UN EXPERIMENTO SIN CONTROL ARROJÓ A DANIEL DALTON Y A OTROS JÓVENES A UNA ODISEA ENTRE MUNDOS PARALELOS...
UNO DE SUS VIAJES LOS LLEVÓ A CRUZARSE CON UN OBJETO DE INCREIBLE PODER: EL LIBRO DE LAS SOMBRAS.
LA ESENCIA OSCURA ENCERRADA EN DICHO OBJETO LES LLEVÓ HASTA UNA REALIDAD PARALELA MUY SIMILAR A LA SUYA PROPIA...
... SIENDO UNA ARTIMAÑA PARA FORZARLES A REALIZAR UN RITUAL QUE PERMITIÓ LIBERAR TODAS LAS ALMAS ENCERRADAS EN EL LIBRO.
FINALMENTE, EL VEHÍCULO DE SALTO DIMENSIONAL FUE INTERCEPTADO POR WOLFRAM & HART...
... UN BUFETE DE ABOGADOS MUY ESPECIAL Y LOS PROPIETARIOS ORIGINALES DEL LIBRO DE LAS SOMBRAS.
Episodio 3x01.- NEVERDALE (Epílogo – Parte 1)
P.O.V. – MARCUS VANISTER
“Es el mejor día de mi vida.”
Con ese pensamiento, el profesor Marcus Vanister ocupó su cómodo asiento de ventanilla en la desierta primera clase del expreso de Los Ángeles.
Sonreía. Tenía motivos.
Dos horas antes había despertado en su pequeño apartamento de Los Ángeles, bajo la luz de una radiante mañana de verano. Había desayunado los mejores huevos con bacon que podía recordar. Había hecho el amor en la ducha con la mujer a la que amaba. Y ahora se encontraba a bordo del tren que lo llevaría hasta el Centro de Investigaciones Avanzadas de Springfield, California. Esa misma noche daría una conferencia científica que cambiaría la historia. En apenas unas horas, el profesor Marcus Vanister iba a hacer público el primer procedimiento eficaz de teletransporte.
Marcus miró a través de la ventana: desde el concurrido andén, pudo ver a Evan Foster y a Rayna que se despedían agitando la mano. La joven le lanzó un beso y el profesor pudo leer en sus labios “nos vemos esta noche. Te quiero”. Marcus sonrió otra vez: si, sin duda aquel era el mejor día de su vida.
Y, sin duda, aquello no podía ser real.
No podía serlo porque él había dejado Los Ángeles hacía años. Porque hacía años desde la última vez que sintió el roce de la piel de Rayna contra la suya. Y porque los diseños de su dispositivo jamás permitieron el codiciado teletransporte. En su lugar, Marcus Vanister había creado una máquina de salto dimensional que los había arrojado a él y a un grupo de críos inocentes a una odisea entre realidades paralelas…
Sin duda éste se trataba de otro reino paralelo, otro mundo en el que los acontecimientos habían tenido lugar de forma distinta… Si tan sólo tuviera un periódico para comprobar el momento justo…
Como si respondiese a sus deseos, un ejemplar de “Los Ángeles Tribune” cayó sobre la mesa de su reservado. Marcus miró por un segundo la fecha: era la misma de su primer salto dimensional. ¿Se trataba de una broma? ¿Había viajado en el…?
Marcus Vanister (NE): Gracias, muchas… (colocándose las gafas)… ¿gracias?
En un primer momento, Marcus había pensado que se trataba del revisor: el amable hombrecillo enfundado en traje blanco y gorrito rojo que lo había recibido a bordo del tren. A fin de cuentas había sido a él a quien le había pedido el periódico.
Sin embargo, Marcus jamás en su vida había visto al joven que había dejado caer el ejemplar del “Los Ángeles Tribune”. No tendría más de veintipocos años, de pelo castaño oscuro, tez pálida y un elegante traje. Un traje negro.
Marcus Vanister (NE): ¿Quién…?
James Roth (ND): Me temo que no tenemos mucho tiempo, profesor… (se sienta frente a él) Me envía Wolfram & Hart… Estoy aquí para rescatarlo.
