ANTERIORMENTE, EN "NEVERFIELD"...
Cabecilla #1 (WF): "Nuevo Springfield" es un buen pueblo. Un pueblo de gente honesta, decente... Un pueblo de buenos cristianos. Y queremos que siga siendo así.
CUATRO JÓVENES PERDIDOS EN EL MULTIVERSO...
Ben Braddock (NE): A ver si lo he entendido: creeis que si sacamos el prisma de ahí, esa estatua cobrará vida y…
Fred "Fess" Fesster: Y nos matará a todos. Y posiblemente a todos los que estén fuera de esta gruta.
INFINITOS MUNDOS POSIBLES...
Fred "Fess" Fesster (mientras los guardaespaldas lo separan del grupo y lo llevan hasta un almacén que hace las veces de garaje): ¿Chi...? ¿Chicos?
Danny Dalton: Eh, ¡Eh! (encarándose a sus captores) Es nuestro colega... ¿a dónde lo lleváis?
...Y UN ÚNICO CAMINO A CASA
Episodio 19.- WITCHFIELD (Parte 5)
Parte 1. - “Vaya. Parece que ya es una costumbre”.
Ese es el primer pensamiento de Fred “Fess” Fesster al tiempo que comienza a recuperar la consciencia. Los recuerdos aun flotan en su cabeza: iban a quemarlos vivos en la mina Dalton. Y, en el último momento, la comitiva de Capuchas Rojas que los llevaban tomaron el desvío a la mansión Powell. Y allí... Allí, sus amigos fueron llevados a la mansión mientras que a él lo metieron en ese cobertizo. Ahí acaban sus recuerdos: la herida en su cuello y la pérdida de sangre ayudaron a que perdiese el conocimiento a partir de ese momento.
Ahora, Fred contempla la estancia, un garaje con espacio suficiente como para dos, quizá tres todoterrenos. Las malas noticias son que, a juzgar por la oscuridad que puede verse por la única ventana del garaje, Fred se ha pasado las últimas doce horas durmiendo. Además, unas cuerdas lo mantienen atado a una silla, inmovilizado casi totalmente. Las buenas noticias son que alguien parece haber “parcheado” su herida del cuello. Y que, entre el mobiliario del garaje, hay una estantería de herramientas cuyos filos oxidados pueden servir para cortar sus ataduras.
Apenas ha conseguido liberarse de sus ataduras, alguien entra en el garaje. Fred se tira al suelo, tumbando una mesa de reparaciones para usarla como parapeto. El recién llegado no es otro que uno de los guardias a sueldo de Devon Powell: hace varios disparos pero ninguno alcanza a Fred. Éste, con una llave inglesa en la mano, se dispone a sorprenderlo en cuanto se acerque lo suficiente. Sin embargo, el guardia parece haber adivinado sus intenciones y cuando el chico intenta su ataque, se topa de frente con el cañón de su pistola.
Suena un disparo. Por un instante, Fred piensa que ya está: que su suerte ha terminado y que está muerto. Cuando abre los ojos, Fred descubre el cuerpo del guardia en el suelo, con un disparo en la espalda. Muerto. Mientras se apodera de su pistola, descubre un agujero en el cristal de la ventana: sea quien sea, disparó desde fuera.
En ese instante, la puerta del cobertizo vuelve a abrirse: esta vez, no es un guardia de Devon Powell. Pasamontañas negro, gafas de visión nocturna, ropas oscuras, petate al hombro y un rifle de caza entre las manos. El misterioso intruso camina por la estancia, acercándose a la mesa tras la que se oculta Fred. Cuando éste se incorpora, intentando golpearle con la llave inglesa, la figura se da la vuelta y bloquea su golpe con el propio rifle.
Ese es el primer pensamiento de Fred “Fess” Fesster al tiempo que comienza a recuperar la consciencia. Los recuerdos aun flotan en su cabeza: iban a quemarlos vivos en la mina Dalton. Y, en el último momento, la comitiva de Capuchas Rojas que los llevaban tomaron el desvío a la mansión Powell. Y allí... Allí, sus amigos fueron llevados a la mansión mientras que a él lo metieron en ese cobertizo. Ahí acaban sus recuerdos: la herida en su cuello y la pérdida de sangre ayudaron a que perdiese el conocimiento a partir de ese momento.
