martes, 25 de noviembre de 2008

Sesión 15-11-2008

ANTERIORMENTE, EN "NEVERFIELD"...
Danny Dalton: Vale. Ahora el Libro es un libro y las Sombras... Se han ido.
Profesor Vanister (NE) ¿Y si han ido a otros Springfield?
Leonard Powell: ¿Y si han ido…? (mira Danny) ¿Y si han ido al nuestro?

ATRAPADOS EN UNA ODISEA DIMENSIONAL…
Profesor Vanister (NE): Un mundo paralelo, señor Braddock; no lo olvide. Aunque parezca idéntico al suyo, siempre hay alguna diferencia por pequeña que ésta sea.
***
Sir Edward Braddock (DF): ¡Abrid paso!. ¡En nombre del Rey Sullivan III, abrid paso!
Ben Braddock (NE): ¿Pa... Papá?
Sir Edward Braddock (DF): ¿Hijo?

UN VIAJE A TRAVÉS DE REALIDADES ALTERNATIVAS...
Profesor Vanister (NE): Teniente Dalton, lleve a "Margaret" a un lugar seguro.
Teniente Russell T. Dalton: Oiga, amigo. No pienso dejarles aquí...
Danny Dalton: Hazle caso, tio Russell. Estaremos bien. Vigila que no les pase nada al pijo y al Libro, ¿vale?

TODOS BUSCAN EL CAMINO DE VUELTA A CASA...
Rey Sullivan III: El Libro. El Libro de las Sombras. El único objeto que, según sus palabras, podría detener para siempre a Garius Voldan.

PERO NO TODOS VIVIRÁN PARA ENCONTRARLO.

Episodio 2x08.- DRAGONSFIELD (Parte 2)

Pirates of The Caribbean - DEAD MAN´S CHEST (O.S.T.)
Hans Zimmer

PRÓLOGO

Siempre me ha gustado ir de visita a casa de mis padres.
El venado con salsa de patatas es algo legendario en manos de mi madre. Y mi padre siempre está trabajando duro, para que la cosecha salga adelante, día a día. Pero últimamente tengo otros motivos para visitarlos. Es la única manera que tengo de asegurarme de que no les ha pasado nada. De que aún siguen siendo mis padres.

Sonrío cada vez que me echan la bronca, pues no me separo jamás de mi botella de aguardiente casero. Bendita ignorancia... En verdad no saben nada de lo que ocurre cada vez que cae la noche en este pueblo. Tal vez si lo supieran entenderían por qué no puedo visitarlos estando sobrio.

He de reconocer que mi carácter se ha avinagrado bastante, como un buen vino consumido por la amargura. Pero Amanautor sabe que tengo mis motivos.

Ahora estoy en prisión, en lo más alto de la torre sur del castillo: un error de cálculo y las manos en el bolsillo equivocado me han traído hasta aquí. Y no es que me importe gran cosa, Amanautor bien lo sabe... Lo que me duele de verdad es no poder encontrar un remedio que salve a mi familia. El no poder disfrutar de las sonrisas de mis padres cuando me ven entrar cada amanecer.
No soy ningún sabio, eso es verdad. Pero sé en qué momento se vino todo abajo.

Fue con la muerte del Padre Carnahan, Sumo Sacerdote de Amanautor. Fue a mi parecer injustamente acusado de herejía y de injurias al castillo. El propio Sir Edward escoltó al mismísimo rey Sullivan III cuando lo ejecutaron en la plaza del pueblo. Y fue poco tiempo después cuando comenzó aquella extraña maldición. El mal que cada noche infecta a las gentes del pueblo... y que no parece ser capaz de atravesar los muros del castillo del rey. Aunque no puedo culparles. Por alguna razón que sólo Amanautor conoce, yo mismo soy inmune a dicho mal.

Y es mi maldición pues de padecerla yo tampoco recordaría nada de lo que sucede cada noche. Porque cada noche, las gentes de Springtown se convierten en bestias salvajes, criaturas inmundas que atacan a todo aquel incauto que ose pisar su territorio.

En todo este tiempo he podido estudiarlos. Se comportan como una manada, reconociéndose entre ellos. Y es probable que tengan alguna clase de cabecilla. Cuando amanece y llega la bendita luz de Amanautor, las gentes retoman sus vidas como si nada hubiera pasado. Sin recordar las atrocidades cometidas. Dos de esas bestias son mis amados padres.

