4x03 – NEVERFIELD: END OF THE ROAD
Domicilio de los Fesster.
Sótano.
19 horas, 40 minutos para la activación del Reactor.
Jake Dalton: ¿De donde la has sacado?
Durante los últimos cinco minutos ninguno de los presentes ha osado interrumpir a Jake Dalton. Éste, de pie y con su mirada fija en la instantánea tomada por Alma Grant, apenas si ha respirado en todo ese tiempo. Trata de contener la sensación de esperanza. Sabe lo engañosa que ésta puede llegar a ser. Los ojos duros y fríos de Jake Dalton pasan de la imagen inmortalizada de su hijo a la joven de estética gótica que lo mira con una mezcla de forzada arrogancia y nerviosismo mal disimulado.
Alma Grant: Ya se lo he dicho… Me había subido a lo alto de una de las torres de refrigeración de la Planta Powell para intentar tomar algunas fotos de ese reactor que van a poner en marcha mañana… De repente escuché el sonido de disparos y la alarma. Y entonces los vi: a él y a otro hombre trajeado al que no reconocí. Estaban huyendo de la seguridad privada de Powell.
Con el chasquido de una lata de cerveza abriéndose, Charlie Dalton deja claro que ha regresado de la cocina.
Charlie Dalton (cogiendo la foto de manos de su hermano Jake): ¿Y qué pasó después, muñeca?
Alma Grant (con desprecio): En cuanto escuché los disparos me puse a cubierto. Y salí corriendo de allí… (le quita la foto a Charlie) Y no me llame “muñeca”, ¿vale?
Jake Dalton la mira. La chica tiene carácter. Le recuerda a alguien. El comentario de su hermano Charlie le desvela las dudas que pudiera tener sobre su identidad.
Charlie Dalton (irónico): Caramba con la mocosa de Gabrielle. Joder… Ha salido a su madre.
Jake Dalton: ¿Gabrielle? (mira a Charlie) ¿Gabrielle Grant?
Charlie Dalton: Pues si, hermano. La hija de los dueños del matadero Grant. Ahora tiene una tienda de chorradas “new-age” en el centro…
Jake Dalton (mirando a Alma): Tu madre… ¿Es Gabrielle Grant?
Alma mira incómoda a Jake. Para ella es como estar ante una jodida leyenda viviente. Ha oído hablar mucho de él. Demasiado. Jake, por otro lado, siente cómo los años pasados en la cárcel le caen como una pila de ladrillos. Gabrielle Grant madre. ¿Quién lo diría?
Alma Grant: Pues si, ¿pasa algo? (recoge la fotografía) Oiga, yo he venido aquí para traerle esto al señor Fesster. Si no piensa publicarla…
Billy Whitehouse (interrumpiendo): ¡JODER!
Todos miran en dirección al fondo de la habitación: allí, a los mandos de ordenador, un impresionado Billy Whitehouse mira completamente alucinado la pantalla. Ha visto una y otra vez el misterioso video que le fue enviado a Paul Fesster a la redacción.
Billy Whitehouse (algo avergonzado) Uy, perdón. No sabía que… (se quita los auriculares) Esto es… Joder. ¡Es una pasada!
Alma Grant (quitándole importancia): Sigo diciendo que es un montaje.
Jake Dalton: Tu foto también podría serlo…
Billy Whitehouse: No, señor… (traga saliva al recordar con quien está hablando) Señor Dalton. Verá la fotografía que tomó Alma es analógica y la acabamos de revelar en el laboratorio del periódico. Es imposible que la haya retocado vía digital… Este video sin embargo…
Charlie Dalton: Pues yo estoy con la muñequita Grant… (eructa) Para mi que el video es una farsa. Además (lanza la lata de cerveza a una papelera) ¡ni tan siquiera sabemos quien lo envía!
Paul Fesster (atrapando la lata en el aire): Ahora sí.
La atención de todos se centra ahora en el hombre que acaba de bajar por las escaleras, guardando su teléfono móvil en la vieja chaqueta que luce.
Jake Dalton: ¿Y bien? ¿Alguna novedad?
Paul Fesster: Cuando los chicos desaparecieron, la mayor parte de las acciones que llevé a cabo para mantener viva la investigación fueron a través de Internet. Hay un grupo de “hackers” europeos que se dedican a echar un cable en casos similares a este. El caso es que he podido contactar con uno de ellos y ha podido localizar el punto desde el que se envió ese video.