“Wolfram & Hart”. Junto a la visión de aquel elegante traje negro (que tan familiar le había resultado), aquellos dos apellidos parecieron abrir la caja de Pandora de los recuerdos de Marcus. A los recuerdos de sus jóvenes compañeros de odisea dimensional, otros momentos más recientes brotaron de su memoria: el Libro de las Sombras; el ritual que liberó aquellas criaturas; el infernal bufete de abogados y la aparatosa entrada que hicieron en sus instalaciones; el viaje a aquella versión de Springfield a la que en ese universo llamaban Sunnydale…
Un macabro deja-vu sacudió con un escalofrío el cuerpo de Marcus.
Marcus Vanister (NE): Un momento… ¿Rescatarme? ¿De qué…?
James Roth (ND): No sé para qué cree que está usted en este tren, profesor. Pero le aseguro que no es lo que imagina. Usted no lo recuerda, profesor… Pero…
En ese momento, el tren comenzó a moverse. La cara del joven quedó marcada por la preocupación.
James Roth (ND): Mierda… (se incorpora, nervioso) No tardará en venir... No puedo quedarme más tiempo aquí...
Marcus Vanister (ND): Oiga, joven... No sé que...
El chico saca de su traje de chaqueta un billete de tren y lo deja en manos de Marcus.
James Roth (ND): Escúcheme. Escúcheme con mucha atención. Antes de que el tren llegue a su destino, reúnase conmigo en el último vagón. Y lleve consigo este billete.
Marcus miró a través de la ventana: desde el concurrido andén, pudo ver a Evan Foster y a Rayna que se despedían agitando la mano. La joven le lanzó un beso y el profesor pudo leer en sus labios “nos vemos esta noche. Te quiero”. Marcus sonrió otra vez: si, sin duda aquel era el mejor día de su vida.
Y, sin duda, aquello no podía ser real.
No podía serlo porque él había dejado Los Ángeles hacía años. Porque hacía años desde la última vez que sintió el roce de la piel de Rayna contra la suya. Y porque los diseños de su dispositivo jamás permitieron el codiciado teletransporte. En su lugar, Marcus Vanister había creado una máquina de salto dimensional que los había arrojado a él y a un grupo de críos inocentes a una odisea entre realidades paralelas…
Sin duda éste se trataba de otro reino paralelo, otro mundo en el que los acontecimientos habían tenido lugar de forma distinta… Si tan sólo tuviera un periódico para comprobar el momento justo…
Como si respondiese a sus deseos, un ejemplar de “Los Ángeles Tribune” cayó sobre la mesa de su reservado. Marcus miró por un segundo la fecha: era la misma de su primer salto dimensional. ¿Se trataba de una broma? ¿Había viajado en el…?
Marcus Vanister (NE): Gracias, muchas… (colocándose las gafas)… ¿gracias?
En un primer momento, Marcus había pensado que se trataba del revisor: el amable hombrecillo enfundado en traje blanco y gorrito rojo que lo había recibido a bordo del tren. A fin de cuentas había sido a él a quien le había pedido el periódico.
Sin embargo, Marcus jamás en su vida había visto al joven que había dejado caer el ejemplar del “Los Ángeles Tribune”. No tendría más de veintipocos años, de pelo castaño oscuro, tez pálida y un elegante traje. Un traje negro.
Marcus Vanister (NE): ¿Quién…?
James Roth (ND): Me temo que no tenemos mucho tiempo, profesor… (se sienta frente a él) Me envía Wolfram & Hart… Estoy aquí para rescatarlo.
“Wolfram & Hart”. Junto a la visión de aquel elegante traje negro (que tan familiar le había resultado), aquellos dos apellidos parecieron abrir la caja de Pandora de los recuerdos de Marcus. A los recuerdos de sus jóvenes compañeros de odisea dimensional, otros momentos más recientes brotaron de su memoria: el Libro de las Sombras; el ritual que liberó aquellas criaturas; el infernal bufete de abogados y la aparatosa entrada que hicieron en sus instalaciones; el viaje a aquella versión de Springfield a la que en ese universo llamaban Sunnydale…
Un macabro deja-vu sacudió con un escalofrío el cuerpo de Marcus.