Pero no son los únicos horrores que he presenciado en esta vida de tormento que ni el licor consigue hacerme olvidar: también he visto morir a aquellos a los que se encomendó la misión de salvar nuestras vidas. Les he visto regresar de entre los muertos. He escuchado hablar de una leyenda hace siglos desterrada en el olvido... la leyenda de Garius Voldam.

Son tiempos extraños y difíciles. Razón de más para no permanecer encerrado en la prisión de este castillo. Mis carceleros no hablan de otra cosa: del regreso de los héroes. Pero yo sé la verdad. Sé que esas personas pueden ser muchas cosas. Pero no son los hijos de los héroes de nuestro pueblo.
No pueden serlo porque (y que Amanautor me perdone) yo les ví morir.

Debo salir de aquí y advertir a todos de lo que sucede.
Pero, ¿quién va a creerme?
¿Quién creería a un borracho ladrón como William Whitehouse?

AHORA.
Patio de armas del Castillo del Rey Sullivan III.
Año 2008 de Nuestro Señor Amanautor.


Y con el fragor del público, ambos caballos arrancan el uno contra el otro.
Ben Braddock siente el palpitar de su corazón mientras su montura cabalga hacía la de su oponente. Jamás pensó morir así: derribado en una justa entre caballeros, más propia de un cuento sobre el Rey Arturo. Ni tampoco pensó que el responsable sería Fred Fesster, el geek oficial del instituto Mark Twain. Pero claro... aquel impresionante caballero no era el Fred Fesster de su mundo. Porque éste no era su mundo.
Y éste tampoco sería el día de su muerte.


Ben cerró los ojos y sintió el tremendo golpe de la lanza contra su escudo. El clamor de la multitud se alzó sobre las gradas. Ambas lanzas yacían en el suelo, convertidas en astillas tras el mutuo golpe que ambos jinetes habían asestado. Un golpe de suerte, pensó Ben. Desgraciadamente, no iba a ser suficiente.


Paje (arrodillándose frente a Ben): Señor, aquí tiene otra lanza...
Ben Braddock (NE): ¿Cómo? ¿Otra lanza?
Paje (confuso): Ya conoce las reglas, señor. Tres lances... o hasta que uno de los dos sea derribado.
Ben Braddock (NE): ¿Dos...? (mira al titánico Sir Fred) ¿Dos veces más?

El segundo golpe es demoledor: la placa metálica que ocultaba bajo su ropaje evita que la cosa sea aún peor. Eso no evita, sin embargo, que Ben ruede por el suelo de tierra batida. Se incorpora, aun confuso, y ayudado por su propio oponente.

Apenas si ha recuperado el sentido del equilibrio cuando Sir Fred se desvanece por arte de magia ante su atónita mirada. Con las risas del público cubriendo las gradas, Ben ve salir de detrás de los establos a un Fred Fesster enfundado en una túnica y más acorde al escuálido geek que Ben ha conocido.
Nora, que toma su mano en gesto de cariño, también es idéntica a como la recuerda.

Maese Fred Fesster (DF), (sonriente): No puedo creer que por fin haya podido engañar al mismísimo Sir Braddock...
Ben Braddock (NE): ¿Qué clase...? (indignado, mirando a su padre que está en la tribuna real) Padre, ¿qué clase de broma es esta...?
Maese Fred Fesster (DF): (conciliador) Vamos, Ben... No pensarías que había conseguido esa forma física en tan poco tiempo, ¿verdad? Aunque... (mira al profesor Vanister) Maese Vanister, éste es el truco que presento oficialmente a competición. Supérelo...

Si bien la de Ben Braddock sólo ha sido la primera prueba, sus dos compañeros de viaje dimensional aun tienen que superar las suyas propias. Ambas tienen lugar al mismo tiempo: Danny Dalton debe enfrentarse en un combate singular con su tío Charlie... o la versión de éste en el universo donde se encuentran. En este caso, un corpulento e iracundo enano.

Un doloroso correctivo en forma de golpe en la entrepierna deja claro a Danny que la lucha no seguirá ninguna clase de norma o concesión. Por suerte, la competición de magia en la que participa el profesor Vanister tiene lugar al mismo tiempo, a escasos metros de allí. Por supuesto, el profesor Vanister es un científico procedente de un mundo muy diferente. Un mundo en el que hay otra magia distinta... llamada ciencia.

