De los diarios personales de Marcus Vanister (Neverend)
Viajar con el Doctor ha sido…¡fascinante!
He tenido la oportunidad de descubrir hasta tres planetas a lo largo del universo. Siempre supe que había vida mas allá de la Tierra; que negarlo seria egocéntrico y prepotente… ¡¿cómo podemos pensar que el ser humano es la única forma de vida inteligente en el vasto universo?! Lo que no me esperaba era estar tan cerca de la muerte como he estado junto al Doctor. En el fondo, se parece mucho a nosotros pues como viajero, tiene la costumbre de que sus visitas sean de un problema a otro.
He tenido la oportunidad de hablar con el Doctor tanto sobre viajes dimensionales, temporales y espaciales. Ambos estuvimos de acuerdo en que el viaje espacial es, sin duda, el mas fácil de todos. El teletransporte, aun desconocido por el ser humano, se rige por unas ecuaciones físicas tan sencillas que ni el Doctor ni yo comprendíamos porque no han sido descubiertas aun por los eminentes científicos de la Tierra. Seguramente se deba a que tanto el Doctor como yo afrontamos dichas ecuaciones no desde un punto de vista de imposible, sino como algo que se puede resolver… siempre que se tenga el medio apropiado para ello.
Con respecto a la línea temporal, sin embargo, el Doctor aun me lleva una importante ventaja. A veces me costaba seguirle el ritmo: creo que el Doctor no termina de darse cuenta de que pertenece a una raza alienígena un millón de veces mas avanzada a la humana. Aunque pude deducir que, al igual que las coordenadas dimensionales que uso en Margaret; el viaje temporal también usa sus propias coordenadas. El problema es que entendía perfectamente la teoría pero carecía del material necesario para llevarlo a la práctica. Así que tuve que aprender sobre la marcha con la “Tardis” y el Doctor como guía.
Cuando le explique la formulación del viaje dimensional, el material necesario y su funcionamiento, el Doctor quedo fascinado. Al parecer el prisma que hace que Margaret viaje entre dimensiones proviene (o al menos lo hace en esta dimensión) del planeta Kuantum. Es un planeta construido de dicho material. Para imaginarlo habría que pensar en Nueva York pero edificado con el mineral del prisma. Al tener sus mismas capacidades energéticas, se emplea como una fuente universal de energía, suministrando luz, calor e incluso energía para naves. ¡Increíble!
El problema es que Kuantum hacia cincuenta siglos que había llegado al punto de masa crítica, estallado en mil pedazos. Sus fragmentos habían quedado distribuidos a lo largo y ancho del universo haciendo que encontrar una muestra del mismo fuese prácticamente imposible… una auténtica cuestión de azar.
El Doctor dispuso las coordenadas oportunas en la Tardis, llevándonos hasta uno de los planetas más próximos a donde se encontraba Kuantum en sus últimos días. Si la suerte estaba de nuestra parte, podría quedarme con un fragmento de prisma y, una vez de regreso a Wolfram y Hart, tendríamos un cabo suelto menos del que preocuparnos de cara a retomar nuestro viaje de vuelta a casa.
Como si todo fuera tan fácil.
El primer planeta al que fuimos fue Durkin, habitado por unos extraños seres con una capacidad cerebral media próxima al 220 de coeficiente intelectual: una raza de auténticos genios. Investigadores, químicos, científicos… ¡impresionante! El “pequeño detalle sin importancia” fue descubrir que esos seres se alimentaban del cerebro de otras especies para poder así mantener sus altos niveles de inteligencia. Y por supuesto el Doctor y yo fuimos bien recibidos. Tan bien recibidos como las pastas a la hora del té.
La situación empeoró cuando descubrimos que almacenaban seres de otros universos para su alimento personal. Aquello no dejaba de ser una extraña forma de ganadería. En cierto modo si no se alimentaban de esa manera los Durkianos se terminaban atrofiando y muriendo. Como dijo el Doctor, no era culpa suya: la naturaleza a veces es así de caprichosa y cruel. Teníamos el dilema de liberar a esos seres y dejar morir de hambre a toda una especie. Podíamos, sencillamente, marcharnos de ahí sin hacer nada. Pero aquello iba en contra de nuestras propias conciencias.
Al final logramos llegar a un acuerdo. Una vez liberados los rehenes, nos dimos cuenta de que los Durkianos estarían condenados a la extinción. El Doctor y yo seríamos culpables de un genocidio. Entre tanto, los cientos de rehenes a los que conseguimos liberar de las “granjas” estaban a punto de conseguir escapar en naves creadas por el propio planeta. Tan solo necesitaban que el Doctor les diera una señal.
Es duro escribirlo. Pero aun más duro fue llegar a ese acuerdo con los líderes Durkianos. Según el trato, los Durkianos se alimentarían únicamente para sobrevivir. No más fiestas, gula o comidas innecesarias. Les dejaríamos los suficientes rehenes como para sobrevivir.
Mientras escribo aun puedo recordar las caras de algunos de esos rehenes a cuyas naves el Doctor no llegó a enviarles la señal de despegue. Conseguimos salvar a más de la mitad… pero también condenamos a muchos.
Dejamos atrás Durkin con el alma un poco más sucia, sin localizar el prisma y con la sensación de que éste era sólo el primero de muchos desafíos en mi viaje junto al Doctor.
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