Marcus Vanister (NE): Un momento… ¿Rescatarme? ¿De qué…?
James Roth (ND): No sé para qué cree que está usted en este tren, profesor. Pero le aseguro que no es lo que imagina. Usted no lo recuerda, profesor… Pero…
En ese momento, el tren comenzó a moverse. La cara del joven quedó marcada por la preocupación.
James Roth (ND): Mierda… (se incorpora, nervioso) No tardará en venir... No puedo quedarme más tiempo aquí...
Marcus Vanister (ND): Oiga, joven... No sé que...
El chico saca de su traje de chaqueta un billete de tren y lo deja en manos de Marcus.
James Roth (ND): Escúcheme. Escúcheme con mucha atención. Antes de que el tren llegue a su destino, reúnase conmigo en el último vagón. Y lleve consigo este billete.
Marcus Vanister (ND): ¿Y si no le acompaño?
James Roth (ND): Entonces su viaje será sólo de ida, profesor.
Marcus sintió de nuevo aquel escalofrío. El mismo que notó junto a aquel deja-vu. Bajó la vista y miró aquel billete. Era idéntico al que Marcus había mostrado al revisor antes de subir al tren. Entonces fue cuando los ojos del profesor se percataron de un detalle: las letras impresas aquel billete estaban al revés. Como reflejadas en un espejo.
Marcus Vanister (NE): Por lo menos podría decirme su nombre...
Pero para cuando alzó la vista, el misterioso joven se había desvanecido: Marcus volvía a estar sólo en la sección de primera clase del tren.
Marcus Vanister (NE): Vaya...
Con el billete aun en las manos, el profesor miró hacia la puerta del fondo.
Y con un suspiro, se dispuso a salir al encuentro del misterioso joven.
James Roth (ND): Entonces su viaje será sólo de ida, profesor.
Marcus sintió de nuevo aquel escalofrío. El mismo que notó junto a aquel deja-vu. Bajó la vista y miró aquel billete. Era idéntico al que Marcus había mostrado al revisor antes de subir al tren. Entonces fue cuando los ojos del profesor se percataron de un detalle: las letras impresas aquel billete estaban al revés. Como reflejadas en un espejo.
Marcus Vanister (NE): Por lo menos podría decirme su nombre...
Pero para cuando alzó la vista, el misterioso joven se había desvanecido: Marcus volvía a estar sólo en la sección de primera clase del tren.
Marcus Vanister (NE): Vaya...
Con el billete aun en las manos, el profesor miró hacia la puerta del fondo.
Y con un suspiro, se dispuso a salir al encuentro del misterioso joven.
P.O.V. – LEONARD POWELL
“Ya es oficial...” – pensó Leonard – “Es el peor día de mi vida”.
Leonard jamás había visto un vagón de ganado en toda su vida. Pero de haber viajado en alguno, probablemente tendría el mismo aspecto que aquel en el que había despertado.
Sólo por el olor y por los garfios que colgaban del techo, Leonard pudo imaginar de qué eran las manchas (oscuras y resecas) que cubrían las paredes y el suelo de aquel vagón. Sin embargo no era la sangre lo que le preocupaba. En su escala de prioridades estaba, primero, el hecho de haber despertado encadenado a una de las paredes metálicas y errumbrosas del tren. Luego estaba el susurro de los tres hombres que murmuraban entre sí y a los que no podía distinguir en la penumbra del vagón. Apenas unos delgados hilos de luz se filtraban a través de las rendijas superiores, haciendo imposible identificarlos.
“Y por último, y no por ello menos importante, está el pequeño detalle de que debería estar muerto.”
“Y por último, y no por ello menos importante, está el pequeño detalle de que debería estar muerto.”
Con ese pensamiento, Leonard hizo ademán de incorporarse, dispuesto a preguntar a sus misteriosos compañeros de viaje a) donde estaba y b) a qué cóño esperaban para sacarlo de ahí.