Billy Whitehouse (sorprendido): ¿En serio? ¿Y de donde viene?
Paul Fesster: Del propio Springfield. De un punto bastante específico.
Alma Grant (agarrando su mochila): Bueno, yo tengo que irme…
Paul Fesster (le bloquea el paso): No tan deprisa, señorita Grant.
Jake Dalton: ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
Paul Fesster: El video fue enviado desde un ordenador en la tienda de Gabrielle Grant. (mira a la chica) Imagino que tendrá mucho que contarnos, ¿verdad?
Tienda “Dragon´s Lair”.
Main Street, Springfield.
19 horas, 12 minutos para la activación del Reactor.
Gabrielle Grant (perdiendo la paciencia): Por última vez… Voy a tener que pedirles que salgan de mi tienda.
Pocos minutos atrás, la primera reacción de Gabrielle al ver entrar a su hija Alma acompañada de Paul Fesster y el joven aspirante a reportero Billy Whitehouse fue de esperanza. Fue aquello lo que la hizo recibirlos con una sonrisa: la creencia de que el dueño del periódico local quisiera hablar con ella tuviese que ver con sus constantes protestas ante la inminente inauguración de la Planta Powell. Cuando vio entrar a Jake y Charlie Dalton, sin embargo, su gesto se torció, evidenciando aun más las pronunciadas ojeras y el semblante levemente cadavérico que las últimas sesiones de quimioterapia habían dejado en Gabrielle.
Paul Fesster: Gabrielle, por favor. Tengo pruebas de que alguien ha enviado un correo a la redacción desde aquí…
Gabrielle Grant: ¿Y con qué ordenador, eh? (señaló los distintos estantes y muestrarios de la tienda, llenos de chucherías “new-age”) Por favor, señor Fesster, si no va a hacer nada ante la inauguración de esa infame planta de energía…
Jake Dalton (interrumpiendo): Tu hija nos lo ha contado todo, Gabrielle.
Gabrielle enmudeció: hasta ese momento, Jake Dalton no había abierto la boca. Escucharlo hablar era la prueba definitivamente de que no era una alucinación: estaba allí. Tras tantos años… Gabrielle se anudó nerviosa el pañuelo con el que ocultaba la pérdida de su cabello. Desvió su mirada de Jake hacia Alma, en parte porque no quería que la notase avergonzada por su estropeado aspecto. En parte porque trataba de buscar el gesto de su hija diciéndole que no; que no les había contado nada y que iban de farol.
Por desgracia, Alma asintió en silencio rompiendo tales expectativas. Gabrielle suspiró resignada y salió del mostrador en dirección a la puerta principal. Puso el cartel de “Cerrado” y echó la persiana dejando en penumbra el local.
Gabrielle Grant: Hará poco más de un año, comencé un tratamiento de quimioterapia en Los Ángeles. Tan solo mi hija Alma lo sabía y preferí mantenerlo en secreto en un primer momento. Eso no solo me obligó a cerrar la tienda de cómics del sótano para costear el tratamiento… además nos obligaba a Alma y a mi a conducir toda la noche para no levantar sospechas.
Charlie Dalton: Vale, conmovedor. Pero ¿qué cojones tiene que ver con…?
Gabrielle Grant (interrumpe): Ocurrió hace aproximadamente un año. Más tarde comprobaría que fue la misma noche en la que la Planta Powell tuvo aquel accidente pero en aquel momento no até cabos.
Gabrielle conduce a los Dalton, Paul Fesster y Billy Whitehouse hasta las escaleras que llevan a lo que antaño fuese el sótano donde estaba la tienda de cómics.
Gabrielle Grant (rebuscando la llave en sus bolsillos): Alma y yo íbamos con el coche. Estábamos a punto de entrar en el condado de Springfield cuando la vimos. El cuerpo de una mujer tendido en mitad de la carretera.
La comitiva encabezada por Gabrielle se detiene ante unas pesadas puertas que bloquean el acceso al sótano. Un pesado candado pende una férrea cadena.