Ahora, Fred contempla la estancia, un garaje con espacio suficiente como para dos, quizá tres todoterrenos. Las malas noticias son que, a juzgar por la oscuridad que puede verse por la única ventana del garaje, Fred se ha pasado las últimas doce horas durmiendo. Además, unas cuerdas lo mantienen atado a una silla, inmovilizado casi totalmente. Las buenas noticias son que alguien parece haber “parcheado” su herida del cuello. Y que, entre el mobiliario del garaje, hay una estantería de herramientas cuyos filos oxidados pueden servir para cortar sus ataduras.
Apenas ha conseguido liberarse de sus ataduras, alguien entra en el garaje. Fred se tira al suelo, tumbando una mesa de reparaciones para usarla como parapeto. El recién llegado no es otro que uno de los guardias a sueldo de Devon Powell: hace varios disparos pero ninguno alcanza a Fred. Éste, con una llave inglesa en la mano, se dispone a sorprenderlo en cuanto se acerque lo suficiente. Sin embargo, el guardia parece haber adivinado sus intenciones y cuando el chico intenta su ataque, se topa de frente con el cañón de su pistola.
Suena un disparo. Por un instante, Fred piensa que ya está: que su suerte ha terminado y que está muerto. Cuando abre los ojos, Fred descubre el cuerpo del guardia en el suelo, con un disparo en la espalda. Muerto. Mientras se apodera de su pistola, descubre un agujero en el cristal de la ventana: sea quien sea, disparó desde fuera.
En ese instante, la puerta del cobertizo vuelve a abrirse: esta vez, no es un guardia de Devon Powell. Pasamontañas negro, gafas de visión nocturna, ropas oscuras, petate al hombro y un rifle de caza entre las manos. El misterioso intruso camina por la estancia, acercándose a la mesa tras la que se oculta Fred. Cuando éste se incorpora, intentando golpearle con la llave inglesa, la figura se da la vuelta y bloquea su golpe con el propio rifle.
Y justo antes de comenzar a plantearse siquiera como saldrá de ésta, la figura habla con una voz que le resulta familiar.
Marcus Vanister (WF): ¿Fesster? Es... (quitándose el pasamontañas) ¿Es usted?
Fred “Fess” Fesster: ¿Pro...? ¿Profesor?
Marcus Vanister (WF): ¿Fesster? Es... (quitándose el pasamontañas) ¿Es usted?
Fred “Fess” Fesster: ¿Pro...? ¿Profesor?
***
Parte 2.- “Debería largarme. Debería largarme. Debería…”
Fred “Fess” Fesster sostiene nervioso la pistola que le arrebató al matón de Powell que lo vigilaba. Lleva casi una hora esperando en esa furgoneta: estaba donde Vanister le dijo que estaría, en un claro del bosque (lo que antaño tuvo que ser un merendero del lago) Lo que no le dijo era que en la parte de atrás de la furgoneta estaría un inconsciente Higgins: en el Springfield de Fred, Higgins es un viejo simpático, un pescador jubilado que se pasa media vida en los alrededores del lago Spring tratando de atrapar un gigantesco barbo al que llaman “Sargento Trueno”. A juzgar por la capucha roja que Fred encontró en la guantera, el Wallace de este mundo es algo más.
Fred está a punto de salir a buscar a Vanister cuando ve haces de linterna en el bosque. Y ladridos. Acercándose. Fred pone en marcha el motor e intenta salir de allí a toda prisa. Dos perros de presa salen de la espesura del bosque, acompañados por un par de guardaespaldas de Devon Powell. Las balas silban alrededor de la furgoneta mientras Fred conduce casi a ciegas a través del bosque. Uno de los perros consigue saltar a la parte trasera de la furgoneta. Sin embargo, el traqueteo frenético del vehículo hace que salgan despedidos tanto el propio sabueso como el inconsciente Higgins y un sin fin de aparejos de pesca.
Finalmente, la furgoneta sale del bosque y se cala justo en mitad del camino privado que lleva a la mansión Powell. Fred intenta salir del atolladero pero es imposible: antes de poder hacer nada más, el sabueso que lo ha rastreado golpea con fuerza la puerta de la furgoneta. Fred no se lo piensa dos veces: empuña con fuerza la pistola y dispara contra él.