Leonard Powell: Esto... ¿Oigan?
Las tres siluetas se giraron al unísono al escuchar la voz de Leonard. Sus murmurllos cesaron y sus ojos se posaron en el joven enfundado en traje de ejecutivo (y aun manchado de su propia sangre)
Leonard Powell: Miren... No sé lo que ha pasado, ¿vale? Si esto es una movida de Wolfram & Hart o lo que sea, bueno... ¿Al menos podrían liberar...?
La voz de Leonard se desvaneció al tiempo que aquellas tres siluetas se aproximaron a él. Con paso lento, los tres individuos se colocaron a pocos metros del joven, permitiendo a este identificarlos.
Leonard Powell: Esto... ¿Oigan?
Las tres siluetas se giraron al unísono al escuchar la voz de Leonard. Sus murmurllos cesaron y sus ojos se posaron en el joven enfundado en traje de ejecutivo (y aun manchado de su propia sangre)
Leonard Powell: Miren... No sé lo que ha pasado, ¿vale? Si esto es una movida de Wolfram & Hart o lo que sea, bueno... ¿Al menos podrían liberar...?
La voz de Leonard se desvaneció al tiempo que aquellas tres siluetas se aproximaron a él. Con paso lento, los tres individuos se colocaron a pocos metros del joven, permitiendo a este identificarlos.
El primero de ellos iba enfundado en una especie de mono militar, un uniforme de fuerzas especiales o algo así. A Leonard no le costó reconocerlo como uno de los trajes que llevaban esos cabrones del ejército americano que tantos quebraderos de cabeza les dieron en Psifield.
El atuendo del segundo individuo también le resultó familiar: lucía una gabardina negra, de cuero, larga hasta los tobillos. Bajo la misma, el tipo llevaba ropa de kevlar oscuro. Cuando vio sus ojos rojizos brillar en la oscuridad, un escalofrío recorrió la columna vertebral de Leonard: sólo había visto ojos así en uno de los mundos que habían visitado. En el primero. En Shadowfield.
La indumentaria del tercero parecía sacada de alguna peli de “El Señor de los Anillos”, con una capa negra y una armadura dorada bajo la misma. Si el segundo tenía los ojos rojos, los rasgos faciales de este tercer sujeto no dejaban lugar a dudas: orejas puntiagudas, piel púrpura oscuro y largo pelo blanco... Leonard jamás había visto a este tipo.
Y al mismo tiempo, sí que lo había visto. Los conocía a los tres.
Porque los tres eran Morgan Kyle.
Leonard Powell: Vale... ¿Esto es una pesadilla... o es el infierno?
Morgan Kyle (SF): Ambas cosas.
Y diciendo eso, el Morgan Kyle al que sus amigos y él habían dado muerte en Shadowfield aferró del cuello a Leonard con un crujido de sus vértebras. Las fauces del vampiro se abrieron dejando ver sus colmillos.
Lord Kyle (DF): ¡Conten tu sed, criatura de la noche! (desenvainando sus dos cimitarras) ¡El código de honor exige vengar la vida de mi Señor!
Comandante Morgan Kyle (PS): Tranquilo, elfo... (amartilla su calibre cuarenta y cinco) Hay Leonard para todos...
Leonard Powell (al borde de la asfixia): No... No hay para todos...
De haber sido solo dos, quizá aquello hubiese funcionado. A fin de cuentas, si había algo que Leonard sabía hacer bien en todos los mundos posibles... era sacar de quicio a Morgan Kyle. Bastaron varios comentarios más para que el elfo intentase imponerse al vampiro. Aun forcejeaban cuando Leonard se percató de un pequeño detalle. El frío contacto del cañón de la calibre cuarenta y cinco le recordó a Leonard que aun había un tercer Morgan Kyle del que preocuparse.
Comandante Morgan Kyle (PS): La última vez te disparé en el estómago... (aprieta el cañón contra la cabeza) No cometeré dos veces el mismo...