Gabrielle Grant (abriendo el candado): Estaba muy grave. Parecía como si alguien le hubiese dado una paliza o algo parecido. Había perdido mucha sangre y llevaba bata de científica… así como un pase de seguridad de Industrias Powell.
Paul Fesster: ¿Y por qué no dieron parte de todo eso? ¿Por qué no la llevaron al hospital?
Gabrielle Grant: Lo intentamos, pero ella recuperó la conciencia apenas entramos en el pueblo. Dijo que no, que la encontrarían. Y que la matarían.
Gabrielle golpea varias veces la puerta, conformando alguna clase de santo y seña. Tras haberlo hecho, abre las puertas.
Al principio, los fluorescentes del sótano parpadean dejando entrever lo que parece haberse convertido en el santuario obsesivo de un científico chiflado: los muros de la estancia se encuentran cubiertos de anotaciones y diagramas. Tableros de corcho están cubiertos de mapas de la región con infinidad de post-it y chinchetas marcando puntos. Hay recortes de prensa. De revistas, de páginas web… Paul Fesster reconoce las pautas de esa meticulosa y excesiva indagación. La misma que la suya. Por primera vez, se percata de hasta qué punto lo ha arrastrado su obsesión… pero ha tenido que verlo en otra persona.
La misma persona que trata de esconderse en cuanto ve que Gabrielle ha llegado acompañada. Trata de buscar protección tras una mesa sobre la que reposa un ordenador.
Gabrielle Grant (tranquilizando): Tranquila, tranquila… Son amigos. Son de confianza.
La chica se incorpora empuñando un cutter. La larga melena que cubre parcialmente su cara y el chándal viejo que lleva hace que a Jake y Charlie Dalton les cueste reconocerla. Paul Fesster es el primero que ata cabos.
Paul Fesster: ¿Rayna…? (atónito) ¿Doctora Rayna St.Johns? (mira a Gabrielle) ¿Qué hace aquí? Pensé que Devon Powell se la había llevado a su mansión tras cancelar la ceremonia…
Gabrielle Grant (extrañada): ¿La ceremonia? Me temo que eso no es posible…
Billy Whitehouse: Se lo puedo asegurar, Señor Fesster. ¡Se la llevaron a la mansión Powell!
Gabrielle Grant: Señor Fesster, no niego que Rayna ha podido enviar ese correo electrónico del que habla. Pero le garantizo que es imposible que Rayna haya estado esta mañana en la ceremonia.
Charlie Dalton: ¿Y cómo cóño está tan segura?
Rayna St. Johns (TW): Porque no he salido de este sótano en casi un año, señor.
Todos la miran. Su voz suena quebrada, asustadiza. Pero también extrañamente lúcida.
Rayna St. Johns (TW): Les aseguro que puedo explicarles por qué me han podido ver esta mañana. Lo que no puedo asegurar es que vayan a creerme.
Ante la Tienda “Dragon´s Lair”.
Main Street, Springfield.
18 horas, 59 minutos para la activación del Reactor.
Charlie Dalton: Vosotros haced lo que queráis (saliendo de la tienda) Yo ya he tenido suficientes chorradas por hoy.
Jake Dalton: Charlie, espera.
Charlie Dalton (parándose a unos metros del Impala): Venga, hermanito… ¿Que ese chalado de Vanister inventó una puta máquina para saltar en el espacio-tiempo? ¿Que Danny y los demás chavales acabaron en una puñetera dimensión alternativa? ¡¿En serio te vas a tragar esa mierda?!
Aunque Charlie había sido el primero en salir en estampida del local, lo cierto es que todos habían guardado un prudencial silencio de casi cinco minutos tras la larga – e increíble – explicación que aquella doble de la Doctora Rayna St. Johns les había dado.
Jake Dalton: ¿Has visto a esa mujer, Charlie? Dime que no es la misma a la que hemos visto esta mañana…
Charlie Dalton: ¡Joder, Jake! ¡Serán gemelas! Esto tiene toda la pinta de una movida montada por ese cabrón de Powell para jodernos, hermanito. Si tu quieres tragarte ese cuento de que un Devon Powell de otra dimensión ha venido hasta la nuestra y que se trajo consigo a otra Rayna St. Johns con él, ¡por mi perfecto!
Jake Dalton (ve como su hermano entra en el coche): Charlie…
Charlie Dalton: Además, si como ella dice el Powell al que vimos esta mañana es el impostor… ¿Dónde cóño está el de nuestro mundo?