Los ladridos del segundo perro se dejan sentir en la lejanía. Y Fred opta por no jugársela: coge aliento, aferra su pistola y corre campo a través, dejando atrás la furgoneta y el camino que lleva a la mansión Powell. Su destino: el único lugar en el que tiene la esperanza de encontrar algo conocido… la mina Dalton. Donde está “Margaret”.
La caminata es larga y trabajosa: incluso con las gafas de visión nocturna, avanzar por el bosque es algo agotador. En un momento dado, Fred escucha el sonido de varios motores y le parece ver dos todoterrenos como los que había en la mansión Powell dejar la mina Dalton a gran velocidad. Piensa que quizá sea una buena noticia: quizá no hayan dejado a nadie vigilando.
Fred descubre su error cuando llega al límite del bosque: allí, ante la entrada de la mina, hay dos hombres de Devon Powell, con UZIs y varias lámparas de gas iluminando el perímetro. Antes de que ni tan siquiera pueda maldecir su suerte, Fred escucha el grito de uno de los hombres de Powell… ¡que cae al suelo con un cuchillo clavado en la espalda! Aprovechando la confusión, Fred corre a toda velocidad, intentando llegar lo más cerca que pueda al acceso de la mina. Sin embargo, el segundo matón de Powell lo ve y lanza varios disparos a modo de aviso. Fred se tira al suelo, esperando que la espesura le ofrezca la cobertura necesaria para esconderse.
Pasan los minutos. Y no se escucha nada. Fred, con todo el sigilo que puede reunir, intenta reptar hasta el acceso a la mina. Pero su avance se ve interrumpido por el ataque de un corpulento individuo que cae sobre él como una pared de ladrillos. Clavando su cuchillo en la misma herida que tiene en el hombro, Fred ve las estrellas y cae inconsciente… no sin antes reconocer a su atacante, que lo mira confuso y extrañado.
Fred “Fess” Fesster (murmurando): ¿Ty…? ¿Tyler Crow?
Y luego, todo se vuelve oscuro. "Como siempre", piensa Fred.
Fred “Fess” Fesster sostiene nervioso la pistola que le arrebató al matón de Powell que lo vigilaba. Lleva casi una hora esperando en esa furgoneta: estaba donde Vanister le dijo que estaría, en un claro del bosque (lo que antaño tuvo que ser un merendero del lago) Lo que no le dijo era que en la parte de atrás de la furgoneta estaría un inconsciente Higgins: en el Springfield de Fred, Higgins es un viejo simpático, un pescador jubilado que se pasa media vida en los alrededores del lago Spring tratando de atrapar un gigantesco barbo al que llaman “Sargento Trueno”. A juzgar por la capucha roja que Fred encontró en la guantera, el Wallace de este mundo es algo más.
Fred está a punto de salir a buscar a Vanister cuando ve haces de linterna en el bosque. Y ladridos. Acercándose. Fred pone en marcha el motor e intenta salir de allí a toda prisa. Dos perros de presa salen de la espesura del bosque, acompañados por un par de guardaespaldas de Devon Powell. Las balas silban alrededor de la furgoneta mientras Fred conduce casi a ciegas a través del bosque. Uno de los perros consigue saltar a la parte trasera de la furgoneta. Sin embargo, el traqueteo frenético del vehículo hace que salgan despedidos tanto el propio sabueso como el inconsciente Higgins y un sin fin de aparejos de pesca.
Finalmente, la furgoneta sale del bosque y se cala justo en mitad del camino privado que lleva a la mansión Powell. Fred intenta salir del atolladero pero es imposible: antes de poder hacer nada más, el sabueso que lo ha rastreado golpea con fuerza la puerta de la furgoneta. Fred no se lo piensa dos veces: empuña con fuerza la pistola y dispara contra él.
Los ladridos del segundo perro se dejan sentir en la lejanía. Y Fred opta por no jugársela: coge aliento, aferra su pistola y corre campo a través, dejando atrás la furgoneta y el camino que lleva a la mansión Powell. Su destino: el único lugar en el que tiene la esperanza de encontrar algo conocido… la mina Dalton. Donde está “Margaret”.