Una mera mezcla de componentes químicos da como resultado una pavorosa y llamativa explosión... lo bastante como para distraer al Tío Charlie el tiempo suficiente. Es todo lo que necesita Danny para asestar un contundente golpe con el que derriba a su "querido" tío.

Ambos ganadores se convierten en objetivo de las loas de las gentes del castillo. Mientras tanto, un crío le entrega un trozo de pergamino escrito a Ben Braddock. Intenta seguirle pero el pequeñajo se escabulle entre la multitud.

Ben Braddock (NE): (leyendo) "Yo os vi morir. Sois unos farsantes."
Danny Dalton: Joder, profe... Lo firma Billy Whitehouse.
Ben Braddock (NE): Dice que nos encontremos en el antiguo molino Whitehouse, al anochecer.
Marcus Vanister (NE): No sé, caballeros... Podría ser...
Danny Dalton: De Billy siempre hemos podido fiarnos, profe.
Ben Braddock (NE): Iremos.

Una vez cae la noche, la fiesta acaba y nuestros protagonistas abandonan el castillo, dispuestos a emprender su expedición nocturna. Sin embargo, a medida que se aproximan al pueblo de Springtown, comienzan a escuchar sonidos guturales, gritos agudos y espeluznantes que parecen provenir... de todas partes.

Una vez llegados al molino, una construcción visiblemente abandonada (y levantada donde se alza el caserón Appleton en el Springfield original); nuestros amigos se encuentran con un joven Billy Whitehouse. Su aspecto, sin embargo, es distinto a todos cuantos hayan podido ver: luce una larga melena, perilla recortada... y apesta a alcohol.

Ben Braddock (NE): ¿Billy?... (le da un fuerte abrazo) Amigo mío...
William Whitehouse (DF): Señor... debe confundirse... No le conozco, señor. (se separa de ellos, con desconfianza) Ni tampoco conozco al auténtico Sir Benjamin Braddock.
Danny Dalton: Vale, tío. ¿A qué viene tanto misterio? ¿Y qué cóño son esos gruñidos?
William Whitehouse (DF): Seguidme...

Siguiendo a William, nuestros viajeros dimensionales descubren algo siniestro: ocultos entre la maleza, observan una de tantas granjas que pueblan la zona de The Fields. Del interior, no tardan en salir dos extrañas figuras, vagamente humanas y de casi dos metros de altura. De piel verdosa y garras afiladas, la pareja de monstruos lanzan un fuerte rugido al tiempo que se lanzan al trote, en dirección al centro de Springtown.

Danny Dalton (paralizado): ¿Qué... COÑO... es eso?
William Whitehouse (DF): Eso... son mis padres. (Danny, Ben y el profesor lo miran, con evidente preocupación... y temor) Tranquilos… No sé por qué pero por algún motivo soy inmune a la maldición. Pero regresemos al molino: no es seguro permanecer cerca de… ellos.

De regreso al molino y a la luz de un candil, los viajeros dimensionales ponen al tanto de su auténtica naturaleza a un desconcertado William Whitehouse. Éste, por su parte, cuenta a nuestros amigos como vio morir a sus versiones en este universo: se encontraban en Dry Rock, realizando alguna clase de ritual cuando fueron emboscados. Un grupo de encapuchados les disparaban flechas, manteniéndolos ocupados el tiempo suficiente como para que el cabecilla de sus atacantes invocase una espeluznante bola de fuego que los calcinó a todos.

William Whitehouse (DF): No quedó ni rastro de vuestros cadáveres.
Danny Dalton: Y desde entonces tus padres y el resto del pueblo se convierte en… ¿esas cosas?
William Whitehouse (DF): No. Todo empezó hace un año, cuando el Rey Sullivan III condenó a muerte al Padre Carnahan por herejía contra Amanautor.
Ben Braddock (NE): Espera un momento, Billy… Mi padre no se quedaría con los brazos cruzados mientras gente inocente…
William Whitehouse (DF): Vuestro padre, al igual que todos cuantos viven al amparo de las murallas del castillo, han dado la espalda a la gente de Springtown.
Ben Braddock (NE): No puede ser, debe haber un buen motivo…
Marcus Vanister (NE): (rompiendo la discusión entre Billy y Ben) Perdonen, caballeros, pero… ¿A nadie le ha extrañado ver a Devon Powell del lado de los… "buenos"?