Y entonces, alguien abrió la compuerta metálica, desde el otro extremo del vagón. El Morgan élfico y el vampírico estaban demasiado ocupados resolviendo sus diferencias para percatarse. Sin embargo, el sonido metálico bastó para llamar la atención del Morgan militar durante un instante. Leonard no necesitó más: con la reducida movilidad que le permitían las cadenas, el joven golpeó la mano de Morgan haciendo que su pistola volase por los aires. El arma cayó al suelo y se deslizó hasta los pies del recién llegado. Éste se agachó y la sostuvo en sus manos.
Por un instante, Leonard se permitió imaginar quien podría ser el último invitado a esa fiesta. Esperaba ver a otro Morgan Kyle, procedente de otro mundo y con el que, como una de esas constantes que se repetían, también tendría cuentas pendientes. Leonard se temía lo peor...
Entonces vio como el profesor Vanister, enfundado en un traje de chaqueta gris, contemplaba entre confuso y temeroso el arma en sus manos.
Profesor Vanister (NE): ¿Señor...? ¿Señor Powell?
Tres pares de ojos se posaron en el recién llegado. Y una sonrisa apareció en los labios del Morgan de Shadowfield.
Morgan Kyle (SF): Genial... (muestra los colmillos) El aperitivo.
Porque los tres eran Morgan Kyle.
Leonard Powell: Vale... ¿Esto es una pesadilla... o es el infierno?
Morgan Kyle (SF): Ambas cosas.
Y diciendo eso, el Morgan Kyle al que sus amigos y él habían dado muerte en Shadowfield aferró del cuello a Leonard con un crujido de sus vértebras. Las fauces del vampiro se abrieron dejando ver sus colmillos.
Lord Kyle (DF): ¡Conten tu sed, criatura de la noche! (desenvainando sus dos cimitarras) ¡El código de honor exige vengar la vida de mi Señor!
Comandante Morgan Kyle (PS): Tranquilo, elfo... (amartilla su calibre cuarenta y cinco) Hay Leonard para todos...
Leonard Powell (al borde de la asfixia): No... No hay para todos...
De haber sido solo dos, quizá aquello hubiese funcionado. A fin de cuentas, si había algo que Leonard sabía hacer bien en todos los mundos posibles... era sacar de quicio a Morgan Kyle. Bastaron varios comentarios más para que el elfo intentase imponerse al vampiro. Aun forcejeaban cuando Leonard se percató de un pequeño detalle. El frío contacto del cañón de la calibre cuarenta y cinco le recordó a Leonard que aun había un tercer Morgan Kyle del que preocuparse.
Comandante Morgan Kyle (PS): La última vez te disparé en el estómago... (aprieta el cañón contra la cabeza) No cometeré dos veces el mismo...
Y entonces, alguien abrió la compuerta metálica, desde el otro extremo del vagón. El Morgan élfico y el vampírico estaban demasiado ocupados resolviendo sus diferencias para percatarse. Sin embargo, el sonido metálico bastó para llamar la atención del Morgan militar durante un instante. Leonard no necesitó más: con la reducida movilidad que le permitían las cadenas, el joven golpeó la mano de Morgan haciendo que su pistola volase por los aires. El arma cayó al suelo y se deslizó hasta los pies del recién llegado. Éste se agachó y la sostuvo en sus manos.
Por un instante, Leonard se permitió imaginar quien podría ser el último invitado a esa fiesta. Esperaba ver a otro Morgan Kyle, procedente de otro mundo y con el que, como una de esas constantes que se repetían, también tendría cuentas pendientes. Leonard se temía lo peor...
Entonces vio como el profesor Vanister, enfundado en un traje de chaqueta gris, contemplaba entre confuso y temeroso el arma en sus manos.
Profesor Vanister (NE): ¿Señor...? ¿Señor Powell?
Tres pares de ojos se posaron en el recién llegado. Y una sonrisa apareció en los labios del Morgan de Shadowfield.
Morgan Kyle (SF): Genial... (muestra los colmillos) El aperitivo.
CONTINUARÁ...
1 comentario:
guaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaach.... tres morgan kyle y sin un Billy que os saque las castañas del fuego....
a ver que como saliis de esta!!!!!! ;P
Publicar un comentario