La caminata es larga y trabajosa: incluso con las gafas de visión nocturna, avanzar por el bosque es algo agotador. En un momento dado, Fred escucha el sonido de varios motores y le parece ver dos todoterrenos como los que había en la mansión Powell dejar la mina Dalton a gran velocidad. Piensa que quizá sea una buena noticia: quizá no hayan dejado a nadie vigilando.
Fred descubre su error cuando llega al límite del bosque: allí, ante la entrada de la mina, hay dos hombres de Devon Powell, con UZIs y varias lámparas de gas iluminando el perímetro. Antes de que ni tan siquiera pueda maldecir su suerte, Fred escucha el grito de uno de los hombres de Powell… ¡que cae al suelo con un cuchillo clavado en la espalda! Aprovechando la confusión, Fred corre a toda velocidad, intentando llegar lo más cerca que pueda al acceso de la mina. Sin embargo, el segundo matón de Powell lo ve y lanza varios disparos a modo de aviso. Fred se tira al suelo, esperando que la espesura le ofrezca la cobertura necesaria para esconderse.
Pasan los minutos. Y no se escucha nada. Fred, con todo el sigilo que puede reunir, intenta reptar hasta el acceso a la mina. Pero su avance se ve interrumpido por el ataque de un corpulento individuo que cae sobre él como una pared de ladrillos. Clavando su cuchillo en la misma herida que tiene en el hombro, Fred ve las estrellas y cae inconsciente… no sin antes reconocer a su atacante, que lo mira confuso y extrañado.
Fred “Fess” Fesster (murmurando): ¿Ty…? ¿Tyler Crow?
Y luego, todo se vuelve oscuro. "Como siempre", piensa Fred.
***
Parte 3.- “Oh, venga ya… ¿otra vez me han dejado inconsciente?”
Las punzadas de dolor en su hombro son lo primero que nota Fred. Poco a poco, se va percatando de donde se encuentra: reconoce el túnel como la boca de acceso a la mina Dalton. Afuera sigue siendo de noche. Fred comprueba que le han limpiado los bolsillos (adiós a su pistola) y que, para su sorpresa, tampoco le han atado esta vez.
En ese momento, Fred percibe un pequeño ruido procedente del interior de la mina. Camina lentamente hacia la cámara subterránea y, una vez allí, descubre que hay luz. Más tarde verá los focos y el generador portátil que llevaron los hombres de Powell allí (ver capítulo anterior) Pero lo primero que llama la atención de Fred es que alguien ha colocado a “Margaret” bloqueando la entrada del túnel… Y que, para variar, hay numerosas muescas de bala entre las abolladuras que cubren el chasis de la curtida furgoneta. Cuando entra, Fred comprueba que alguien ha estado trasteando en los controles de “Margaret”.
La segunda cosa que de lo que se percata Fred… es que el ruidito ha cesado. Antes de que pueda darse cuenta, alguien se coloca justo detrás de suya. Y la hoja de un cuchillo de monte aparece justo debajo de su cuello.
Tyler Crow (WF): Ni un movimiento, muchacho. ¿Quién eres? ¿Y de qué me conoces?
Fred “Fess” Fesster: Ey, ey, ey. Tranquilo, tranquilo, ¿vale? No quiero hacerte daño, de verdad. Me llamo Fesster. Fred Fesster.
Tyler Crow (WF): Mmm… (extrañado) ¿Fesster? ¿Cómo Paul Fesster?
Fred “Fess” Fesster: Si, es mi… Es mi tío.
Tyler Crow (WF): Paul Fesster, ¿eh?… (le da la vuelta y le mira a los ojos, como buscando un parecido) Paul Fesster es un buen hombre. (Y dicho eso, suelta a Fred) Por eso deberías buscarlo y marcharte de éste pueblo. Lejos.
Fred “Fess” Fesster: ¿Qué…?
En ese instante, Tyler frena en seco y manda callar con un gesto a Fred: parece haber escuchado algo. Antes de que el joven pueda mascullar ni siquiera un pregunta, Tyler corre a esconderse tras “Margaret”.
Y entonces, es cuando Fred lo escucha.
Pisadas. En el túnel de acceso.
Pisadas. En el túnel de acceso.
Acercándose.
CONTINUARÁ...
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