De repente, alguien irrumpe en el molino: tras el susto inicial, nuestros amigos descubren que se trata del teniente Russell T. Dalton. El uniforme de sanitario que robó en el mundo anterior luce rasgado y roto. Por otro lado, una pavorosa herida en su hombro deja claro que ha sido atacado por algo… con garras.

Russell T. Dalton (agónico): Por fin… os… encuentro…
Danny Dalton (intenta ayudarlo): Tío Russell, ¿qué ha pasado? ¿Dónde esta Margaret?
Russell T. Dalton: La oculté… en donde siempre estuvo la reserva india… junto a la mesa rocosa de Dry Rock…
Danny Dalton: ¿Y Leonard? ¿Dónde está?

A pesar de los intentos del profesor Vanister por tratar sus múltiples heridas, Russell acaba perdiendo el conocimiento. Las posibilidades de que su amigo esté en peligro y de que el vehículo dimensional caiga en malas manos lleva a nuestros héroes a tomar una drástica decisión: no pueden esperar a que amanezca, por lo que deciden atravesar el coto de caza de los monstruos…

William Whitehouse (DF): Pero, ¡estáis locos! ¡Os rastrearán y os devorarán!
Danny Dalton (cargando el cuerpo de Russell en uno de los caballos): ¿Crees que tenemos opción?
William Whitehouse (DF): ¡Pueden oleros! ¡No os podréis esconder de ellos!
Ben Braddock: Hay una opción: el río.

Y así, la comitiva llega hasta el río Spring. Una vez allí, con el agua a la altura de la cintura y tratando de ocultarse entre la maleza y vegetación próxima a la orilla, nuestros amigos atraviesan la mayor parte del camino… topando en su viaje con un grupo de sanguinarios monstruos que dan buena cuenta de un cuerpo humano. Pese a que las nauseas pueden con Ben y Danny, nuestros héroes están de suerte: las criaturas parecen demasiado centradas en su festín como para prestar atención al ruido que puedan hacer.

El viaje hasta la reserva consume el resto de la noche. Con las primeras luces del alba, nuestros amigos llegan a lo que en su mundo sería Crowland, la reserva india de los Wakane. Aquí, lo único que encuentran son los restos de un pequeño poblado abandonado, donde la mayor parte de las casas parecen calcinadas.

Profesor Vanister (NE): Miren, caballeros… (señala el suelo de tierra) Ese rastro que asciende por el sendero hacia la loma de Dry Rock.
Danny Dalton: Marcas de orugas, profe. Y también de pezuñas. Yo diría que son de esas bestias…

Nuestros amigos siguen el sendero, ascendiendo hacia la mesa rocosa de Dry Rock.

Ben Braddock (NE): Billy… ¿qué lugar era este?
William Whitehouse (DF): Fue el primer asentamiento de Springtown. Pero fue destruido por el dragón Belial. O al menos eso es lo que cuenta la leyenda.
Danny Dalton (incrédulo): Un dragón, ya… (percatándose de que ya ha visto uno… en piedra) Espera, ¿otro dragón?
William Whitehouse (DF): No os preocupéis. La leyenda cuenta que los hermanos Jak y Chuk Dalton, Devon Powell y los miembros de la familia Braddock consiguieron abatirlo hace mucho tiempo…

El sendero conduce hasta una gruta cuyo túnel principal se hunde en la roca. El sonido de cánticos rituales se deja escuchar desde el fondo. Dejando el caballo con el cuerpo de Russell en la entrada, nuestros amigos se adentran en la gruta, siguiendo los cánticos. Al fondo, el acceso a una gran estancia bloqueada por alguna especie de barrera invisible. Sin embargo, nuestros amigos pueden ver el interior de la misma…

Iluminada con antorchas, todos contemplan la gigantesca morada del dragón, repleta de tesoros y en la que reposa el gigantesco cadáver de un dragón. Sus huesos yacen sobre esas montañas de monedas y oro mientras, a su alrededor, cinco figuras con túnicas negras entonan siniestros cánticos rituales.

Profesor Vanister (NE): Caballeros… (señala uno de los montículos de oro, del que sobresale el morro de la tanqueta) Hemos encontrado a Margaret.
William Whitehouse (DF): Salgamos de aquí…
Voz Gutural (a todos, vía telepática): VAIS A MORIR.

