta ocasión, ya no quedaba cazadora de cuero que calcinar. Esta vez fue su carne de vampiro la que sufrió el tacto del fuego infernal. Una de las primeras cosas que aprende un vampiro es que hay ciertas formas de daño contra las que no es invulnerable. Una de las más dolorosas es el fuego.

Ángel (ND): Definitivamente… (de rodillas, agónico) Eres… la auténtica…
Sarah Kauffmann (ND): No volveré a repetirlo…
Ángel (ND): De acuerdo… de acuerdo…

Ángel se incorporó, aun envuelto por el humo de las llamas del último ataque. A través del mismo se podían ver los haces láser de los dos tiradores que Kauffmann había dejado en lo alto de la autopista. A menos de tres metros de donde estaba él, Danny Dalton permanecía en un silencioso segundo plano mientras que un tercer hombre de Wolfram y Hart parecía cumplir las veces de su guardaespaldas.

John Ortega (ND): Tenga cuidado, señora…
Sarah Kauffmann (ND): Tranquilícese, señor Ortega. El señor Ángel parece haber comprendido que no puede negociar conmigo…
Ángel (ND): ¿A esto lo llama negociar?
Sarah Kauffmann (ND): Fue usted quien me habló de ese objeto que podía acabar conmigo, ¿no? Bien, ¿Dónde está?
Ángel (ND): Está… ¡AQUÍ!

Era la señal. Y tal y como lo habían improvisado de camino a la cita, Ángel se precipitó sobre Kauffmann tan lento como un vampiro novato. Lo bastante como para dar tiempo a Arthur Craig de salir de entre las sombras próximas y hacer su papel de “salvador en el último minuto”.

Arthur Craig (ND): ¡Ni lo intentes, escoria!

Empuñando el anillo, Arthur lo presionó contra la nuca de Ángel. Delgados hilos de humo dejaron claro que el agua bendita que lo había empapado hacía bien su trabajo sobre la piel del vampiro.

Ángel (ND): Maldito traidor…
John Ortega (ND): ¡Apártate de él! ¡Vamos!
Sarah Kauffmann (ND): Alto… (a Ortega) Todos.

Arthur Craig se incorporó, dejando que una de sus pesadas botas pisara la nuca del aparentemente debilitado vampiro. Alzó los brazos mientras dos puntos rojos de mira láser danzaban sobre su pecho.

Arthur Craig (ND): Me llamo Craig. Arthur Craig...
Sarah Kauffmann (ND): Creo haber oído hablar de usted, señor Craig. Aunque para serle franca me sorprende que alguien como usted intente… salvarme la vida.
Arthur Craig (ND): Usted puede irse al infierno, señora. Pero este cerdo… (propina una patada a Ángel) Va a pagar por haberme vendido.
Sarah Kauffmann (ND): Imagino que ese anillo…
Ángel (ND): No… No se lo des…
Arthur Craig (ND): Silencio, escoria. (otro golpe más) Es posible que esto sea lo que anda buscando, señora… (muestra el anillo en su dedo) ¿No es así?
Sarah Kauffmann (ND): Sea inteligente, señor Craig. Entréguelo… y vivirá para seguir cazando anillos un día más.
Ángel (ND): No… Si se lo pone, estaremos…

Sarah Kauffmann tiende la mano y Arthur Craig deja el anillo sobre su palma. Durante un segundo, su piel reacciona ante los restos de agua bendita que aun lo rodean. La quemadura que provoca apenas si consigue arrancarle una sonrisa.

Sarah Kauffmann (ND): Por favor, señor Ángel… (desliza el anillo en uno de sus dedos) ¿De verdad creía que esto iba a terminar con…?
- BANG -

La lluvia de sangre y tejido cerebral salpica las caras de Ángel y Craig. El cuerpo de Kauffmann cae al suelo a cámara lenta, convirtiéndose en polvo nada más tocarlo y dejando al descubierto a Danny Dalton, empuñando una humeante Desert Eagle.

Danny Dalton: Jódete, puta.

CONTINUARÁ.

1 comentario:

Darrell dijo...

juas, me ha molado lo de -¿sabes que dicen del poder abosoluto?-, no?.... -¿que esta de puta madre?-.. jejejejej