Jake Dalton: Ya la oiste…
Charlie Dalton: Si. Dijo “posiblemente muerto” (pone el coche en marcha) Pues yo no pienso acabar así, hermanito.
Jake ve alejarse el Impala mientras siente como la puerta de la tienda se abre tras él. Paul Fesster, Billy Whitehouse y Alma Grant salen en tropel.
Paul Fesster (inquieto): ¿A donde va su hermano?
Jake Dalton (quitándole importancia): Seguramente a la chatarrería. A beber tequila hasta caer dormido.
Alma Grant (mirando al coche que se aleja): Ese tío no es de fiar…
Paul Fesster: Tiene razón, señorita Grant… (mira a Billy) ¿Billy?
Billy Whitehouse (quejumbroso): Señor Fesster, por favor...
Paul Fesster: Billy...
En poco menos de un minuto, la motocicleta de Billy Whitehouse se pierde entre las calles del centro de Springfield, en un intento por seguir de cerca a Charlie Dalton. Una vez el petardeo del ciclomotor se desvanece, Paul Fesster se encara con Jake.
Paul Fesster: ¿Cree que su hermano no nos venderá a Powell?
Jake Dalton: Tanto como creo en la historia de la mujer del sótano…
Paul Fesster: Entonces, ¿cree que tiene razón? (su voz tiene un quiebro de temor) ¿Cree que los muchachos están… vivos?
Jake Dalton: Lo único que creo es lo que veo con mis propios ojos (se gira a Alma) Y según esa foto que tomaste, mi chico está vivo.
Paul Fesster: Si consiguió escapar de la Planta Powell podría estar en cualquier parte. (mira a Jake Dalton) Es su hijo, señor Dalton… ¿Dónde cree que se escondería?
Jake Dalton guarda silencio. ¿Dónde se escondería alguien con quien no ha tratado en casi dieciséis años? ¿Dónde se escondería alguien a quien no conoce de nada?
La voz de Alma le saca dolorosamente de sus pensamientos.
Alma Grant: Creo que tengo una idea de donde puede estar… (mira a Jake) Pero no creo que le guste.
Alrededores de la Mina Dalton.
18 horas, 9 minutos para la activación del Reactor.
Alma Grant: Señor Dalton… ¿Se encuentra usted bien?
La suave voz de la joven lo saca de sus pensamientos. Jake Dalton devuelve una mirada aturdida a Paul Fesster y Alma Grant, las dos personas que lo miran desde la entrada a la fantasmagórica mina abandonada.
Jake Dalton: Si, si… (sus ojos pasean por el inquietante escenario) Yo… Estoy bien.
La tarde se les ha echado encima mientras conducían la ranchera de Paul Fesster. Ahora, los haces de las linternas son lo único que rompe la oscuridad que reina entre las destartaladas y siniestras ruinas de lo que fue una orgullosa planta de extracción minera. Los carteles de “Peligro” son un obvio recordatorio de lo que representa el lugar para Jake Dalton. Es como pasear por un museo del remordimiento y la culpa.
No tardan en rodear la enorme montaña y empezar el ascenso por una zona más apartada: un sendero natural que facilita la subida hasta la cima.
Paul Fesster (algo cansado): ¿Queda… queda mucho?
Alma Grant: Es arriba del todo. A Danny le gusta ir allí cuando quiere pasar de todo.
Jake Dalton (inquisitivo): Veo… (esfuerzo) Veo que conoce bien a mi chico, señorita Grant.
Alma Grant: Mejor que usted (un último esfuerzo antes de llegar a la cima) Si fuese Danny y me estuvieran persiguiendo, créame… vendría a este lugar.
En la cima, los haces de las linternas dejan ver un viejo cobertizo. En tiempos fue el acceso del ascensor principal de la mina. Ahora está sellado y cubierto de musgo y suciedad. Por un segundo, Jake contiene la respiración al ver que hay algo que parece esconderse tras el cobertizo.
Jake Dalton: ¿Hijo…?
El haz de luz es tan revelador como cruel, rompiendo las esperanzas de Jake. El estuche de una guitarra es lo único que queda.