En ese momento, los huesos del gigantesco dragón comienzan a moverse lentamente, flotando en el aire, acoplándose unos con otros al tiempo que los cánticos se vuelven más y más guturales…

Ben Braddock (NE): Hora de no estar aquí…

Nuestros amigos deciden no quedarse a ver el final del número: regresan al túnel donde intentan buscar otro túnel que los lleve a la cámara del dragón (y poder así hacerse con Margaret) Sin embargo, los únicos dos corredores que encuentran llevan, por caminos opuestos, al exterior.

Apenas han salido al exterior cuando toda la formación rocosa de Dry Rock se ve sacudida por un temblor de tierra. Y es justo entonces cuando el techo de la mesa estalla en mil pedazos. Como un géiser, un torrente de ácido sale proyectado al aire y cae cuan lluvia… sobre todos.

Profesor Vanister (NE): Impresionante… Esa criatura, pese a su estructura totalmente ósea es capaz de proyectar alguna clase de ácido… ¿Cómo lo hará?
Danny Dalton: Profe, tenemos que recuperar a Margaret.
Ben Braddock (NE): Pues entonces habrá que volver a la gruta.

Sin embargo, en el interior de los túneles, nuestros amigos se topan con los sacerdotes oscuros. Pese a los intentos de Ben por coordinar una estrategia, sus compañeros de viaje tienen su propia forma de afrontar un ataque cuerpo a cuerpo.

Y lo cierto es que funciona: Danny Dalton revienta la nariz de uno de los sacerdotes de un tremendo puñetazo. El profesor Vanister estrella la cabeza de otro contra las paredes de roca del túnel. Y William Whitehouse, con un manejo certero del puñal, hace que otro más pierda el equilibrio… rematándolo sin piedad sobre el suelo de piedra de la gruta.

Ben Braddock (NE): Pero… (viendo la carnicería) ¿Soy el único al que le importa matar gente inocente? (mira al sacerdote al que tiene apresado) Estas de suerte, amigo. (y lo deja inconsciente de un golpe de espada)

Neutralizados los sacerdotes, la barrera invisible cae y nuestros amigos pueden entrar en la gruta. Allí, la luz del exterior se filtra a través del gigantesco agujero que ha creado el dragón con su aliento ácido. Sin embargo, no hay ni rastro de la criatura.
El grupo llega hasta Margaret y acceden al interior de la misma. Allí, encuentran a Leonard…

Profesor Vanister (NE): ¿Señor Powell? (le toma el pulso) Oh. Dios. Mío…
Ben Braddock (NE): No tiene pulso…
Danny Dalton: No… (se acerca a él) Ni de coña, pijo. Despierta, joder. No te vas a ir, ¿vale, pijo?
Ben Braddock (NE): Vamos, Danny… No hay nada que…
Danny Dalton (intentando reanimarlo) Primero Fred y ahora… No. Ni de coña.
Profesor Vanister (NE): Señor Dalton, creo que deberíamos barajar la posibilidad de emplear la magia…
Ben Braddock (NE): Y apuesto que hay alguien que puede ayudarnos… Fred.
William Whitehouse (DF): Señores, debemos salir de aquí… (todos escuchan el rugido inhumano del dragón) Papá ha vuelto a casa.

Todos montan a bordo del blindado y arrancan a tiempo de ver como el gigantesco dragón de hueso penetra de nuevo en la gruta, dispuesto a dar cuenta de los intrusos que osan robar su tesoro. Nuestros héroes se topan con un inesperado problema…

Danny Dalton (a los mandos): Mierda…
Ben Braddock (NE): ¿Por qué nos paramos? ¡Esa cosa nos sigue!
Danny Dalton: El acceso, Capi. ¡Es demasiado empinado como para sacar a Margaret por aquí!
Ben Braddock (NE): Tengo una idea… (Ben sale al exterior y se coloca a los mandos de la ametralladora calibre cincuenta de Margaret)
Danny Dalton: Pero, ¿qué coño haces, Capi?
Ben Braddock (NE): Voy a construirte una rampa, Danny.

Y Ben aprieta el gatillo. Por unos segundos, los rugidos del dragón que resuenan por los túneles de roca se ven eclipsados por la furia del fuego automático. Las balas acribillan la pared de roca, creando algo parecido a una rampa al exterior… Pero ahí es donde acaban las buenas noticias: los proyectiles destrozan las paredes haciendo que la roca vuele por doquier como metralla. Y uno de los fragmentos impacta a Ben en el brazo.

Por su parte, el dragón asoma su gigantesca cabeza de hueso por la entrada del túnel. Esa cosa metálica escupe fuego como él. No le gusta. Abre sus fauces… y un nuevo torrente de ácido atraviesa el corredor de roca en dirección al blindado.

Ben Braddock (NE): (saltando al interior del blindado) ¡¡Arranca, Danny!!
Danny Dalton (acelerando): ¡Agarraos!

La nueva Margaret ruge con toda la potencia de su motor: la chapa de metal roza los muros de roca haciendo saltar chispas mientras el vehículo gana velocidad. Danny aprieta los dientes: el Capi le ha dado algo parecido a una rampa… pero tendrá que calcular para acelerar en el momento justo. Un instante de más o de menos… y serán pasto del torrente de ácido.
Danny sonríe.

Danny Dalton: Pijo… Ojalá pudieras ver lo que es conducir.

Y Danny pisa el acelerador.
Cualquiera que estuviese fuera de Dry Rock podría ver como una tanqueta sale disparada por el hueco del túnel. Y durante un segundo, Margaret desafía las leyes de la gravedad, surcando el cielo y dejando atrás el gigantesco torrente de ácido que sale proyectado al exterior.

Cuando la gravedad vuelve a acordarse del blindado, Margaret toca el suelo poniendo a prueba sus amortiguadores. Todos sus ocupantes sufren las sacudidas. Pero al menos están vivos.

Danny Dalton (a sus pasajeros): ¿Estáis todos bien?
William Whitehouse (DF): (alucinado) ¿Qué especie de carruaje es este?
Ben Braddock (NE): Debemos ir cuanto antes al castillo. Para llevar a Leonard… y para avisarles de lo que ha pasado. Vamos, Danny…
Danny Dalton: Muy bien, Capi. Pero imagina las caras que van a poner cuando nos vean aparecer…
Ben Braddock (NE): No tenemos tiempo para ser sutiles, Danny.

Tal y como presagió Danny Dalton, la aparición de la tanqueta en el patio de armas del castillo del Rey Sullivan III es acogida con estupefacción y temor por parte de los lugareños y la guardia. Todo tipo de rumores recorren las callejuelas, siendo "dragón plateado" y "artefacto infernal" sólo dos de los muchos calificativos que recibe Margaret.

Rodeados por la multitud y la guardia, Ben sale al exterior acompañado de William Whitehouse. Y cogiendo del brazo a éste…

Ben Braddock (NE): ¡Tranquilos, amigos míos! ¡El dragón de acero no os dañará a ninguno de vosotros! ¡Y todo ello gracias a William Whitehouse!

Todos se inclinan ante el "héroe" mientras Danny Dalton y el profesor Vanister sacan el cuerpo de Leonard del interior del blindado. Al mismo tiempo, las puertas del castillo se abren y de ellas sale un enfurecido Sir Edward Braddock, escoltado por su guardia personal.

Sir Edward Braddock (DF): ¿Dónde te habías metido, Ben? ¡A tu madre casi le da algo del susto!
Ben Braddock (NE): Papá, ahora no podemos hablar. Es Leonard… el hijo de Devon Powell. Está malherido. Necesitamos ver a Fred…
Sir Edward Braddock (DF): Vas a tener que dar muchas explicaciones por tu comportamiento, hijo mío…

Nuestros amigos suben hasta la torre en la que se encuentran las dependencias de Maese Fesster. Allí, Ben interrumpe un momento romántico entre el joven hechicero y su amada, Nora. Pese a que la vida de Leonard pende de un hilo, Ben no puede evitar una punzada de celos…

Maese Fesster (DF): Sir Ben… ¿qué puedo…?
Ben Braddock (NE): Nuestro amigo. Está… está muy mal.
Maese Fesster (DF): Pero, Sir Ben, yo…

La frase de Maese Fesster se ve interrumpida por un rugido gutural procedente del exterior. En el patio, comienzan a escucharse los gritos de pánico y horror de los lugareños.

Profesor Vanister (NE): El Dragón... Oh.Dios.Mío.

CONTINUARÁ

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