Alma Grant (acercándose): Es la guitarra de Danny. La traje aquí hace meses, cuando dejaron de buscarlo… (pasa los dedos sobre su polvorienta superficie) Por aquí no ha pasado nadie en todo este tiempo.
Paul Fesster: Si no está aquí, ¿Dónde…?
El móvil del viejo periodista suena casi a modo de respuesta.
Paul Fesster (contestando): Billy, ¿qué ha…? (escucha con atención) Tranquilízate, por favor, ¿qué…? (escucha y su semblante aumenta de gravedad) ¿¡Qué!? Está bien, ¡está bien! Escóndete y vigila todo lo que pase, ¿de acuerdo? ¡Vamos para allá!
Paul cuelga y mira a unos visiblemente inquietos Jake y Alma.
Paul Fesster: Alguien ha entrado en la chatarrería de Charlie… (mira a Jake) Tienen a su hermano.
Exterior de la Chatarrería Dalton.
17 horas, 39 minutos para la activación del Reactor.
Jake Dalton: Quédese en el coche.
Alma Grant: ¿Qué? (quitándose el cinturón) Ni de coña, ¿vale?
Paul Fesster: Señorita Grant, tiene razón el señor Dalton. Podría ser peligroso…
Jake Dalton (interrumpe): Eso también iba por usted, Paul.
Paul Fesster (señala el interior de la chatarrería): ¡Sean quienes sean los que están ahí dentro, no solo tienen a su hermano, Jake! ¡También han cogido a Billy! ¡Y si algo le pasa por mi culpa…!
Jake Dalton: Por última vez… (sale del coche, cerrando la puerta y dando por concluida la discusión) Quédese en el maldito coche.
Mientras atraviesa la carretera y se desliza entre las compuertas herrumbrosas de la vieja chatarrería; Jake no necesita ser vidente para saber que Paul Fesster le seguirá los pasos en breve. Sólo espera que la chica, Alma, sea un poco más sensata y permanezca en el coche. Si Charlie tenía razón, es posible que los que están dentro de la caravana que le servía de cuchitril a su hermano sean matones pagados por Devon Powell. Que le partan un par de dedos o dientes a Charlie no preocupa a Jake. Pero tienen también a ese chaval, a Whitehouse. Y eso sube las apuestas. No piensa dejar que hagan daño al chico.
Jake se desliza en silencio entre las montañas de chatarra que se apilan de forma caótica por la explanada de la chatarrería. Por un segundo, Jake se siente satisfecho por haber encontrado un negocio que ni un patán como su hermano Charlie ha podido arruinar en dieciséis años. Finalmente llega hasta la caravana. La puerta está abierta, hay luz y se escucha movimiento en su interior.
Entra sigilosamente, tratando de no alertar al individuo trajeado que, de espaldas a él, termina de atar y amordazar a un inconsciente Billy Whitehouse. El hermano de Jake, Charlie, permanece también maniatado como un salchichón a un lado, sobre un sofá decorado con manchas de pizza, cerveza y Dios sabe que más. Jake aguarda en silencio, preparado para saltar sobre el misterioso tipo trajeado en cuanto se de la vuelta.
James Roth (ND): Muy bien… Ya está.
Dicho esto, el tipo de trajeado se da la vuelta. Y cuando lo hace, sus ojos se topan con los de Jake.
Jake Dalton: Hola.
El joven trajeado que tiene ante sí no parece demasiado sorprendido. Jake no puede reconocerlo porque no lo ha visto jamás en su vida. Sin embargo, sí reconoce el sonido característico de un revolver amartillándose a su espalda. Y reconoce también la caricia de su cañón apoyándose en su nuca.
Danny Dalton (a espaldas de Jake): Date la vuelta… Muy despacio.
Jake Dalton no ha escuchado jamás la voz de su propio hijo. Y sin embargo, siente un escalofrío cuando reconoce algo en ese tono duro, directo y un poco prepotente. A fin de cuentas… es lo que él mismo hubiera dicho en su lugar. Quizá por eso los segundos que tarda en obedecerle y darse la vuelta pasan tan lentos como si fuesen años. Dieciséis concretamente.
Jake Dalton: ¿Danny?
El cañón del arma tiembla un poco para caer lentamente al tiempo que los ojos del chico se abren de par en par.
Danny Dalton: Pa… ¿Papá?
CONTINUARÁ...
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